Ciclo B. XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
“Todo lo ha hecho bien”, dijeron de Jesús cuando san a un sordo semimudo,
devolviéndole el habla y el oído. Sin duda, la frase, digna de un epitafio, se refería
al hecho de que el sordo semimudo había quedado sanado. Pero se refería también
al modo como lo había curado. Todo un espectáculo, inusual en Jesús. Milagros
mayores los había hecho con una sola palabra: “¡Ve!” “¡Camina!” “Levántate”… y el
ciego había visto, el paralítico caminado y el muerto resucitado. ¿¡Por qué en esta
ocasión quiso Jesús sanar a este hombre tan aparatosamente!? Es una buena
pregunta, que se la dejo para que ustedes la respondan leyendo atentamente el
evangelio de hoy (Mc 7, 31-37). Les doy una pista: Jesús no estaba en Israel ni
eran mayormente judíos los que le seguían.
Tampoco era judía la mujer que, en este extraño viaje de Jesús al extranjero, se le
acercó y le pidió que sanara a su hijita, poseída por el demonio. La sirofenicia
hablaba griego y en griego debió haberse desarrollado el diálogo que sostuvo con
Jesús. Un diálogo directo, hasta parecer duro, ágil y chispeante, que les invito a
leer (Mc. 7, 24-30). Al final, ganó la mujer, que le sacó a Jesús el milagro de la
curacin de la nia: “puedes irte; por tu fe el demonio ya ha salido de tu hija… Con
sus apóstoles, Jesús había llegado a Tiro, ciudad portuaria del Mediterráneo,
próspera y cosmopolita. Estaba de incógnito y no tenía la menor intención de hacer
algún milagro entre esa gente no-judía. Pero fue reconocido por la sirofenicia y
terminó haciendo un milagro. ¿Qué había pasado?
Lo que había pasado, en este caso como en el anterior del sordo semimudo, se
explica con una sola palabra: compasión. Jesús tuvo compasión en ambos casos e
hizo el milagro. Y lo haremos nosotros si tenemos compasión. De paso nos enseñó
que el amor no tiene fronteras y hace lo imposible para ayudar y ganarse a la
gente. Primero fue con la sirofenicia, a quien, con un dicho judío, le dio a entender
que Él había venido slo para Israel… La respuesta humilde y confiada de la mujer
tocó el corazón de Jesús y lo llenó de compasión haciendo caer todas las barreras.
También para ellos había llegado él Reino de Dios y la salvación.
En el caso del sordo semimudo, Jesús fue aún más allá. Adaptándose al ambiente y
al auditorio, paganos en su mayoría, empezó a llamar su atención con gestos
significativos. Para Jesús, no se trataba sólo de hacer un milagro o de que ellos
vieran que se había hecho un milagro, sanando al hombre. Era mucho más
importante que vieran el milagro como un signo o señal de que algo nuevo estaba
pasando, de que el reino de Dios ya había llegado. No sabemos si lo logró, pero sí
sabemos que Jesús hizo todo lo que estuvo a su alcance para lograrlo. Y esto es la
otra gran lección del evangelio: saber adaptarse a las circunstancias y hacer lo
imposible para ganar a la gente para Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)