XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
Pautas para la homilia
¡Ojala todo el pueblo fuera profeta!
Misión profética del cristiano en el mundo.
El Concilio Vaticano II, presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios y Sacramento de
Reconciliación para todos los hombres, poniendo de relieve esta condición profética
de todos los cristianos por el hecho de serlo. Habla después de los carisma o
cualidades como dones del Espíritu para la construcción de la Iglesia, recogiendo la
doctrina se S. Pablo sobre el cuerpo místico de Cristo. En este sentido la Iglesia es
mediadora de la salvación no solo a través de sus ministros, ya que actúa por todos
sus miembros debidamente estructurados. Por eso, cada cual en el lugar que le
corresponde sigue siendo alguien necesario en la construcción del Reino de Dios.
La misión profética del cristiano en medio del mundo es ayudar a descubrir donde
está Dios, las huellas de Dios, poniendo de relieve cual es su proyecto para con los
hombres y por donde van hoy sus designios de salvación ya que el Espíritu está
siempre presentes en la sociedad y en la cultura en que vivimos. Por eso es muy
interesante subrayar la necesidad de hacer visible el mensaje de Jesús siempre
actual en sus valores, a veces ocultos en una religiosidad más pendiente de lo
normativo o lo ritual que no transparenta los valores más vivos que predicó Jesús
fundamentados siempre en la justicia y el amor.
¿Qué es hacer milagros o echar demonios?
Jesús nos descubre en su vida pública un modo nuevo de ser profeta fundado en el
poder de todos los hombres y mujeres para cambiar el mundo venciendo el mal con
la fuerza del bien. Es una forma l de hacer milagros o echar demonios, porque
todos tenemos la posibilidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, trabajando por
un mundo más justo y humano. En este sentido todos somos agentes de esa
trasformacin, aunque no estemos “catalogados” en grupo determinado de accin
pastoral.
Y es que ningún grupo humano por muy elevado que sea tiene la exclusiva y menos
el monopolio de hacer el bien Es la gran enseanza que nos da Jesús, “no es de los
nuestros”, pero no se lo impidáis. El bien siempre es obra de Dios, todos los
esfuerzos para luchar por la liberación y la dignidad humana donde quiera que sea
nos hablan del amor de Dios a los hombres y de su acción liberadora frente a las
víctimas del odio, la explotación, el desprecio, la discriminación injusta y la falta de
amor.
Dios siempre actúa en la historia de forma insospechada para nosotros. La duda
surge, para algunos, cuando no es la Iglesia oficial la que actúa o habla, porque nos
parece que nos falta una seguridad que nos viene de la Institución que nos protege.
Pero el creyente adulto debe huir de dos extremos, muy frecuentes en la sociedad
actual. Por una parte el caer en un relativismo ante el magisterio de la Iglesia sin
tenerlo en cuenta, viéndolo como algo que coarta la libertad humana, pero también
está la postura contraria, cómoda, conformista y falta de crítica, que impide tomar
posturas adultas y personalizadas en la fundamentación de la propia fe.
El bien que podemos hacer, signo de la presencia del Reino de Dios
entre nosotros.
El evangelio de hoy tiene una segunda parte en la que Jesús señala con tonos muy
gráficos y a la vez duros, la postura que sus discípulos deben tener ante el bien o el
mal que siempre pueden estar presente en la propia conducta:
Primero, nos dice que cualquier acto, cualquier gesto, por muy pequeño que sea,
como el dar un vaso de agua a quien tiene sed no quedará sin recompensa, porque
siempre será un signo del Seguimiento de Cristo y una mediación en la
implantación del Reino. Pensemos en tantas obras asistenciales de la Iglesia, para
muchos el único signo visible de la presencia de Dios en la Iglesia institucional. Un
vaso de agua es muy poca cosa, quizás por esto señala algo al pareces sin
importancia pero no carente de valor. De ahí que el ejemplo tan demostrativo
elegido por Jesús, porque nuestro Padre Dios se ocupa de las necesidades
aparentemente pequeñas de sus hijos.
Advertencia sobre la posibilidad del escándalo.
A continuación Jesús, como contraste, habla del mal, nos advierte de la fuerza del
mal siempre posible en nosotros. El lenguaje metafórico es duro, nos habla de ser
intransigentes cuando alguien es causa de escándalo para los que el evangelio
llama, “pequeos” es decir, los frágiles, los sencillos, aquellas personas que por su
falta de formación pueden ser dañadas en su fe.
Este texto se ha aplicado con frecuencia para señalar el cuidado que debemos tener
con los niños, los menores de edad, hoy por desgracia es un tema de actualidad por
los casos de pederastia. Pero no debemos restringir su intencionalidad. Jesús nos
viene a decir que todos somos responsables de la fe de los otros y debemos cuidar
de ella. Lo interesante es señalar que al recalcar todo esto, con un tono tan fuerte,
quiere subrayar la gravedad de estas actitudes a veces frívolas o despreocupadas
que se dan entre nosotros con frecuencia, porque todos somos responsables de la
fe de nuestros hermanos.
El peligro de las riquezas.
En este mismo tono, y como una aplicación de lo anterior nos habla Santiago en la
segunda lectura. Es una reflexión sobre al papel que el dinero puede adquirir en la
vida de los seguidores de Jesús. El Apóstol nos presenta el dinero como un peligro
por su mal uso, puede ser incluso un ídolo, que al centrarnos en él, nos aparta de
Dios. No es un mal en sí mismo, pero la acumulación del dinero, a veces
injustamente ganado, repercute a su vez en el empobrecimiento de los demás. Y en
definitiva nos aparta del proyecto de Jesús para con nosotros. Aquí tampoco caben
componendas o medias tintas.
Sigue siendo hoy un tema de actualidad. Se habla mucho del enriquecimiento de
unos pocos, rápido y a cualquier precio, es la cultura del pelotazo, a la vez también
se ofrecen estadísticas para concienciarnos sobre el hambre y el subdesarrollo que
sufre gran parte de la humanidad como consecuencia de esa acumulación de
riquezas por unos pocos. Pero el acostumbramiento al bienestar es esta sociedad
nuestra, hace que a la larga todo sigua igual. El peligro está en que fácilmente nos
centramos en nuestro propio Yo, en nuestro afán de poseer, de comodidad, de
bienestar y, en consecuencia, nos alejamos de los demás. Ignoramos o no
queremos ver las situaciones penosas que viven una gran parte de la humanidad al
carecer de lo más elemental. Como defensa, siempre tendremos miles de
argumentos para justificar nuestra demasía en el consumo y en afán de bienestar
egoísta.
Como se ve, también en esta carta de Santiago, de tonos enérgicos y muy
expresivos, encontramos motivos para la radicalidad y la intolerancia ante el mal.
Es una exigencia para seguir el proyecto que nos ofrece Jesús en su seguimiento
para la implantación del Reino.
Fr. Jesús Mª Gallego Díez O.P.
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)