COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
09 de septiembre de 2012 – 23º domingo durante el año
Evangelio según San Marcos 7,31-37 (ciclo B)
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia
el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le
impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo
aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la
lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:
"Efatá", que significa: "Ábrete". Y enseguida se abrieron sus oídos,
se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les
mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto
más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la
admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y
hablar a los mudos".
VOLVER A ESCUCHAR LA PALABRA
Vivimos un tiempo en que todos hablamos, todos nos comunicamos, todos
estamos informados, pero en una especie de derroche verborrágico, donde
se habla tanto y con tanta superficialidad, que es muy triste ver cómo se ha
deteriorado el valor de la palabra y también, por qué no decirlo, el valor del
silencio. Debemos recordar que Palabra y Silencio están muy unidos e
incluso el valor de saber escuchar y saber responder.
Todos nosotros, como Iglesia y también como sociedad, tenemos que volver
a detenernos y tomar en serio la Palabra de Dios que nos supera y nos
sobrepasa, que nos alimenta y nos ilumina, que nos purifica y nos fortalece.
Tenemos que volver a escuchar la Palabra porque cuando uno se acerca a
ella, realmente tiene luz y tiene vida.
No pretendamos suplantarla.
No pretendamos sustituirla.
No pretendamos tontamente reemplazarla.
¿Cómo podemos reemplazarla, sustituirla? Creyendo que lo que nosotros
decimos tiene tal profundidad que no necesitamos hacer recurso al otro, a
Dios, a su Palabra; y no nos damos cuenta que la Palabra es anterior a
nosotros y es el fundamento que nos da vida. Palabra que nos ilumina y que
tenemos que recibir, alimentarnos y responder.
Esta fe, que está iluminada por la Palabra, no puede quedar en nuestro
exterior. Tiene que ser internalizada, escuchada y vivida. Y porque está
vivida también se expresa, se comunica, se da. El ejemplo es María, que en
el silencio recibe a Dios, se siente internalizada por la Palabra y luego lo da
al mundo.
Hoy existe una sordera muy grande y una mudez muy importante porque,
aunque todo el mundo esté informado, aunque todo el mundo hable tanto,
falta el valor de la escucha y el valor de la palabra.
Pidamos poder superar esta realidad y esta tentación. Superar la tentación
del orgullo que pretende dejar de lado la necesidad de recurrir a otro;
porque el orgullo se quiere autoabastecer y cree que puede exagerar, vivir
de cualquier forma y por la soberbia hace creer que la persona sola puede
con todo. También es oscurecimiento de la inteligencia. Porque la
inteligencia, que es una cosa muy importante del conocimiento humano,
también puede ser una negación del hombre frente a omisiones, a las
escusas, a aquello de “las cosas no se pueden cambiar”.
Pidamos al Señor poder escuchar de nuevo a Cristo en la Iglesia, a Cristo en
los Sacramentos, porque la Palabra y el Sacramento son inseparables. No
es sólo repetir sino que se lo recibe y se lo actualiza, se lo hace presente;
por eso es importante que la Palabra de Dios nos hable hoy, porque nos
habló ayer y nos seguirá hablando mañana.
Recordemos que, con el Santo Padre, en octubre iniciamos el Año de la Fe.
Una fe que se profese con los labios, con el cuerpo, con los ojos, con el
corazón, con la inteligencia, con la voluntad y con la vida. Para que la fe sea
profesada, tiene que ser celebrada. Pero esta fe, que es profesada y
celebrada, también tiene que ser internalizada, vivida; y porque está vivida,
porque “se hace carne” en nosotros, es una fe que nos lleva a la oración.
Recordemos estos pasos porque son muy importantes para nosotros: una fe
profesada, celebrada, vivida y rezada.
Que el Señor nos bendiga para vencer nuestra sordera, para escuchar más,
para levantar el peso de la mudez y poder hablar a Dios y a los hombres
con la propiedad del valor de la Palabra. En el Nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén