XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
MIERCOLES
Lecturas bíblicas
a.- Jb. 9, 1-12. 14-16: El hombre no es justo frente a Dios.
b.- Lc. 9, 57-62: Te seguiré a donde vayas.
Este evangelio nos presenta la vocación de tres hombres, dos que se ofrecen
espontáneamente a Jesús para seguirle y otro llamado por ÉL (vv. 57. 59. 61). El
primer hombre, se presenta con absoluta disponibilidad para seguirlo, justo en el
momento, en que Jesús sube a Jerusalén a sufrir su pasión. Caminante infatigable,
sin hogar, es más “no tiene dónde reclinar la cabeza” (v.58) El discípulo, debe
asumir la suerte y destino del Maestro. Es duro carecer de cosas, patria y un lugar
donde reposar. Con ello, se quiere dar a entender, que el discípulo, debe estar
dispuesto a peregrinar, ser expulsado, renunciar a su hogar y reposo. El segundo
hombre, responde al llamado del Maestro, pero no inmediatamente, pues debe
enterrar a su padre, deber inexcusable ente los judíos. La respuesta de Jesús
parece dura, pero, su llamado es pasar precisamente de la muerte a la vida, por
eso dice: “deja que los muertos entierren a los muertos” (v. 60) No aceptar a
Jesús, como Maestro, no ser su discípulo, querer no aceptar su mensaje del Reino,
y la vida eterna, es estar en la muerte. En cambio, quien lo acepta, está en la vida,
por medio de su Palabra que salva y da vida eterna. Sólo tiene que anunciar el
Reino, su proclamación lo es todo, precede a lo demás y no admite demora. Si
Jesús camina es para proclamar, aunque su mirada está puesta en su elevación, la
cruz, es decir, en su muerte y resurrección. El tercer hombre, está dispuesto a
todo, pero también, retarda su seguimiento. Le llama Señor, le reconoce el derecho
a disponer de él como quiera. Sin embargo, pide despedirse de los suyos; lo mismo
que pidió Eliseo a Elías (cfr. 1 Re. 19,20). Jesús no permite ir a despedirse, porque
el discipulado conlleva desprendimiento de los familiares, desapego, es lo que exige
la fe. No sólo debe negarse, sino saber, dónde dirigir sus pasos, es decir,
entregarse completamente a la obra de salvadora de Jesús, sin reservarse nada. El
símil del arado, puesto en la mano, significa dedicación plena, pensar y querer sin
divisiones. Así como Jesús, obedece a la palabra de Dios, también el discípulo, debe
hacerla vida, saber que encierra el misterio de morir, y en Cristo para resucitar.
Sólo así el discípulo representa a Jesús, es su testigo, heraldo de su evangelio. En
ÉL está presente el Reino de Dios. El discípulo debe estar dispuesto adonde vaya
Jesús, escucha su palabra creadora para reconocerlo Señor, y así contribuir e
integrar a otros en la obra salvífica de su Maestro.
Santa Teresa de Jesús, mira su vida, y la de todo cristiano como un don de Dios,
que lo mejor es ofrecérsela al mismo Dios, siguiendo a su Hijo, haciendo su
voluntad, por el camino de la oración. “Torno a decir que está el todo o gran parte
en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad
comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha
dado su voluntad, ¿qué teme? Claro está que si es verdadero religioso o verdadero
orador, y pretende gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear
morir por él y pasar martirio. Pues ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen
religioso y que quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio?
Largo, porque para compararle a los que de presto los degollaban, puédese llamar
largo; mas toda es corta la vida y algunas cortísimas. Y ¿qué sabemos si seremos
de tan corta, que desde una hora o momento que nos determinemos a servir del
todo a Dios se acabe? Posible sería, que, en fin, todo lo que tiene fin no hay que
hacer caso de ello; y pensando que cada hora es la postrera, ¿quién no la
trabajará? Pues creedme
que pensar esto es lo más seguro.” (Camino de Perfección 12,2).