XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: St 2, 1-5:
Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos herederos del
Reino
Nuestra homilía tomará como punto de partida la carta de Santiago, que
pregunta “¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo -se pregunta el
apóstol Santiago en su carta- para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del
Reino que prometi a los que le aman?” (St 2, 5). En el Reino entran las personas
que han elegido el camino de las bienaventuranzas evangélicas; en el Reino entran
los puros de corazón que eligen la senda de la justicia, es decir, de la adhesión a la
voluntad de Dios, como advierte san Pablo: “¿No saben acaso que los injustos no
heredarán el reino de Dios?
Se puede afirmar que el tema de la pobreza bíblica atraviesa todo el Nuevo
Testamento. Ya desde el inicio de su actividad mesiánica, hablando en la sinagoga
de Nazaret, Jesús dijo: “El Espíritu del Seor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la buena nueva” (Lc 4, 18). Jesús consideraba a los
pobres los herederos privilegiados del reino. Eso significa que slo “los pobres de
espíritu” son capaces de recibir el reino de Dios con todo su corazn. El encuentro
de Zaqueo con Jesús muestra que también un rico puede llegar a participar de la
bienaventuranza de Cristo sobre los pobres de espíritu.
Jesús no crea división entre pobres y ricos, ni mucho menos afirma que los
ricos se condenen, lo que quiere decir es lo que enseña el Papa san León Magno
cuando dice: “No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que
los ricos el don de la humildad, ya que los pobres en su indigencia se familiarizan
fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la
soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que
de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se
sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor
ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.
El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las
condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo
incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias
en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada
es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes
terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que
desea más bien los bienes del cielo.
Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo
de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando
absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a
pescadores de hombres y lograron además que muchos otros, imitando su fe,
siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia
al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma,
dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con
bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles,
no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo” (Del Sermn 95 de
Sobre las bienaventuranzas).
Quiero subrayar, fundamentado en san Mateo, en su versión de las
Bienaventuranzas, nos explica que la sola pobreza material, como tal, no garantiza
necesariamente la cercanía a Dios, porque el corazón puede ser duro y estar lleno
de afán de riqueza. El reino de Dios exige una “justicia” profunda, nueva (Mt 5,
20); requiere empeo en el cumplimiento de la “voluntad de Dios” (Mt 7, 21),
implica sencillez interior “como los nios” (Mt 18, 3; Mc 10, 15); comporta la
superación del obstáculo constituido por las riquezas (cf. Mc 10, 23-24).
San Máximo de Turín ensea: “Para los necios, las riquezas son un alimento
para la deshonestidad; sin embargo, para los sabios son una ayuda para la virtud;
a estos se les ofrece una oportunidad para la salvación; a aquellos se les provoca
un tropiezo que los arruina” (Sermones, 95).
El hombre necio, rico de sí mismo, atiborrado de las criatura, que se olvida
de Dios y de sus hermanos, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta,
desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que
todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder.
Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por lo tanto,
necedad y riqueza pasajera. En cambio, el hombre pobre, sin bienes o con bienes
materiales, es aquel que confía en el Señor, no teme las adversidades de la vida, ni
siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido “un
corazn sabio”, como los santos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)