Comentario al evangelio del Miércoles 19 de Septiembre del 2012
Siempre tenemos una buena razón para disculparnos. Siempre encontramos el modo de
justificarnos para seguir haciendo lo que nos gusta hacer, para no movernos de donde estamos o para
no responder a las urgencias que nos impone el dolor y el sufrimiento de los hermanos.
Jesús lo dice, hasta con una cierta gracia, en el Evangelio de este día. Ve que sus contemporáneos
no le escuchan ni le hacen caso. Prefieren mirar para otro lado. Ni danzan ni lloran. Ni escucharon a
Juan Bautista ni al Hijo del hombre. Para todo encontraron razones que dejaron tranquilas sus
conciencias. Su vida podía seguir tranquila. Juan el Bautista era un radical extremo. Eso, ya se sabe, no
es bueno. Por el contrario, Jesús estaba con la gente, se acercaba a todos. Y claro, ya se sabe que un
hombre de Dios debe mantener una cierta distancia con la gente, sobre todo con los pecadores, para
poder ser creíble.
El problema es que el mensaje cristiano, en su sencillez, es radical. Absolutamente radical. Si
alguno no se lo cree, puede volver atrás y leer la primera lectura. Pablo explica cuál es el carisma
mejor. Habla del amor. Dice que lo demás son tonterías. Lo que vale es el amor. Sin amor todo lo
demás es inútil, pérdida de tiempo. Y el amor es entrega total. Supone una preocupación constante y
eficaz por el bienestar del otro. No es impuesto. No puede ser obligado por ley. Brota de dentro, de la
comprensión profunda de que somos hermanos y hermanas, hijos todos de Dios, miembros de la única
familia. Cuando nos damos cuenta de que el otro es siempre carne de mi carne, nace el amor, la
verdadera preocupación. La vida del otro es la mía. Su libertad es la mía. Su bienestar y felicidad son
míos. Si él no es libre, si no está bien, si no es feliz, yo no puedo ser libre ni estar bien ni ser feliz.
Por eso, cuando escuchamos palabras de este estilo tan radical como las de Pablo, preferimos hacer
como aquellos contemporáneos de Jesús: miramos para otro lado y nos decimos a nosotros mismos
alguna frase que tranquilice nuestras conciencias y nos deje seguir viviendo como antes, con nuestra
pequeños odios y rencores, con nuestros egoísmos, con nuestras soledades. Y nos alejamos sin
comprender que lo que Jesús nos ofrece es la única posibilidad de vivir una vida verdaderamente plena.
Fernando Torres Pérez cmf