XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
De excursión
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando uno viaja por Tierra Santa, acostumbra a moverse por la región de Judea,
cuyo centro es Jerusalén y, si se desplaza al norte, no se mueve de Nazaret y sus
alrededores, mas el Lago con algunas de las poblaciones de su entorno. Conocer el
paisaje ayuda a entender mejor el mensaje evangélico. Yo, siempre que puedo, no
dejo de ir más arriba, hasta alcanzar las fuentes del Jordán. El territorio es
maravilloso. Nace el rio a los pies del Hermón, en el Antilíbano. Surge
principalmente de tres lugares: Hasbani, Dan y Banias. El entorno de Dan es
maravilloso, pero seguramente Jesús nunca lo visitó, dadas las connotaciones
religiosas del lugar. Donde sí viajó, nos lo dice explícitamente el texto evangélico de
la misa de hoy, fue a Cesarea de Felipe, lugar de antiguos cultos pastoriles, que
adoraban al dios Pan. Hay que reconocer que no goza de los caudales de agua
saltarina y de la vegetación exuberante que hay en Dan, pero impresionan, eso sí,
los grandes peñascos del entorno y un profundo agujero, repleto antiguamente de
fabulosas leyendas.
Desde el camino de ida se divisa el Hermón, con su helero visible hasta en verano.
El mismo paisaje que vería el Señor. El enorme hueco por donde entonces brotaba
el agua, hoy uno se asoma y lo ve seco, algún seísmo posterior resquebrajo las
rocas y el río se escurrió por debajo de ellas. Aparece el agua a no más de 200
metros. No hace mucho se ha excavado el terreno y encontrado múltiples
testimonios de la antigua población que cita el evangelio. Pese a ser lugar turístico,
aun es posible encontrar un rincón donde leer o recordar el acontecimiento
evangélico que ocurrió en el mismo lugar.
Retrocedo a la época del Señor. Cuando uno goza de soledad, silencio y amigos de
confianza, con espontaneidad surgen las confidencias. El Señor desearía pasar un
rato con sus amigos y conversar con sinceridad, de aquí que escogiera tan
acertadamente este lugar, donde nadie les interrumpiría.
Al Maestro, mis queridos jóvenes lectores, como a vosotros mismos, le interesaba
saber que pensaban los demás de Él, y aprovecha esta ocasión para preguntárselo.
Contestan ellos con evasivas: que si eres reencarnación del Bautista o de Elías…
¡amos anda!, que Jesús no está para estas frivolidades. Ahora, pues, tira con posta:
¿y vosotros quien decís que soy yo?. Y de esta no podrán salirse por la tangente.
Cuando estoy allí, y muchas veces en casa, en una iglesia o a la orilla de un
riachuelo, me hago la misma pregunta ¿Quién es para mí Jesús?. Discutimos y
estudiamos, para conocer mejor el texto evangélico, para saber mejor qué significa
cada frase, pero, por interesante y bueno que sea esta dedicación, cuando nos
presentemos al final de nuestra vida, no se nos examinarán de erudición bíblica. De
muchas personas ignoramos sus documentos de identificación, donde y cuando
nacieron y muchas otras cosas que a un investigador le pueden interesar, per,
cuando se trata de un amigo, lo importante es conocer su estilo de vida, sus
criterios de actuación, en una palabra, quien es, qué representa en nuestra vida
cotidiana, que lazos nos unen, qué podemos esperar de él o cómo puede confiar él
en nosotros. Responder no es cosa de sicólogo, ni de detective, es resultado de la
experiencia de trato no superficial. La vida de Jesús tiene para mí muchos
interrogantes, de lo que no dudo nunca es de que me ama enormemente y
constatarlo me hace cada vez más feliz.
Pedro, que no se distinguía por ser un intelectual, ha intuido la grandeza del Señor
y sin pensárselo, ni tomar precauciones, le responde acertadamente: eres el
Mesías. Otro relato paralelo nos dice que Jesús, reconoce que su respuesta se la ha
inspirado el Padre, el de hoy, se limita a recomendarles que no hablen con los
demás de ello y pasa a anunciarles lo que le espera. Al apóstol no le gusta lo que
les dice y quiere darle lecciones. La reacción del Señor es dura: quítate de mi vista,
satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios. Añade después: quien quiera
sentirse realizado que no busque triunfar, es preciso cargar la propia cruz, quien
quiera salvarse, que se arriesgue.
Se lo dijo a ellos y nos lo repite a nosotros. Cada uno de vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, individualmente o reunidos, haceos la misma pregunta. Mi vida
¿sigue criterios que dicta el mundo, que recomiendan los poderosos, que fascinan
con sus éxitos las estrellas del deporte, del espectáculo o de la música? ¿me dejo
deslumbrar por los que hoy son famosos o reconozco que nadie es como el
Maestro?