Para torear y casarse, es necesario arrimarse
Domingo 27 ordinario 2012 B
Entre tantas cosas que los fariseos le propusieron a Cristo para hacerlo caer en una
trampa, una cuestión muy importante para ellos fue la cuestión del divorcio. Y le
plantearon directamente la pregunta, pues en su tiempo había dos opiniones
encontradas, los que decían que el marido podía despedir a la esposa por cualquier
motivo, tan fútil como que se le quemaran los frijoles hasta aquellos que hacían
muy difícil la disolución del vínculo matrimonial. Cristo como siempre, pasa por en
medio, los deja con un palmo de narices, pero fija definitivamente su parecer,
haciendo que sus detractores se fijaran no en lo que Moisés había prescrito por la
dureza de corazón de los hebreos, sino lo que fue la idea original del Creador para
la pareja humana, uno solo, con una sola y por toda la vida, la fórmula perfecta de
la felicidad y lo que se convierte en una fuente de energía para lograr subsistir en
medio de las dificultades y los embates del mal sobre la pareja humana, e incluso,
servir de modelo para testimoniar el amor grande de Dios para la humanidad, y el
amor de Cristo casto y pobre hacia la Iglesia necesitada constantemente de
purificación y de regeneración: “desde el principio, Dios los hizo hombre y mujer.
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán
los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne, por eso,
lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Tres renglones apenas para que Cristo describa la sublimidad del matrimonio, esa
institución que alguien ha descrito como patrimonio de la humanidad y que
curiosamente está siendo desprestigiada y bombardeada por todos lados, queriendo
hacerla desaparecer de sobre la superficie de la tierra.
Dios los hizo hombre y mujer… Nunca nos cansaremos de ver caminar a una pareja
de jóvenes que alegres muestran su sonrisa, su cariño y su confianza y más nos
alegramos al considerar que de ese cariño y de esas promesas, surge espontanea
pero bien pensada esa unión matrimonial que de ninguna manera viene a ser un
contrato entre hombres, sino una garantía y una constancia entre ellos de algo que
es indisoluble porque es la garantía de paz, de sosiego y de tranquilidad,
condiciones propias para traer al mundo y educar el fruto de esa unión, los hijos
que siempre serán la gloria y el honor de la pareja humana.
“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán
los dos una sola carne”… Se necesita madurez y entrega generosa para dar ese
paso, desprenderse totalmente interna y externamente de los padres para integrar
la nueva familia humana. Muchas de las desgracias de los matrimonios actuales
tienen su raíz en esta situación, porque él o ella no han sido capaces de
desprenderse del cariño o de las reglas o de la disciplina de los propios padres, para
no seguir siendo apéndices de ellos, sino fuertes, dinámicos y desprendidos para
constituir una nueva familia, sólida, fuerte y armónica.
“por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”… ni la suegra ni nadie se
atreva a atentar contra la vida de una nueva familia. (Pasará la pena negra, la que
viva con su suegra). Aquí tenemos que acentuar los renglones y empeñarnos en
matrimonios sólidos, con una solidez que venga desde un noviazgo sólido, fuerte,
decidido y sincero que dé paso a una unión sólida, estable y que pueda continuarse
ante los embates muy naturales que la vida y el acontecer los hombres van
planteando. Y si hablamos de matrimonios sólidos, la única solidez y la garantía de
un amor decidido y leal entre la pareja humana, será el amor de Cristo que dio
muestras claras de cómo debe ser el amor a la persona amada, hasta dar la vida
por ella.
¡Si quieres hacer algo hoy por la humanidad, defiende el matrimonio y el auténtico
amor en la pareja humana!
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx