XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas bíblicas:
a.- Nm. 11, 16-17. 24-29: ¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del
Señor fuera profetas!
En esta primera lectura, encontramos el episodio de la efusión del espíritu sobre los
setenta ancianos, reunidos en torno a la tienda del encuentro. Ellos ayudarían a
Moisés a conducir a su pueblo. Esta efusión, es respuesta de Yahvé a las oraciones
de Moisés, que se le hace muy pesado conducir este pueblo que había crecido en
número, y su gobierno, se hacía difícil (cfr. Nm.11, 11-15). Este espíritu, es parte
del espíritu de Moisés (v.25), si queremos definirlo, se habla del espíritu de Dios
que crea, ordena, mueve al hombre y su historia; Moisés lo posee como guía de
Israel. Para otros, autores, es el espíritu profético, que reciben los ancianos, en
forma temporal; Dios puso a Moisés al frente de su pueblo ciertamente, lo colmó de
dones y virtudes, en su espíritu, precisamente para cumplir con su rol. Si los
ancianos asumen parte de su misión, es lógico, que posean parte del espíritu que lo
anima. Paradojalmente dos de ellos, los ancianos Eldad y Medad, convocados como
los otros, pero que no asistieron a la tienda, también recibieron el espíritu de Dios,
y se pusieron a profetizar fuera del campamento (v.26). Había sido el mismo Dios,
quien había establecido el encuentro de Moisés y los ancianos en la tienda, pero se
ve que el espíritu quiere alcanzar a todos los hombres convocados. El espíritu,
actúa también fuera de la tienda, con los que manifiesta su libertad, con lo que la
investidura de Eldad y Meldad, es acción novedosa y sorprendente del espíritu de
Dios. Informado Josué por un muchacho, pide a Moisés, prohibírselo, sin embargo,
Moisés ve la acción de Dios y acepta la novedad y libertad del actuar divino, que
donde quiere, puede suscitar sus carismas y dones para enriquecer a los hombres,
y con ello a su pueblo (vv. 28-29). La autoridad de este modo queda supeditada a
la acción del espíritu de Dios.
b.- Sant. 5,1-6: Vuestra riqueza está corrompida.
El apóstol Santiago, hace una durísima invectiva, como el profeta Amós, contra las
clases ricas causantes de injusticias a nivel político y económico en Israel de su
tiempo. Esta crítica, es la más dura de toda la Escritura respecto a los ricos (cfr. Is.
5,8-10; Jer. 22, 13-14; Am. 5,11; Miq. 2,89). En esta epístola, los ricos son impíos
y los pobres temerosos de Dios, estos ricos por el contexto, serían personas de
fuera de la comunidad y no cristianos opulentos (cfr. Sant.1, 9-10; 2,1ss). En la
primera parte, encontramos la suerte de los ricos (vv.1-3); en la segunda de habla
de su culpa (vv.3-6). La suerte de los ricos, será la desdicha más espantosa, puesto
que colocan su confianza en las riquezas, son realidades inconsistentes,
transitorias, precarias absolutamente. A esto se suma, la visión escatológica que
posee, hasta el día del Juicio final, donde Dios impartirá su juicio sobre la conducta
de los hombres y en particular, sobre los ricos, la que será muy severa. Les
asegura, que su riqueza ya desde ahora es podredumbre, y sus vestidos están
apolillados, es decir, un insecto acaba con ellos, como el orín acaba con el oro, que
pierde valor y belleza. Se han apoyado en realidades terrenas, sus corazones están
apegados, precisamente a aquello, que no les pueden dar la seguridad que buscan.
Su confianza en los bienes materiales, testimonia contra ellos mismos, es el fuego
que los consumirá en el último día. En un segundo momento expone su culpa: el
aumento de su riqueza, es a fuerza de aumentar la pobreza de sus labradores.
Pecado grave, era retener el sueldo de los trabajadores (cfr. Dt. 24,14; Jer.22,13),
lo que la Ley pretendía era educar a los ricos y pobres que dentro del pueblo de
Dios, eran hermanos, a pesar de la distancia económica que existía. No cumplir con
estos deberes de justicia, era condenable, pero Yahvé defensor del pobre, escucha
el gemido de los labradores, como la sangre de Abel, en otro tiempo (v.4-6; Gen.
4,10). Si no cambian de actitud, su destino es la perdición, ya que el Señor no
soporta la injusticia contra el pobre. El colmo de la situación, según Santiago, es
que estos ricos siguen disfrutando de los placeres que les dan sus riquezas, ante la
inminencia de la venida del Señor, el Juez está a la puerta (cfr. Sant. 5,9; Mt. 24,
38-39.49; Jr.12,3), con lo que manifiestan un claro desprecio por la Ley de Dios.
No reconocen los derechos de los hombres, los justos, los pobres saben lo que
pueden esperar de los ricos, la injusticia, lo que aumenta su culpabilidad. A esta
visión moral, el apóstol agrega la dimensión profética: Dios cambiará la situación,
levantará al pobre y humillará al rico, la predicación de la palabra de Dios aumenta
la esperanza en la intervención divina en la situación social (Sab. 2, 10-20).El
Señor está ya próximo.
c.- Mc. 9,38-43.47-48: El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
El evangelio que leemos tiene dos secciones: la primera se refiere, al uso del
Nombre de Jesús (vv.38-40), la segunda, acerca del escándalo propio y ajeno
(vv.42-50) que hemos evitar en todo momento. Mientras Josué, pide a Moisés
prohibir a dos que comenzaron a profetizar, en la primera lectura, además, de los
otros que habían ido a la tienda a recibir el espíritu de Yahvé, vemos que en el
fondo, se quiere monopolizar el poder recibido de Dios, cosa imposible porque es
ÉL, quien designa a quien se lo concede con largueza y magnanimidad. En el
evangelio, encontramos a uno que hace exorcismos en Nombre de Jesús, pero los
apstoles, se lo quieren prohibir porque “no anda con nosotros” (v. 38), dice Juan.
Nuevamente encontramos el celo exclusivista, estrechez de espíritu, deseo de
monopolizar el carisma. Apertura y tolerancia, es lo que vemos en la actitud de
Moisés (Nm. 11, 28-29), lo mismo hace Jesús: “Pero Jesús dijo: «No se lo
impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego
sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por
nosotros.» (vv. 39-40). Se cumplen las palabras del profeta: “Sucederá después de
esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.
Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.” (Joel 3,1-
2). Es propio de los tiempos mesiánicos, la efusión del Espíritu, como Pentecostés,
fundación de la Iglesia, como comunidad abierta y misionera para con todos los
hombres que buscan la verdad. Los apóstoles, se creían dueños de todo lo se
relacionara con Jesús, incluidos sus poderes, más aún, depositarios únicos de su
Nombre, misión, evangelio. Pero Jesús, su evangelio, el Reino de Dios, el carisma
de la predicación y exorcismo, no son monopolio de nadie, pertenecen a la Iglesia.
Será San Pablo, quien aclare que hay muchos carismas, pero un solo Señor, un solo
Espíritu, que los reparte, un solo Dios y Padre de todos (cfr. 1 Cor. 12,4-11). Jesús
está formando a la comunidad de los Doce, pero tampoco deja de instruir a las
gentes. Esto provoca en los apóstoles, la idea equivocada de gozar de una relación
exclusiva con Jesús, lo que traía una separación entre los que estaban con ÉL, y los
de fuera del grupo. El exorcista, en cuestión por no pertenecer a los Doce, pero que
actuaba en el Nombre y con el poder de Jesús, no debía realizar tales obras, según
el apóstol Juan. Hablamos entonces del discipulado, más como un privilegio que
como de un servicio, más se trataría de una clase, que de una universalidad, le
falta la experiencia angular de mirar su condición y la de sus compañeros más en
clave misionera, evangelizadora; defiende una postura, más que difunde una
enseñanza, de lo que es o significa ser discípulo de Jesús, y lo recibido de ÉL. La
corrección que hace el Maestro, es muy sabia: si ese hombre exorciza en su
Nombre y con su poder es porque está en comunión con ÉL, a la hora de vencer a
Satanás. El que invoca ese poder necesariamente debe estar en comunión con ÉL,
por lo tanto, no puede ser enemigo suyo, que siga trabajando por el Reino de Dios,
aunque no pertenezca al grupo de los Doce. Toda esto revela que Jesús de Nazaret,
posee sentido común, sabiduría, abierto a la diversidad, expresión de un sano
pluralismo.
Santa Teresa de Jesús, nos invita a la alegría propia de la fe, de creer en Cristo, y
vivir, velar por sus intereses. “Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios
como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias
que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este
amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que
todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte
en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude
para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas
decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Seor.” (Exclamaciones 7,3).