Ni todos los que lazan son vaqueros, ni todos los que chiflan son arrieros
Domingo 26 ordinario 2012 B
Siempre me ha conmovido la sinceridad con que los apóstoles se presentan a sí
mismos en el Evangelio y lo hacen precisamente presentándose al rojo vivo, con
todas las situaciones propias de nuestra naturaleza humana. No se presentan como
superhéroes, ni como cristianos cien por ciento convencidos sino con las
limitaciones propias de nuestra condición humana. Los domingos anteriores se han
presentado como aquellos que tenían miedo de preguntarle a Jesús sobre su
condición y sobre aquello que sin duda alguna les sobrecogía, su muerte y algo que
no entendían, su resurrección. Luego se presentan a sí mismos como los que lejos
de su maestro que consideraba seriamente la inminencia de su muerte a manos de
sus enemigos, van discutiendo por el camino quién era el más grande entre ellos. Y
ahora para rematar, se presentan a sí mismos como queriendo formar una barrera,
un “getto” o un grupo compacto en el que no cabría ningún otro de los que habían
sido congregados en torno a Cristo Jesús. Fue la ocasión en que fueron enviados a
predicar el Evangelio, haciendo sus pininos llevando a las gentes no sólo la palabra,
sino también la curación y el bálsamo cuantas veces fuera necesario. Pero cuando
regresaron, le llevaron el chisme a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los
demonios, en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Así de
sencillo. Se sentían influyentes y no permitían entonces que nadie fuera de los doce
que el mismo Jesús había llamado, pudieran tener influencia o injerencia en la
conducción de los demás. Pero encontraron una fuerte oposición de parte de Cristo
Jesús: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi
nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra
nosotros, está a nuestro favor”. Con esto, Cristo abre de par en par, para que
todo aquel que está a la puerta, pueda entrar, pues la salvación es para todos los
hombres de todas las razas, de todas las lenguas y de todos los colores. Cristo es
de todos y para todos. Es lo que afirma Benedicto XVI en su documento Porta fidei,
que ya tendremos oportunidad de ir comentando en el presente año: “Caritas
Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros
corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los
caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf.
Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada
generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del
Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es
necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva
evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el
entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca
fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar”.
Es un párrafo precioso, que habrá que considerar muy despacito, para darnos
cuenta del entusiasmo que debe significar el habernos encontrado con Cristo y
comunicarlo a los demás, pero con entusiasmo y sin mezcla de egoísmo ni menos
de un sectarismo que nos haga vernos distintos de los demás, con una superioridad
que no denotan nuestras obras, pero con un grande deseo de que su palabra llegue
a ser verdaderamente patrimonio de la humanidad .
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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