XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: St 2, 14-18:
La fe, si no se traduce en obras, está completamente muerta
Este domingo la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales:
“¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?”. Y a continuación: “¿Tu fe se traduce en
obras o no?”. Nuestra reflexión se va a centrar en la segunda carta del Apóstol
Santiago en la segunda lectura: la fe, sin obras, está muerta. ¿De qué sirve que
alguien diga “tengo fe, si no tiene obras? Santiago en este texto nos muestra un
cristianismo muy concreto y práctico.
La fe no es sólo adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino
también obsequio de la voluntad y entrega a Dios, que se revela. Es una actitud
que compromete toda la existencia. La fe, por una parte, hace acoger la verdad
contenida en la Revelación y propuesta por el magisterio de quienes, como pastores
del pueblo de Dios, han recibido un ‘carisma cierto de la verdad’. Por otra parte, la
fe lleva también a una verdadera y profunda coherencia, que debe expresarse en
todos los aspectos de una vida según el modelo de la de Cristo.
Por consiguiente, esta fe no es un pensamiento, una opinión o una idea. Esta
fe es comunión con Cristo, que el Señor nos concede y por eso se convierte en
vida, en conformidad con él. O, con otras palabras, la fe, si es verdadera, si es real,
se convierte en amor, se convierte en caridad, se expresa en la caridad. Una fe sin
caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta. El que cree de
verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen
sólo de palabra, dice Pablo: Van haciendo profesión de conocer a Dios, y lo van
negando con sus obras.
La carta Porta Fidei Benedicto XVI, con la que se convoca el año de la fe nos
dice que «Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10,
28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está
presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida
con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida
por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13,
34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el
Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la
alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la
enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo
en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. He 2,
42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del
Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don
del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo
para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos
concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos
cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la
palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un
año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en
el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la
belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser
cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los
carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor
Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia (…) La fe sin la caridad no da
fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda.
La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra
seguir su camino (…) Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo
amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el
camino de la vida».
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)