Domingo XXVI del tiempo Ordinario del ciclo B.
Índice:
-1. No fomentemos divisiones.
-2. Evitemos las ocasiones de pecar.
-3. Usemos correctamente las riquezas espirituales y materiales que nos concede
el Señor.
-1. No fomentemos divisiones.
Meditación de NM. 11, 25-29, y de MC. 9, 38-42.
"En aquellos días, el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo
del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el
espíritu, se pusieron a profetizar en seguida.
Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque
estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre
ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.
Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
—«Eldad y Medad están profetizando en el campamento.»
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
—«Señor mío, Moisés, prohíbeselo.»
Moisés le respondió:
—«¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el
espíritu del Señor!" (NM. 11, 25-29).
"En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús:
—«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos
querido impedir, porque no es de los nuestros.»
Jesús respondió:
—«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego
hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro" (MC. 9, 38-
40).
Este es el tercero de un total de siete domingos en que la Iglesia, a través de su
Liturgia, nos invita a reflexionar, sobre lo que significa seguir a Jesús, no a nuestra
manera, sino a través del camino de la cruz, una vía que, a pesar de la abnegación,
el sacrificio y el dolor que nos exige, nos conduce a la vivencia de la felicidad en su
plenitud.
En la primera lectura y el Evangelio correspondientes a esta celebración
eucarística, se nos invita a aprovecharnos de la diversidad existente en el mundo,
para buscar lo que nos une a la gente de nuestro medio social, para que entre
todos construyamos un mundo justo. Se me puede objetar que los cristianos no
podemos comulgar plenamente con quienes no profesan nuestra fe, porque somos
diferentes a los tales. Es cierto que los cristianos nos distinguimos de quienes no
profesan nuestra fe, tanto como se distinguen los miembros de partidos políticos
diferentes, pero, a pesar de ello, no hemos sido llamados a promover divisiones,
sino a hacer de la humanidad, una sola familia, cuyo Padre es Dios.
En el fragmento del libro de los Números que constituye la primera lectura que
meditamos en esta ocasión, vemos cómo Josué se reveló, porque dos israelitas que
no formaban parte del grupo de los setenta ancianos, fueron llenos del Espíritu
Santo, y se pusieron a profetizar. Josué no quería que los dones del Espíritu Santo
fueran recibidos por quienes carecían de liderazgo, porque, por ejemplo, él fue
colaborador de Moisés durante muchos años, y no obtuvo tal privilegio. Algo
parecido le sucedió a Jesús en Nazaret cuando dijo de Sí mismo que es el Mesías, y
sus convecinos no creyeron en El, por causa de la humildad de su familia, porque
para ellos la riqueza era signo de bendición, y la pobreza significaba el pago de las
consecuencias de no evitar las ocasiones de pecar (Vé. MC. 6, 1-6. MT. 13, 54-58.
LC. 4, 12-30).
En otra ocasión, los fariseos y saduceos se pusieron de acuerdo para enviar a los
guardias del Templo a prender a Jesús, pero ellos, después de escuchar cómo
hablaba el Señor, decidieron no cumplir la citada orden.
"Así que los guardias del templo se volvieron sin él. Los jefes de los sacerdotes y
los fariseos les preguntaron:
-¿Por qué no le habéis traído?
Los guardias contestaron:
-Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre.
Los fariseos replicaron:
-¿También vosotros os habéis dejado seducir? ¿No os dais cuenta de que ni uno
siquiera de nuestros jefes o de los fariseos ha creído en él? Lo que ocurre es que
esta gente que no conoce la Ley son unos malditos" (JN. 7, 45-49).
Para los saduceos y fariseos, no tenía sentido el hecho de que el pueblo se
formara un juicio con respecto a ninguna creencia que ellos aceptaran o
rechazaran, pues le exigían a la gente una plena sumisión a las imposiciones que le
hacían, alegando que su forma de pensar y proceder, estaba justificada por la Ley
de Dios. Quienes vivían marginados por sus enfermedades o su extrema pobreza, y
quienes no aceptaban las imposiciones de los líderes religioso-políticos de Palestina,
eran considerados malditos.
Aún en nuestro tiempo, existen religiones cristianas, que rechazan a quienes no
aceptan plenamente sus imposiciones, hasta llegar a incitar a sus adeptos a
odiarlos. En virtud de las creencias que profesamos, podemos juzgar los actos que
son buenos, y las obras que consideramos pecaminosas, pero no por ello debemos
marginar a nadie.
¿Cómo podría soportar Josué que Eldad y Medad hubieran sido receptores de los
dones del Espíritu Santo, si él, que fue ayudante de Moisés desde que era joven, no
obtuvo ese privilegio?
¿Cómo podría consentir quien llegó a ser el cuarto Evangelista que alguien
apareciera exorcizando a los posesos en nombre de Jesús, sin que perteneciera al
grupo de los Doce? Quienes llegaron a ser los Apóstoles del Mesías, pasaron años
siguiendo a Jesús, y no siempre pudieron exorcizar a todos los posesos a quienes
intentaron librar del poder del Demonio. ¿Cómo era posible que alguien que no
formaba parte de la comunidad de seguidores del Señor se atreviera a exorcizar en
nombre del Mesías? Notemos que, tanto en la primera lectura, como en el
Evangelio que estamos meditando, encontramos dos casos de envidia.
Quienes predicamos el Evangelio, -independientemente de la denominación a que
pertenezcamos-, tenemos la necesidad de cuidarnos de creer que somos dueños
absolutos de la verdad, para evitar discusiones de carácter apologético estériles con
nuestros hermanos de las diferentes confesiones cristianas existentes, pues ello
sirve para perder el tiempo, y para debilitar considerablemente la fe, de quienes
apenas conocen a Nuestro Dios. No olvidemos que la verdad no es nuestra, y que
nosotros somos de la verdad. Que no se nos pase por la mente la idea de querer
que el Espíritu Santo no se manifieste en aquellos de nuestros hermanos de la
congregación a que pertenecemos cuyo pensamiento difiere del nuestro, ni en
nuestros hermanos cristianos que no aceptan plenamente la fe que profesamos.
Unámonos a Moisés, quien en la primera lectura de hoy, nos enseña a desear que
el Espíritu Santo se manifieste, no solo en quienes comulgan plenamente con
nosotros y en nuestros hermanos de otras confesiones, sino en toda la humanidad.
Si nuestros hermanos de otras confesiones quieren conocer nuestra fe, les
expondremos nuestro pensamiento gustosamente, pero evitaremos discutir
buscando tener la razón como dé lugar, dándole más importancia a nuestro amor
propio que nos induce a jactarnos de los conocimientos que tenemos, que a ser
expositores y defensores de la verdad.
Hay cristianos que piensan que Dios nos ha enviado al mundo exclusivamente
para predicar su Palabra, mientras que otros están plenamente seguros de que el
anuncio del Evangelio, -a pesar de la importancia que tiene-, solo constituye una
parte de nuestra vida, pues tenemos que hacer muchas obras benéficas, estudiar la
Palabra de Dios, y orar.
Mientras que unos cristianos piensan que no pueden desarrollar su vocación de
otra forma que viviendo lejos del mundo, otros piensan que Dios no quiere que
vivamos aislados, sino que seamos un reflejo de su luz en el medio en que vivimos.
Si pensamos en las diferencias que nos separan, tanto de los hermanos de
nuestra confesión, como de los hermanos de otras denominaciones, nos será difícil
vincularnos, pero, si vemos lo bueno que todos tenemos, será posible que
deseemos vivir armoniosamente, pues la predicación es una buena obra, la
humanidad está muy necesitada de bienhechores que socorran a los que sufren por
cualquier causa, y la oración nos aumenta la fe, independientemente de que
vivamos aislados del mundo, o de que desarrollemos nuestra vocación viviendo con
quienes no aceptan a Nuestro Santo Padre.
En este tiempo en que es tan alto el nivel de pobreza existente a nivel mundial,
no depositemos la plena responsabilidad de la extinción del hambre en los políticos,
porque, aunque los tales pueden realizar una gran labor para lograr tan loable fin,
siempre habrá pobres en el mundo, hasta que la humanidad abrace la fe que
profesamos, y todos seamos miembros de una familia que se aman, se respetan y
se cuidan.
¿Cómo es posible que Jesús permitiera que un exorcista desconocido actuara en
su nombre?
¿Qué hubiera sucedido si ese misterioso personaje hubiera propagado errores
doctrinales, o si hubiera inventado palabras que el Mesías jamás pronunció?
¿Somos indiferentes con respecto a Jesús, actuamos como creyentes mediocres,
o nos amoldamos al cumplimiento de la voluntad del Señor, en conformidad con
nuestra capacidad de seguirlo?
Padre Santo, ayúdame a comprender que no debo rechazar a quienes son
diferentes a mí, porque no debo amar a nadie por ser un reflejo de mi imagen, pues
debo amar a todos los que creaste a tu imagen y semejanza.
Si no fomentamos divisiones, nos será más fácil disponernos a amar y respetar a
los pequeños que siguen a Jesús, los cuales son quienes viven para cumplir la
voluntad de Nuestro Santo Padre.
"Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os
aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos
pequeñuelos que crecen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de
molino y lo echasen al mar" (MC. 9, 41-42).
"y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y
cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más
pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande" (LC. 9, 48).
En un mundo en que el poder, la riqueza y el prestigio se convierten en las
prioridades más importantes para mucha gente, produce un gran contraste el
pensamiento de Jesús, quien nos invita a sentirnos importantes, según la medida
que utilizamos, para exterminar las miserias de la humanidad.
Hacer un gesto sencillo como darle un vaso de agua a alguien que tiene sed, es
hacerle una ofrenda a Dios, pero, no interesarnos en ayudar a los demás, evitando
socorrer a quienes sufren, teniendo la posibilidad de hacerlo, es un gran pecado.
Los cristianos vivimos en un mundo en que tenemos la posibilidad de realizarnos
personalmente, -lo cual es un deber ineludible-, y de servir a nuestros hermanos
los hombres desinteresadamente. Actuemos como los buenos cristianos que Dios
desea que seamos.
Es importante para nosotros no escandalizar a aquellos de nuestros hermanos
cristianos que no tienen una fe bien formada. En la primera Carta a los Corintios,
San Pablo nos da un ejemplo de cómo debemos actuar, para no hacer dudar a
quienes tienen una fe débil, haciéndoles perder la salvación.
Dado que en el Antiguo Testamento se citan los alimentos que los judíos debían
tomar y deben rechazar, y entre los primeros cristianos había quienes respetaban
esas normas, y muchos corintios no sabían si debían comer carne de animales
sacrificados a dioses falsos, surgió una duda, con respecto a la posibilidad de comer
carne sacrificada a los dioses. Para el citado Apóstol de Nuestro Señor, ello no era
problemático, dado que solo existe un Dios, y el hecho de comer o no alimentarse
de dicha carne, no hacía que ningún creyente fuera más o menos bueno, pero,
¿cómo quería San Pablo que actuaran los creyentes con aquellos de sus hermanos
espirituales que sentían que no debían alimentarse de la carne sacrificada a los
dioses, y sin embargo comían contradiciendo su fe, al ver alimentarse de dicha
carne a quienes compartían la mentalidad del Apóstol?
"Si bien la vianda no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos,
seremos más, ni porque no comamos, seremos menos. Pero mirad que esta
libertad vuestra (de comer carne de animales sacrificados a los ídolos) no venga a
ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes
conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que
es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el
conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta
manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra
Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no
comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano" (1 COR. 8, 8-13).
No escandalizar a quienes tienen una fe poco formada, es algo de vital
importancia, para que no dejen de creer en Dios. ¿Qué credibilidad tendría yo si
fuera rico, predicara la necesidad existente en el mundo de socorrer a los pobres, y
viviera como un gran egoísta? Si asistimos puntualmente al culto religioso, y en
nuestra vida ordinaria actuamos como quienes no creen en Dios, ¿cómo se sentirán
motivados a vivir impulsados por la fe que decimos que profesamos quienes
carecen de la misma, si no ven en nosotros cristianos de confianza, que puedan
hacerles de maestros de espiritualidad, cuando sientan que creer en Dios no tiene
sentido?
Recuerdo que en mis tiempos de catequista, les preguntaba a los niños que
adoctrinaba qué harían si los visitara su deportista o cantante preferido. Ellos
empezaban a hablar todos al mismo tiempo, indicándome todas las preguntas que
les hubieran hecho, y dándome a entender que les hubiera gustado ser como tales
personajes famosos, pero, cuando les preguntaba qué harían si fuera Jesús quienes
los visitara, el primer día en que los interrogaba, guardaban un profundo silencio,
porque sus padres ni siquiera los habían enseñado a sentirse amados por Dios, ni a
orar. Os cuento esta anécdota porque tenemos la costumbre de inspirar nuestra
vida en la influencia que determinadas personas ejercen sobre nosotros. Hace
varias décadas, la gente inspiraba su vida en la forma de actuar de sus padres,
pero, en el tiempo en que tenemos acceso ilimitado a los medios de comunicación,
muchos jóvenes y adultos, inspiran su manera de ser, en las costumbres de los
personajes famosos, que han llegado a ser los nuevos ídolos a imitar.
Evitemos juzgar a los demás innecesariamente. Observemos nuestra conducta
con tal de ver si podemos ser mejores cristianos, y evitemos así perder el tiempo
pensando cómo deben mejorar su comportamiento otras personas.
"No juzguéis, para que no seáis juzgados (por Nuestro Señor). Porque con el
juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de
ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la
paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de
tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano... Así
que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas" (MT. 7, 1-5. 12).
"Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno
cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come,
no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque
Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio
señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para
hacerle estar firme. Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los
días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso
del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo
hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no
come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive
para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si
morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del
Señor somos" (ROM. 14, 1-8).
-2. Evitemos las ocasiones de pecar.
Meditación de MC. 9, 43. 45-48.
"Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir
con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser
echado con los dos pies al infierno.
Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios,
que ser echado con los dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no
se apaga."" (MC. 9, 43. 45-48).
Para comprender las palabras de Jesús que estamos considerando, pensemos en
lo que podemos hacer con nuestras manos, en los lugares a que podemos ir
caminando, y en lo que podemos percibir por medio de la vista, que significa la
amplitud de miras que podemos tener, con respecto a nuestras circunstancias
vitales.
Jesús utilizó palabras muy fuertes para indicarnos que debemos evitar las
ocasiones de pecar, porque el pecado es como un vicio que nos distancia de Dios,
nos separa de nuestros prójimos los hombres, y termina desestabilizando nuestra
vida. Tan dolorosa como la pérdida de una mano, un pie o un ojo, puede ser la
evitación de las ocasiones de pecar. Dado que vivimos perfeccionándonos
constantemente, de la misma manera que un estudiante no puede terminar sus
estudios con calificaciones altas sin realizar grandes esfuerzos, y los trabajadores
deben esforzarse mucho para ganar su sueldo diario, para los católicos formados
espiritualmente, no existe la profesión de fe sin penitencia. La palabra
"mortificación" puede transmitirle al mundo una imagen muy pésima de los
católicos, de hecho, no voy a ser yo quien le recomiende a nadie que se maltrate
física o psicológicamente, porque no lo estimo necesario ni prudente, pero la
mortificación tiene su utilidad, si se traduce como una lucha contra nuestros
defectos considerada como un esfuerzo constante, que sirva como oración para
pedirle a Dios que concluya nuestra purificación y la santificación de nuestra alma,
para que seamos dignos de vivir en su Reino de amor y paz.
Quizá hay quienes estarían de acuerdo con el hecho de evitarles a sus hijos
adolescentes que se relacionen con chicos de su edad que puedan inducirlos a
consumir alcohol y a drogarse, a quienes, si se les habla de acabar con relaciones
que perjudiquen su relación con Dios, nos llamarían fanáticos religiosos. Los
cristianos tenemos que ver nuestra santificación como algo tan importante, -por no
decir superior-, a nuestros quehaceres ordinarios.
Somos emigrantes en la tierra. Si juzgamos todo lo que hacemos desde el punto
de vista de Dios, nos percatamos de lo que significa encaminar todas nuestras
acciones, a la santificación de nuestra alma. El Cristianismo es un camino de
renuncias, sacrificios, y, algunas veces, de sufrimientos, pero, ¿qué podremos
perder, que pueda ser considerado superior a Nuestro Dios?
Recuerdo a un amigo que tuve en los años de mi juventud, de quien me distancié
porque me fui a vivir a otro pueblo, a quien en cierta ocasión encontré fumando. El
me dijo que podía controlarse, que no era adicto al tabaco, y que solo fumaba para
eliminar estrés. Unos diez años después me lo encontré, y me dijo que se fumaba
tres cajetillas de cigarrillos todos los días. Mi amigo pagó las consecuencias de no
evitar el hecho de fumar, y las seguirá pagando, quizás mientras esté vivo, si no
decide mejorar su salud. Si Jesús nos dice que nos esforcemos en luchar contra el
pecado como si se tratara de nuestro peor enemigo, es porque sabe que ello es
necesario para nosotros.
Jesús nos habla de quienes acabarán en el infierno, donde no muere el gusano
que significa sus dolores interiores y corpóreos, y donde nunca se apagará el fuego
que no purifica, sino que significa el tormento de quienes no quieren enmendarse, y
por ello sufren las consecuencias de sus acciones.
No permitamos que nuestra vida sea el infierno de la obsesión por lo que no
podemos tener, del vicio descontrolado, y de la falta de caridad, hacia los demás, y
hacia nosotros mismos, porque, ¿cómo podrán amar a los demás, quienes no se
aman a sí mismos?
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre común, que siempre
nos haga sentir que está con nosotros, para que no nos falte la fuerza, para
alcanzar la purificación y la santificación a que aspiramos, para poder vivir en su
presencia.
-3. Usemos correctamente las riquezas espirituales y materiales que nos concede
el Señor.
Meditación de ST. 5, 1-6.
"Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han
tocado.
Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro
y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra
vosotros y devorará vuestra carne como el fuego.
¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!
El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está
clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído
del Señor de los ejércitos.
Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para
el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste" (ST. 5, 1-
6).
Si comparamos el valor de las riquezas con el valor que tienen los dones
espirituales, nos damos cuenta de que son efímeras, pero no por ello podemos
dejar de esforzarnos para mantener la posición social que ocupamos, ya que para
Dios, el hecho de que seamos ricos o pobres, no está relacionado, con la conducta
que observamos, la cual determina si somos justos o injustos. Hay ricos que
pueden ser injustos si les dificultan la existencia a los pobres, y hay pobres que
pueden ser injustos, si no cumplen la voluntad de Dios, incumpliendo sus
obligaciones.
Las familias necesitan dinero para evitar la pobreza, las iglesias necesitan dinero
para evangelizar, y quienes utilizamos algún medio de comunicación para predicar
el Evangelio, necesitamos el dinero necesario, para poder llevar a cabo nuestra
labor. el dinero no es malo en absoluto, pero hay formas de emplearlo, las cuales
son inicuas.
San Pablo le escribió a su colaborador, el Obispo Timoteo:
"Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada
hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo
sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que
hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es
el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores" (1 TM. 6, 6-10).
Concluyamos esta meditación orando:
"Dos cosas te he demandado;
No me las niegues antes que muera;
Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí;
No me des pobreza ni riquezas;
Mantenme del pan necesario;
No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová?
O que siendo pobre, hurte,
Y blasfeme el nombre de mi Dios" (PR. 30, 7-9).
José Portillo Pérez espera sugerencias, quejas y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com