Comentario al evangelio del Jueves 20 de Septiembre del 2012
La lectura de san Pablo nos centra en lo más fundamental del mensaje evangélico: “que Cristo
murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según
las Escrituras.” Ahí está lo más esencial de nuestra fe. Olvidarnos de eso, significa olvidarnos de casi
todo. La vida y la muerte de Jesús son el testimonio más vivo y luminoso del amor de Dios para con
nosotros que ha habido nunca. Y su resurrección es la confirmación de ese amor de Dios que quiere
nuestra vida y nos abre a una esperanza que es más fuerte que la muerte. Hasta ahí todo claro.
Pero nos podemos hacer la pregunta por quién es ese Cristo de que habla Pablo. No es una figura
celestial o angélica. No es un superhombre ni nada parecido. Es Jesús de Nazaret. Su vida se nos relata
en los Evangelios. Fue un hombre normal, anduvo por nuestros caminos, se sentó a nuestra mesa, tuvo
una forma concreta de actuar. En realidad, su forma de actuar, de hablar, fue el modo concreto como se
nos reveló Dios. Dios es el que resucitó a Jesús de entre los muertos. Pero Dios es también el que se
nos manifiesta cuando Jesús se relaciona con los fariseos, con los pecadores, cuando cura a los
enfermos, cuando cuenta las parábolas y cuando entona las bienaventuranzas. Así es Dios. Lo vemos
en los gestos y las palabras de Jesús.
El Evangelio de hoy es muy iluminador a este respecto. Jesús entra a comer en casa de un fariseo.
Tiene una actitud abierta. No condena a nadie. En los Evangelios vemos a los fariseos como enemigos
de Jesús. Pero no parece que Jesús esté cerrado a ellos. Le invitan a comer y va. Sin problema. Claro
que eso no significa que actúe como ellos esperarían que actuase. Cuando la pecadora se acerca a él,
Jesús no aparta sus pies. Deje que le toque y le haga impuro. Y de paso denuncia el rigor y la falta de
corazón de los fariseos. Dios es Dios de misericordia, de perdón. Dios es amor y sólo el que ama
mucho es capaz de perdonar mucho. Así es Jesús. Así es Dios.
Por eso no conviene olvidar que el Cristo resucitado de que habla Pablo es este mismo Jesús que en
sus palabras y gestos manifiesta y revela a Dios.
Fernando Torres Pérez cmf