Comentario al evangelio del Lunes 10 de Septiembre del 2012
No enfrentéis el culto a Dios y el amor al hombre
“¿Hacer el bien o hacer el mal?”, “¿Salvar o dejar morir?”. Tan elemental es la pregunta que parece
demagógica. Pero es una pregunta de Jesús. Una vez más, la pelea entre el imperativo de la ley y la
necesidad de hacer el bien a la persona que sufre. La escena se produce en la sinagoga, en el centro del
culto, en un día que es sábado. La parálisis de un hombre en su brazo derecho tiene la culpa. ¿Curarlo o
no curarlo? Las dos partes lo tienen claro: La ley es terminante, dicen los fariseos. El hombre es lo
primero, proclama Jesús.
Aunque cuesta creerlo, los enemigos de Jesús se cierran a reconocer la evidencia. “Se pusieron
furiosos”, describe el Evangelio. Hay gente que enfrenta la ley y el amor. Diríase que, por no se sabe
qué ocultos mecanismos interiores, desaparecen del alma humana los más elementales sentimientos.
En el corazón del hombre se secan la compasión, la ternura, la misericordia, todo.
Todo había ido degenerando. El sábado vino de la mano de Dios, tras la creación de las cosas que le
habían salido tan buenas. Era día de descanso, día de la alegría del pueblo después de la liberación de
Egipto, día de la Alianza. Pero se fue tornando en algo insoportable y ridículo. Tan exagerado que
llegó a nimiedades como no poder arar la tierra o recoger leña. Bien sentenció el Maestro: El hombre
es Señor del sábado.
También en nuestros días, quién lo diría, las pequeñas batallitas nos impiden, a veces, abrirnos a
proyectos más incitantes. Colocar la lupa en ciertos puntos pequeños y discutibles se convierte en
lastre pesado que nos obstaculiza realizar o, por lo menos, ver acciones encomiables. Podemos dar una
imagen de una religión seca, formalista, dura, de espaldas a la vida y al dolor de los hombres. El más
clásico Tomás de Aquino pedía que la ley (y la norma) fuera “ordenación de la razón para el bien de
todos”; pues, como quería Jesús en la sinagoga, que las normas no hagan sufrir inútilmente a los hijos
de Dios.
Volvamos a los orígenes. Al sábado en que el Señor descansó. Y a nuestro domingo, Pascua y
Resurrección. Aquí no se enfrentan el sábado y la curación, la ley y el amor, el culto a Dios y el amor
al hombre. Pero si son la misma cosa: “Lo que hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos
conmigo lo hicisteis”.
Conrado Bueno, cmf