XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Jb. 19,21-27: Yo se que está vivo mi Salvador.
b.- Lc. 10, 1-12: Vuestra paz descansará sobre ellos.
Esta nueva misión requiere de otros 72 enviados, mandados a Israel. Este número
hace referencia a los pueblos, que componían la humanidad (cfr. Gn.10), a la cual,
ahora Jesús llama a escuchar su Palabra. Los enviados, son sus heraldos, pero
también, sus testigos (cfr. Dt. 19,15; Mt. 18,16), van delante del Señor, preparan
su llegada. Los hombres son comparados a la mies, que se ha de recoger en el
Reino de Dios. Jesús va a Palestina, comienzo de la recolección que se extiende a
toda la tierra; reconoce la buena voluntad de muchos, pero son pocos los obreros,
para un campo tan vasto. Este trabajo exige una entrega total. Dios es el dueño de
la mies, la acogida como la recolección es obra suya, lo mismo, que las vocaciones
que suscita, que con entrega total e indivisa, introducen a los hombres en el Reino
de Dios. La oración por ellos, mantiene viva la gracia de la llamada y del envió (cfr.
1 Cor.15, 10; 3,7-10). Ir a la misión es lo primordial, el aprovisionamiento y la
propia defensa, pasan a segundo plano. Son enviados, “como corderos en medio de
lobos” (v. 3), que como Israel, confía en que su pastor lo salve y custodie. Ellos son
ahora el nuevo Israel (cfr. Mt. 5, 3ss), los envía como pobres, como condición para
entrar en la vida eterna, dedicados a su misión, sin que nada los disturbe. El
anuncio exige estar despiertos, y con prisa llevar el anuncio (cfr. Hch. 8,30). Jesús
los reviste de mansedumbre y paz, frente a la hostilidad, pobreza, para anunciar el
Reino sin tardanza. Su saludo será de paz, es decir, produce lo que expresa, en los
elegidos por Dios para la salvación. Jesús es esa paz, objeto del amor de Dios, para
quien lo acoge (cfr. Núm.11, 26; 2 Re. 2,15; Is. 45, 23). Si el objetivo de los
misioneros, es predicar la palabra de Dios, se alojarán en la casa que les brinde paz
y hospitalidad; será su propia casa. No será el bienestar, el objetivo de su estadía,
el peligro está en cambiar de casa, lo que habla mal del misionero, pues no sería la
palabra de Dios, lo que le importaría a la hora de predicar. Perjudicaría la misión y
se perjudicaría el enviado. Los que anuncian la palabra del Reino de Dios, otorgan
un don mayor, de lo que puedan comer o beber (cfr.1 Tm. 5, 18; 1 Cor. 9, 11).
Como es el anuncio del evangelio, lo que preocupa a la Iglesia, la nueva
evangelización es para toda la sociedad. Los valores fundamentales siguen siendo
los mismos: los enviados, la fuerza poderosa y creadora de la palabra de Dios, y la
mies inmensa, que recibe la invitación divina y también están los que la rechazan;
la misión es urgente, pero dentro del tiempo de la Iglesia, tarea paciente que Dios
ha iniciado, y completará, con la esplendida recolección para la vida eterna. A
nosotros, nos toca acoger y predicar esa Palabra, como discípulos y testigos del
nuevo pueblo santo de Dios.
Santa Teresa de Jesús, “¡Oh santa Esposa!, vengamos a lo que vos pedís, que es
aquella santa paz, que hace aventurar al alma a ponerse a guerra con todos los del
mundo quedando ella con toda seguridad y pacífica. ¡Oh, qué dicha tan grande será
alcanzar esta merced!, pues es juntarse con la voluntad de Dios, de manera que no
haya división entre El y ella, sino que sea una misma voluntad; no por palabras, no
por solos deseos, sino puesto por obra; de manera que en entendiendo que sirve
más a su Esposo en una cosa, haya tanto
amor y deseo de contentarle, que no escuche las razones que le dará el
entendimiento, ni los temores que le pondrá, sino que deje obrar la fe de manera
que no mire provecho ni descanso, sino acabe ya de entender que en esto está
todo su provecho.” (Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares, 3,1).