XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Proselitismo Sectario
Padre Pedrojosé Ynaraja
El texto evangélico que se lee en la misa del presente domingo, mis queridos jóvenes lectores,
tiene dos partes de contenido diferenciado.
En primer lugar, se condena la envidia colectiva, de manera semejante a lo que se lee en el
párrafo del libro de los Números. Uno corresponde a la época de Moisés, el otro a la apostólica.
Mi comentario lo redactaré desde esta última.
A veces tenemos la idea de que únicamente el grupito de los doce formaba la elite exclusiva de
los seguidores de Jesús. En la lectura completa de los cuatro evangelistas aparecen otras
personas que le aprecian y especialmente en el momento culminante de la muerte del Señor,
no son precisamente discípulos los que se arriesgan a presentarse ante la autoridad para
rescatar su cadáver y darle digna sepultura. Su familia, que en el momento en que se habla de
que el Maestro está desequilibrado, acude para llevárselo y protegerlo, es otro ejemplo.
Algunos de los discípulos del Bautista, idem de idem…
Los doce pretendían poseer el monopolio y denuncian que gente que no es de los
suyos, obren de acuerdo con las enseñanzas y poderes que Jesús había otorgado con
liberalidad. No aceptaban que quien no pertenecía al grupo pudiera hacer el bien. El
Maestro no solo les recrimina su proceder, sino que concede categoría a aquellos que
en su nombre, aunque sean desconocidos, siguen sus enseñanzas. El que no está
contra nosotros, está a favor nuestro, dice.
Que hoy en día, el mundo occidental sufra grave decadencia, cultural, espiritual y
religiosa, es evidente. La vaciedad dominical de muchas de nuestras iglesias lo
patentiza. De idéntica manera, ciertos conjuntos de personas dan pública prueba de su
adhesión a la Iglesia. Asistencia a misa, recepción habitual de los sacramentos,
preocupación por escoger con esmero el centro escolar donde recibirán los hijos
formación cristiana, son buenos ejemplos. Lo malo es que con frecuencia se creen
únicos poseedores de la verdad, de los métodos y de las vivencias cristianos. Y van por
el mundo, no predicando los valores y esperanzas del Reino y la cariñosa paternidad
de la Santa Madre Iglesia, sino las excelencias de sus encuentros, de su grupo, o las
virtudes de su fundador o líder. Recuerdo que hace años, vinieron por mi casa a uno de
los encuentros que nos reunía, encuentros de búsqueda y amistad de orientación
cristiana los llamamos, y, en vez de interesarse por nuestras inquietudes y ensueños,
solapadamente, sentenciaban que lo nuestro era diarrea mental, pura verborrea, liturgia
de bella estética espiritual. Que debían irse con ellos, cuyas actividades sí que tenían
categoría. Nada consiguieron. Ni pesca, ni mejoramiento de los presentes.
Os escribía en singular, mis queridos jóvenes lectores, pero mientras lo hacía, he ido
recordando que fueron varias las ocasiones que esto ocurrió. Pienso también en un
compañero de bachillerato, que desde tierras asiáticas, me enviaba una postal
comunicándome que vivía entregado a propagar y captar personas para su institución,
que no niego, era buena. Me limité a decirle: pues yo me he quedado aquí, tratando de
dar a conocer el mensaje de Jesús, a su Iglesia y a enriquecer con su Gracia.
Lo he dicho muchas veces: más que la división de los cristianos, me preocupa la
fragmentación y rivalidad entre los católicos.
Segundo tema. Importante siempre, pero de gran actualidad periodística. La gravedad
de la corrupción de los menores. Cuando yo era pequeño, en época de preparación a
mi primera confesión, insistían aquellos buenos Hermanos Maristas, en la importancia y
maldad del escándalo a los menores. Recuerdo que le daba vueltas y más vueltas a mi
memoria, preocupado, sin encontrar que hubiera cometido un tal pecado. Imaginaba
que se refería a enseñar a robar, a mentir o a blasfemar. Por más que pensaba no
recordaba haber caído. Habría cumplido poco más de 20 años, cuando, sorprendido,
descubrí que existía la tristemente llamada pederastia. Confieso que si no fuera por
estudios y confidencias, nunca hubiera imaginado que existiera. Ahora lo sé y
reconozco la importancia, malicia y repugnancia de este proceder.
Al leer el evangelio me doy cuenta de que ya en tiempos de Jesús existía tal execrable
conducta y recibimos la advertencia de que se debía de huir de este pecado,
condenándolo con expresiones muy entendederas para los oyentes directos. En
Cafarnaun y en otros lugares de aquellas tierras, he visto ruedas de molino de diferente
diseño, siempre muy grandes, y he entendido mejor la enorme condena que del pecado
de enseñar el mal, de hacer el mal, de ensuciar malignamente, a un niño, él o ella,
hace el Maestro.
Pese a que el acento del texto se pone en la pederastia, no se olvida Jesús de condena
el mal proceder con cualquier persona, aunque sea un adulto, empleando expresiones
de tinte totalmente semítico, cortarse el brazo, arrancarse el ojo, extirparse la pierna, no
es lo que desea el Señor que hagamos. Pero sí que sepamos prescindir de su radical
utilización para hacer el mal.
Somos cuerpo y corporalmente debemos hacer el bien y excluir el mal. San Pablo
añadirá: glorificad a Dios con vuestro cuerpo (I Cor 6,20). La mano de la Hermana que
en el Cottolengo cuida a una criatura, la del voluntario o voluntaria, que viste, juega o
se preocupa por el discapacitado. Cualquiera que apoyado en estas maravillosas
instituciones que enriquecen a la Iglesia, obra con misericordia, es su mejor adorno.
Siempre menciono el Cottolengo, porque es la institución que cada año me invita a
colaborar, celebrando con ellos la Eucaristía.
Volviendo a San Pablo, os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que cuando veo por
TV un espectáculo de ballet bien ejecutado, me siento trasportado a realidades eternas
y lloro de emoción. Aquellos artistas que desafían la rigidez y la gravedad, moviéndose
elegantemente de acuerdo con la composición musical, me recuerdan que el Señor me
guarda una felicidad suprema, de la que el ballet, para mí, es sólo una parábola, si
ahora le soy fiel.