XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: St. 5, 1-6
Asistimos a un escenario mundial convulsionado por los problemas laborales,
económicos y políticos. En realidad, sabemos que hay muchos intereses: en el
fondo están los intereses de los poderosos, quedando a la intemperie los intereses
de los débiles, los pobres… Hoy a todos el Apstol Santiago en la segunda lectura,
nos ilumina a todos para que demos “a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es
del Cesar”: “Ahora bien, ustedes, ricos, lloren y den alaridos por las desgracias que
están para caer sobre ustedes (…) Miren: el salario que no han pagado a los
obreros que segaron sus campos está gritando; y los gritos de los segadores han
llegado a los oídos del Señor de los ejércitos (St 5, 1-6)
Por su parte san Juan Crisstomo dice: “No hacer participar a los pobres de
los propios bienes es robarles y quitarles la vida; [...] lo que poseemos no son
bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6) (CEC 2446 AA 8). Y es
que los derechos del trabajador son un patrimonio moral de la sociedad, que deben
ser tutelados por una adecuada legislación social y su necesaria instancia judicial,
que asegure la continuidad confiable en las relaciones laborales.
Por esto el beato Juan Pablo II enseaba que “(…) la primera e indispensable
condición es el justo salario, que constituye el patrón para medir la justicia de un
sistema socioeconómico (cf. LE 19). Son, sin embargo, varios los elementos que
componen el justo salario y que van más allá de la mera remuneración por un
trabajo específico realizado.
El justo salario incluye obviamente esto como base, pero considera en primer
lugar y ante todo al sujeto, es decir al trabajador. Lo reconoce como socio y
colaborador en el proceso productivo y lo remunera por lo que él es en dicho
proceso, además de por lo que ha producido. Ello debe tener en cuenta,
naturalmente, a los miembros de su familia y sus derechos, afín de que puedan
vivir de manera digna en la comunidad y así puedan tener las debidas
oportunidades para el propio desarrollo y mutua ayuda.
El justo salario tiene que considerar al trabajador y su familia como
colaboradores en el bien de la sociedad. Y su salario debe ser tal que el trabajador
y su familia puedan disfrutar de los beneficios de la cultura, dándoles también la
posibilidad de contribuir por su parte a la elevación de la cultura de la nación y del
pueblo.
Llevar esto a cabo no es una tarea fácil. Además no compete sólo a dos
personas estipular los relativos contratos. La determinación del justo salario exige
también la activa colaboración del empresario indirecto. Las estructuras del
gobierno deben tener su parte equilibradora. Porque no es aceptable que el
poderoso obtenga grandes ganancias, dejando al trabajador unas migajas. Ni es
aceptable que gobierno y empresarios, sean de dentro o de fuera del país, estipulen
acuerdos entre sí mismos, beneficiosos para ambos, excluyendo la voz del
trabajador en este proceso o su participación en los beneficios.
El objetivo es, por ello, una tal organización del mundo del trabajo y de la
industria: todos los trabajadores, dirigentes, propietarios de los medios de
producción y gobierno deben colaborar para llegar a la irrenunciable meta de un
justo salario, que incluya todos los factores necesarios que garantizan la justicia al
trabajador en el sentido más pleno y profundo (cf. Ibíd.. 14). Solamente cuando
cada uno de los componentes asumen su propia responsabilidad, en colaboración
con los otros, puede la sociedad ir más allá de polarizaciones de ideología y lucha
de clases, para asegurar el crecimiento armónico del trabajador, de la familia y
sociedad”.
En toda convivencia humana bien organizada y fecunda se debe colocar
como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una
naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre; y, por lo tanto, de esa misma
naturaleza directamente nacen al mismo tiempo derechos y deberes, en otras
palabras, al ser los hombres por naturaleza sociables, deben vivir los unos con los
otros y procurar los unos el bien de los demás. Por eso una convivencia humana
bien organizada exige que se reconozcan y se respeten los derechos y deberes
mutuos. De aquí se sigue que cada uno debe aportar generosamente su
colaboración para crear un orden colectivo ciudadano, en el que así los derechos
como los deberes se ejerciten cada vez con la mayor diligencia y utilidad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)