Comentario al evangelio del Miércoles 12 de Septiembre del 2012
Las Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas, si no nos puede la rutina, son una revolución, ponen patas arriba la escala de
valores que manejan los mortales. Ya no están en primera fila la violencia, la riqueza, el dominio, el
prestigio y cosas así. Quedan sustituidos por la paz, la mansedumbre y la pobreza del Reino. Lo que
era maldición se torna fuente de felicidad.
Hoy nos toca la versión de San Lucas. Ya sabemos que son más populares las de San Mateo. Lucas se
queda sólo con cuatro, y tienen un tono más agresivo, menos matizado que Mateo y, en contrapunto,
añade cuatro “ay”, a modo de malaventuranzas, hacia los satisfechos y llenos de sí mismos.
Es de rigor comparar las Bienaventuranzas con los Diez Mandamientos del Sinaí. Es el Viejo y el
Nuevo Testamento frente a frente. Recordamos esas cosas elementales: el Decálogo está escrito en
piedra; aquí, en el corazón del hombre, corazón que resulta nuevo. Allí, se trata de una ley de mínimos;
cerca del lago, se pretende el máximo de la ley, que se hace amor y santidad. En el Sinaí, encontramos
la ley por excelencia; en las Bienaventuranzas, la liberación o superación de la ley. En fin, donde había
normas morales, Jesús coloca una realidad viva. Así, este espejo de vida moral es un ideal de vida
abierto a todo el mundo. Los que se sienten muy buenos nunca lo podrán alcanzar en su plenitud; los
que se sientan frágiles y pecadores sepan que tienen un camino por donde comenzar a andar.
El esquema de su formulación es tripartito: una llamada a la felicidad, los sujetos de esa felicidad y la
razón de su felicidad. Jesús comienza llamándonos a la felicidad; todos buscan la felicidad, aun los que
dicen que no la buscan. La novedad chocante radica en los sujetos de la misma: los pobres, los
hambrientos, los que lloran, los despreciados a causa del Hijo del hombre. La luz aparece en la tercera
parte, en la promesa de Jesús: porque el Reino les pertenece, porque será grande la recompensa en el
cielo.
Nosotros podemos adoptar diversas actitudes. Algunas negativas. Por ejemplo, que, por repetir tantas
veces las palabras de las Bienaventuranzas, se nos hayan quedado sin color y sin sabor; no nos hieren,
no nos dicen. Otra cosa negativa sería pensar que son irreales; que no son manjar para todos. Y, acaso,
si no se piensa, se actúa como si así se pensara. Esperemos que nosotros seamos de los cristianos que
nos sintamos felices de verdad porque hemos encontrado la razón de esa felicidad. Dios nos ofrece un
Reino nuevo, y nosotros vemos lo que no ven los ojos del mundo. La vida en Cristo, vivir en Cristo es
vivir de los frutos de su Espíritu: paz, mansedumbre, justicia, pobreza. Es decir, las Bienaventuranzas.
Conrado Bueno, cmf