Comentario al evangelio del Lunes 24 de Septiembre del 2012
Ya cuando estábamos estudiando teología dedicamos mucho tiempo a dialogar sobre qué
significaba dar testimonio, ser testigos de Jesús. Hablábamos de algo muy importante porque en
nuestro futuro inmediato, como misioneros, era lo que fundamental que pretendíamos hacer. Ser
testigos debería ser el eje central de nuestra vida.
Hoy sigue estando ese debate muy presente en la vida de la Iglesia. Pero tengo la sensación de que
la respuesta ha ido cambiando, de que ya no es la misma. En definitiva, nosotros nos respondíamos
algo que ya se decia hace siglos. El cristiano no se diferencia por tener unas leyes o normas especiales.
Tampoco por ir vestido de una manera especial. Ni siquiera el rasgo distintivo debe ser el rosario o una
liturgia especial. El cristiano, el discípulo de Jesús, se distingue por un estilo de vida. Dicho en otras
palabras: el “mirad cómo se aman.” Ahí está la clave. Vivir el amor de Dios en todo momento. Ése es
el elemento que debe caracterizar la vida del cristiano. Francisco de Asís, cuando mandó a sus frailes a
evangelizar en tierras musulmanas, lo expresó muy bien cuando dijo: “Evangelizad siempre, hablad
sólo cuando sea necesario.”
Estamos llamados a ser luz del mundo. No hay ninguna razón para ocultar esa luz. Pero lo
importante es la luz no el candelero. Lo importante es el amor experimentado, vivido, regalado,
compartido. Lo que lo adorna es eso, puro adorno. Las palabras, los hábitos, los rezos, todo eso puede
estar bien según el momento, la oportunidad. O puede estar mal y sobrar. Según el momento y la
oportunidad. Pero el amor de Dios hecho vida está siempre bien. Sin él no hay testimonio.
Vamos a ser luz para que todos vean la luz, para que todos experimenten el amor de Dios que ha
llegado a nuestros corazones. El amor es gratuito, generoso, misericordioso, no impone condiciones,
no exige nada. Simplemente se da, se regala, sin medida, sin límite. Cualquier condición, del tipo que
sea, no hace más que ocultar y esconder la luz que debe brillar para todos. Dios ha encendido esa luz
en nuestros corazones. No podemos ocultarla ni taparla. Dar testimonio es vivir como el que ha
experimentado el amor de Dios y lo comparte con todos. Todo eso y nada más que eso.
Fernando Torres Pérez cmf