DOMINGO XXV. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 9, 30-37
Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera,
porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre será
entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber
muerto resucitará.” Pero ellos no entendían lo que les decía y temían
preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: “De qué
discutíais por el camino?”. Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor.
Entonces se sentó, y llamó a los Doce, y les dijo: “Si uno quiere ser el
primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Y tomando un niño,
le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que
reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me
reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”.
CUENTO: LA ENSEÑANZA DE LOS NIÑOS
En una ocasión, el padre de una familia muy rica llevó a su hijo pequeño al
campo con la intención de que viera lo pobre que era la gente que allí vivía.
Estuvieron todo un día y una noche entera en la casa de un pueblo, con una
familia campesina muy humilde.
Al terminar el viaje, de regreso a casa en el coche, el padre le preguntó a su
hijo:
- ¿Qué te ha parecido el viaje?.
- ¡Muy bonito, papá!, contestó alegremente el niño.
El padre volvió a preguntar:
- ¿Viste lo pobre que puede llegar a ser la gente?
- Sí, dijo el niño.
- Y, ¿qué aprendiste?, volvió a insistir el padre.
El niño calló un segundo y, después de pensar, respondió:
- Ummmm… pues…, aprendí que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos
tienen cuatro. Que nosotros tenemos una piscina en medio del jardín y ellos
un río. Que nosotros tenemos en el patio unas lámparas compradas y ellos
tienen las estrellas. Que nosotros tenemos un terreno que llega hasta un
muro y ellos el campo.
Al terminar el relato de lo que había aprendido el padre quedó mudo…y su
hijo añadió:
- Gracias papá por enseñarme lo pobres que somos.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Vivimos tiempos donde el que más tiene es el que más vale. Si valoran las
cosas por sus dimensiones, no por su calidad interna. Nos impresiona el
tremendo coche de alguien, su casa fantástica, su cuenta bancaria abultada.
Y se alardea públicamente y se exhibe impúdicamente la riqueza y la
vanidad.
En los medios de comunicación llama la atención lo que vende, más que lo
que educa o transmite sabiduría. Los sabios mediáticos de nuestros días no
son los que realmente saben, sino los que más cacarean. Los pobres, la
gente sencilla no vende ni tienen nada que aportar a esta basura televisiva.
El objetivo hoy es ser el primero, salir en la tele, ser famoso, ser
importante, no importa cómo se llega.
También parece que los discípulos tuvieron esos problemas y en el
evangelio de hoy se ve cómo discuten sobre cargos y prebendas.
Y va Jesús y les echa buena bronca. Y les pone las cosas claras sobre lo que
significa ser discípulo suyo. Parece que no han entendido que Jesús trastoca
el orden valórico del mundo, donde el primero es el importante, el que llega
más alto, al que todos reverencian y sirven.
El poder para Cristo, el auténtico poder debe ser el poder del amor y del
servicio humilde a los demás. Es más quien se cree menos. Es más no el
que prepotentemente cree que más sabe, sino el que más escucha y
aprende de los otros. Enseñar es amar. No más camino de sabiduría
cristiana que el camino del amor concreto al prójimo necesitado.
Los niños que acoge Jesús no son sólo los niños en edad, sino el símbolo de
los que no cuentan, de los que no tienen nada importante que decir, de los
marginados, los pobres, los excluidos. Pero curiosamente en ese Reino de
Dios que nos trae Jesús, son ellos los que tienen la más importante palabra.
Acoger a un niño es acoger la sencillez, la humildad; es despojarnos del
poder prepotente y disponernos a elegir el poder del amor; es escuchar al
otro y dejarnos imbuir de la sabiduría de los pobres, de los que no cuentan,
de los que no tienen voz en el mundo mediático actual.
Como en el cuento, no pretendamos ser nosotros los sabios: muchas veces,
los niños nos dicen las verdades más profundas y nos enseñan un camino
de solidaridad y de humildad, como hizo aquel hijo con su padre.
Pero no es fácil vivir en esta actitud de pobre y de niño. Porque también en
nosotros anida la ambición, las ansias de poder y de mandar, las ganas de
acaparar y de sobresalir.
Vivir el camino que nos propone hoy el evangelio requiere de mucha
oración, de mucha escucha de la Palabra de Dios, de mucho contraste con
la comunidad, de mucha paciencia y confianza.
Es camino difícil pero es camino seguro de paz y felicidad. Porque estoy
seguro de que el fondo del corazón humano hay un alma de niño, un alma
inocente, un alma confiada, un alma que cree profundamente en el amor.
Ojalá que esta semana saquemos el alma de niño, la más pura esencia de
nuestra humanidad. Ojalá que esta semana sepamos escuchar al otro y
acogerlo con actitud de niño. Ojalá que estemos atentos a quien sufre a
nuestro lado la marginación, la soledad, la enfermedad, la depresión, la
pobreza, y tendamos nuestra mano a quien nos necesite. Ese pobre que
está cerca y que a veces está lleno y harto de cosas materiales. Ese pobre
que tiene rostro de inmigrante, de drogadicto, de mujer maltratada, de
mendigo, de vecino solitario, de anciano abandonado, de compañero de
trabajo atravesado por el dolor de haber perdido un ser querido…
Sé reflejo esta semana de la acogida de Jesús y abraza en tu corazón a
quienes se acerquen a ti. No dejes que nadie se aleje de ti sin haber
recibido tu sonrisa, tu ayuda o tu bendición.
¡QUE TENGAS UNA FELIZ, HUMILDE Y SERVICIAL SEMANA!.