Domingo XXVII del tiempo Ordinario del ciclo B.
La vida matrimonial.
Índice:
-1. Meditación de HB. 2, 9-11.
-2. Meditación de GN. 2, 18-24.
-3. Meditación de MC. 10, 2-12.
-4. Meditación de MC. 10, 13-16.
1. Meditación de HB. 2, 9-11.
"Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora
coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.
Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.
Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una
multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su
salvación.
EL santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos" (HB. 2, 9-11).
Estimados hermanos y amigos.
Cuando Jesús se hizo Hombre, se despojó de su condición divina, y se hizo
inferior a los ángeles, con tal de ser igual a nosotros, para demostrarnos que el
Dios Uno y Trino nos ama, a partir de la vivencia del sufrimiento. San Pablo
describió gráficamente la obra llevada a cabo por Nuestro Redentor, en su Carta a
los cristianos de Filipo.
"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó
hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el
nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra,
y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria
de Dios Padre" (FLP. 2, 5-11).
Este es el cuarto de un total de siete Domingos en que la Iglesia, a través de
siete pasajes del Evangelio de San Marcos, nos enseña a recorrer el camino de la
cruz, un camino que nos aporta gozo, sacrificios, y, a veces, sufrimientos. Jesús es
nuestro mayor ejemplo a imitar en el camino de la abnegación, pues Nuestro
Salvador no vino al mundo a destacar entre los más poderosos por causa de su
poder, riqueza y prestigio, sino para identificarse con los pobres, enfermos,
ancianos y desamparados.
Jesús no murió porque amaba el sufrimiento por sí mismo, sino para concedernos
la vida eterna. Nuestra redención, nos recuerda la importancia que tiene la ley de la
siembra, que nos indica que todos cosechamos el fruto de los esfuerzos que
realizamos. A Jesús le costó un gran sufrimiento alcanzarnos la salvación, pero El
no se sacrificó por obligación, sino por el deseo que tenía -y tiene- de demostrarnos
que no estamos solos con nuestras dificultades, porque Nuestro Padre común nunca
dejará de amarnos. Dado que no tenía nada más valioso para sacrificar que su vida
para demostrarnos que nos ama, Jesús se entregó a Sí mismo a sus enemigos. Ello
nos indica que no debemos conformarnos con hacer un mínimo esfuerzo para
conseguir lo que deseamos, pues debemos empeñar todas nuestras capacidades,
con tal de alcanzar la plenitud de la felicidad. Si los esfuerzos que tenemos que
hacer en esta vida son grandes, los mismos no se pueden comparar con la gloria de
Dios, que es muy superior a los tales.
Al comparar la primera lectura de hoy con los textos de San Marcos que estamos
meditando en este ciclo de siete Domingos dedicados a inculcarnos la sabiduría
necesaria para recorrer el camino de la cruz, constatamos que, aunque Jesús nos
pide que lo imitemos adoptando la condición de siervos de Dios en nuestros
prójimos los hombres, ello no es fácil para nosotros.
-Frente al poder que muchos sueñan con ejercer, hasta llegar a pisotear la
dignidad de los más débiles de este mundo, Jesús nos pide que ejercitemos la
obediencia a Dios. La autoridad no tiene nada reprochable si se ejerce como
servicio a quienes obedecen a quienes ejercen el poder, de tal forma que no haya
ninguna dignidad superior a la de ser hijos de Dios, para que así construyamos un
mundo sin miserias, en que nuestro mayor anhelo, sea salvarnos en racimo, como
miembros de una única familia.
-Frente al deseo de poseer riquezas que muchos tienen, Jesús nos pide que
seamos generosos, porque los más felices son los que sirven a Dios exterminando
las carencias de sus hijos sin tacañería, porque, sus mayores anhelos, consisten en
amar, y ser amados.
Jesús no sufrió para salvarse a Sí mismo porque El es el Dios perfecto cuya
bondad es insuperable por la nuestra, pero su dolor nos ganó la vida eterna.
Oremos para que nuestras dificultades nos concedan la sensibilidad necesaria para
solidarizarnos con quienes tienen carencias como las que tuvimos en el pasado,
para que cada día haya menos gente que sucumba ante las dificultades que,
gracias a Dios, fuimos capaces de superar.
Jesucristo, -tal como hemos recordado al meditar el himno de la Carta de San
Pablo a los cristianos de Filipo-, obedeció a Nuestro Santo Padre, hasta sacrificar su
vida, con tal de beneficiarnos.
¿Qué estamos dispuestos a sacrificar para cumplir la voluntad de Nuestro Santo
Padre, que consiste en hacernos alcanzar la plenitud de la felicidad?
Al haber vivido la experiencia del padecimiento como Hombre, Jesús se ha
convertido en nuestro compañero de lo que erróneamente llamamos adversidad,
olvidando el efecto purificador que tiene el sufrimiento. Muchas veces nos
quejamos porque no soportamos nuestras enfermedades, la pobreza o el
aislamiento que nos caracteriza, y nos falta constancia para orar, porque nuestra fe
es débil, porque no comprendemos que Dios sabe cuando tiene que actuar, pues
queremos que nos conceda lo que le pedimos en el mismo instante en que oramos,
olvidando que solo El sabe cuando debe otorgarnos las dádivas que le pedimos.
Seamos con respecto a Nuestro Santo Padre como los niños que, aunque no
comprenden plenamente la forma de actuar de sus progenitores, nunca dejan de
amarlos ni de esperar que los amen y les concedan dádivas, porque saben que sus
padres quieren lo mejor para ellos.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Santo Padre, que nos ayude
a aprender a recorrer el camino de la cruz, imitando a Jesús, como siervos que
trabajan en su viña. Actuemos dignamente en nuestro entorno familiar, social,
laboral y eclesiástico.
2. Meditación de GN. 2, 18-24.
"El Señor Dios se dijo:
—«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le
ayude.»
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los
pájaros del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y
cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera.
Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo
y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se
durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una
mujer, y se la presentó al hombre.
El hombre dijo:
—«¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre.
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne."" (GN. 2, 18-24).
Existen dos tipos de contradicciones en los textos bíblicos. Las primeras
disparidades se justifican porque no afectan al campo dogmático-doctrinal, y
porque los textos bíblicos están encaminados a enriquecernos en el citado campo,
pues sus autores no les concedieron importancia a aspectos triviales, los cuales, en
la actualidad, para mucha gente son más importantes, que la espiritualidad.
Veamos un ejemplo de ello, entresacado de dos relatos diferentes de la
Resurrección de Jesús.
"Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y
espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo" (MC. 16, 8).
"Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a
dar las nuevas a sus discípulos" (CF. MT. 28, 8).
¿Cómo se explica la discrepancia que estamos considerando? Debemos tener en
cuenta que los Evangelios, al mismo tiempo que son relatos de la vida, la obra, la
Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús, también son narraciones de cómo las
primeras comunidades cristianas vivían su fe en Nuestro Salvador. San Marcos
escribió su Evangelio para cristianos de la segunda generación supervivientes de la
persecución de Nerón, entre quienes había grandes ejemplos de fe, y gente
decepcionada de un Salvador que parecía mostrarse indolente ante sus
sufrimientos, que no estaba relacionada con la doctrina de la Resurrección de
Nuestro Redentor, como podían estarlo los lectores de San Mateo, porque los tales
eran judíos, conocían el Antiguo Testamento, y, al hacerse cristianos, adoptaron la
interpretación de los antiguos textos de los que se deduce que el Mesías debía
morir y resucitar, aceptando la predicación de Jesús, sus Apóstoles y diáconos. De
aquí se deduce el hecho de que según San Marcos las citadas mujeres no quisieran
anunciarles a los discípulos del Señor que el Mesías había resucitado para que los
tales no creyeran que habían perdido la cordura, y de que, según San Mateo, ellas
no tuvieran inconveniente alguno en aceptar la Resurrección de Jesús, pues
comprobaron, por sí mismas, que dichas profecías se habían cumplido, al recibir el
anuncio de la Resurrección del Señor, y al poder ver al Mesías.
"Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a
dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos,
he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose,
abrazaron sus pies, y le adoraron" (MT. 28, 8-9).
¿Cómo podemos pensar que los textos bíblicos que estamos considerando son
útiles para el crecimiento de la fe que nos caracteriza, y que sus discrepancias no
coartan la misma, haciéndonos verlos como incoherentes? Los mismos discípulos de
Jesús que llegaron a ser sus Apóstoles, tuvieron dudas con respecto a la
Resurrección de Jesús. Si las citadas mujeres llegaron a dudar de tal hecho,
también lo hacemos nosotros, cuando se nos debilita la fe. Dado que vinculando
todos los relatos evangélicos de la Resurrección del Señor de los cuatro Evangelios
(MT. 28. MC. 16. LC. 24. JN. caps. 20-21), averiguamos que muchos creyentes
aceptaron la Resurrección del Señor, nos percatamos de que, ambas discrepancias,
nos aportan enseñanzas útiles.
Las segundas disparidades bíblicas afectan al campo dogmático-doctrinal, y, dado
que la Biblia al contener la Palabra de Dios no puede contradecirse a sí misma, -
pues o se aclaran dichas discrepancias, o tenemos que llegar a la conclusión de que
la Biblia no es la Palabra de Dios, sino la Palabra de los hombres, lo cual nos lleva a
la conclusión de que, la fe que profesamos, es efímera-, se hace necesario aclarar
dichas supuestas contradicciones.
En el Génesis, leemos:
"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra
los creó" (GN. 1, 27).
"Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre,
a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el
nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados" (GN. 5, 1-2).
Según los citados textos, los hombres y las mujeres, tienen la misma dignidad
ante Dios, lo cual nos da pistas para comprender la importancia del matrimonio. A
la luz de dichos textos, cuando en la Biblia se nos habla de la creación del hombre,
también debemos entender que se nos habla de la creación de la mujer. La mujer
fue creada a partir de una costilla del hombre, y es la madre de la vida, lo cual nos
hace reflexionar sobre los roles que debemos asumir en nuestras relaciones
matrimoniales quienes estamos casados. GN. 1, 27, GN. 5, 1-2, y GN. 2, 7, no
pueden estar desconectados entre sí, para que la Biblia, al no ser objeto de una
disparidad dogmático-doctrinal que no se puede aclarar, no deje de ser Palabra de
Dios.
"Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus
narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente" (GN. 2, 7).
Según el Génesis, la mujer procede del hombre, y la humanidad procede de Eva,
la primera mujer que fue creada por Dios. La sumisión no significa humillación, sino
servicio. Quienes estamos casados tenemos que asumir nuestros roles, amándonos,
respetándonos y sirviéndonos, con el fin de que nuestras relaciones no se extingan.
La dependencia de la mujer del hombre y del hombre de la mujer, significa que
Dios quiere que quienes estamos casados no pensemos en nosotros en singular,
sino en plural. Hombres y mujeres hemos sido llamados a tener una misma forma
de sentir y actuar, lo cual naturalmente no siempre es fácil de conseguir, pero no
por ello debemos dejar de intentarlo, si verdaderamente amamos a la persona que
comparte su vida con nosotros. Si la mujer es parte del hombre, ello significa que el
hombre también es parte de la mujer, y que las relaciones que mantenemos
quienes estamos casados con nuestros cónyuges, deben estar basadas en el amor,
y no en la explotación del más débil, por parte de quien tenga el carácter más
fuerte.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos con respecto a los fines del
matrimonio:
"Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los
esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones
o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de la pareja ni comprometer
los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble
exigencia de la fidelidad y la fecundidad" (CIC. 2363).
El principal fin del matrimonio, -más allá del servicio recíproco de los cónyuges, y
de la crianza y educación de los hijos-, es la realización de la vocación, de servicio a
Dios. Tal como los religiosos se consagran a Dios, quienes estamos casados
debemos servir a nuestros cónyuges e hijos, como si de Dios se tratara. Si no
consideramos que las carencias de nuestros cónyuges e hijos son nuestras, ¿cómo
podremos renunciar al egoísmo característico de muchos, para servirlos
desinteresadamente?
Veamos algunas características del matrimonio, que se deducen, a partir de los
siguientes textos bíblicos.
-Entreguémonos plenamente a nuestros cónyuges, pues ello beneficiará las
relaciones que mantenemos con ellos.
"Y llamaron a Rebeca, y le dijeron: ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí,
iré. Entonces dejaron ir a Rebeca su hermana, y a su nodriza, y al criado de
Abraham y a sus hombres. Y bendijeron a Rebeca, y le dijeron: Hermana nuestra,
sé madre de millares de millares, y posean tus descendientes la puerta de sus
enemigos" (GN. 24, 58-60).
"Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si
alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,
completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes,
sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien
con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" (FLP. 2, 1-
5).
-Enamoremos a quienes comparten su vida con nosotros, como si cada día fuera
la primera ocasión en que nos declaramos el amor que sentimos. Que no se
convierta en rutina nuestra convivencia matrimonial, para que nunca muera el
amor.
"Toda tú eres hermosa, amiga mía,
Y en ti no hay mancha.
Ven conmigo desde el Líbano, oh esposa mía;
Ven conmigo desde el Líbano.
Mira desde la cumbre de Amana,
Desde la cumbre de Senir y de Hermón,
Desde las guaridas de los leones,
Desde los montes de los leopardos.
Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía;
Has apresado mi corazón con uno de tus ojos,
Con una gargantilla de tu cuello.
¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía!
¡Cuánto mejores que el vino tus amores,
Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa;
Miel y leche hay debajo de tu lengua;
Y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano" (CT. 4, 7-11).
-Dios nos incita a ser fieles.
"¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque
buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no
seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel
ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo
Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales"
(MAL. 2, 15-16).
"Sea bendito tu manantial,
Y alégrate con la mujer de tu juventud,
Como cierva amada y graciosa gacela.
Sus caricias te satisfagan en todo tiempo,
Y en su amor recréate siempre.
¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena,
Y abrazarás el seno de la extraña?" (PR. 5, 18-20).
-El matrimonio debe basarse en el servicio, la ayuda y la confianza mutuas de los
cónyuges, porque Dios desea que sea indisoluble.
"Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no
lo separe el hombre" (MT. 19, 6).
-El matrimonio no debe basarse en la fuerza con que experimentamos
sentimientos por causa de que no siempre los experimentamos con la misma
intensidad, sino en los principios sobre los que se fundamenta el amor de los
cónyuges.
-El matrimonio debe ser puro, estable, bueno y honorable, y debe aportarles
amor, confianza, y seguridad a los cónyuges.
"Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los
fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios" (HEB. 13, 4).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Santo Padre, que nos ayude
a quienes estamos casados a desarrollar la vocación que de El hemos recibido, para
que siempre haya constancia en el mundo, de que, el matrimonio cristiano, no es
una utopía, sino una realidad que siempre que los cónyuges tengan fe en Dios y no
dejen de amarse, podrá realizarse plenamente.
3. Meditación de MC. 10, 2-12.
"En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para
ponerlo a prueba:
—«¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó:
—«¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron:
—«Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo:
—«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la
creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que
ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
—«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la
primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.""
(MC. 10, 2-12).
La cuestión del divorcio.
"Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el
marido repudiar a la mujer?"" (MC. 10, 2).
¿Por qué le tendieron los fariseos una nueva trampa a Jesús, al inducir al Señor a
que expusiera su opinión con respecto a la práctica del divorcio?
Si Jesús respondía la pregunta que le fue planteada dándoles la razón a los
fariseos, los mismos se negarían a creer en El, porque, quienes les tienden trampas
a sus enemigos, por mera precaución, no confían en los mismos, ni aunque les
demuestren, miles de veces, que están a su favor.
Si Jesús hablaba en contra del divorcio, la inmensa mayoría de sus oyentes no
estarían de acuerdo con sus palabras, porque las mujeres no eran para los judíos
nada más que algo superiores a los esclavos, si bien, en la práctica, tenían la
misma dignidad de los tales. Jesús tendría muchos seguidores, pero, de entre ellos,
pocos serían los que quisieran concederles a sus mujeres el privilegio de tomar
decisiones concernientes a su vida y su matrimonio, porque les convenía que fueran
sumisas como esclavas, tal como habían sido siempre.
Por otra parte, si Jesús se manifestaba en contra del divorcio y del adulterio ante
grandes multitudes, este hecho llegaría a ser conocido por Herodes, quien no podría
menos que enfadarse terriblemente, hasta quizás llegar a atentar contra la vida del
nuevo Profeta, tal como no tuvo reparo alguno en cortarle la cabeza a San Juan el
Bautista, por haber denunciado, públicamente, la relación de adulterio que
mantenía Herodes con la esposa de su hermano Filipo de Cesarea, con quien vivía
ilegalmente, según las disposiciones de la Ley de Moisés, y de Israel.
Los fariseos consideraban que el matrimonio era un asunto legal, pues a ellos les
gustaba medir todos sus actos por medio del cumplimiento de normas, las cuales
determinaban la dignidad que tenían, de ser considerados, amigos de Dios.
Según Jesús, los fines del matrimonio, no están relacionados con fines egoístas
humanos. Si quienes estamos casados no amamos a nuestros cónyuges
sinceramente, no nos servimos con amor, y nos negamos a criar a nuestros
descendientes, por mucho que recemos el Rosario, e independientemente del
número de genuflexiones que hagamos, no somos más, que meros hipócritas.
Dado que los fariseos se casaban por conveniencia, les tenía sin cuidado, lo que
Dios quería que fueran sus relaciones conyugales. Oremos para que ningún
cristiano se case pensando en celebrar una bella ceremonia, en celebrar un
banquete inolvidable, y en vivir una luna de miel maravillosa, para que, cuando se
incorpore a sus actividades ordinarias, viva como un digno hijo de Dios, y no olvide
llevar a cabo la vocación que recibió de Dios, la cual le instó a contraer matrimonio.
Pocos meses después de que concluyeran los más de cuatro siglos que se
prolongó la esclavitud de los hebreos en Egipto, los miembros del pueblo de
Yahveh, no estaban en condiciones de concederles a las mujeres derechos idénticos
a los que tenían los hombres. Dios nunca fue partidario del divorcio, ni lo será
jamás, pero, en la ocasión que estamos considerando, Moisés lo permitió, para
impedir injusticias muy graves, tales como maltrato de mujeres.
Ante los fariseos que se jactaban de tener la posibilidad de divorciarse porque su
Ley los autorizaba a ello, Jesús predicó la indisolubilidad matrimonial, porque, por
muchos y grandes que sean los problemas que podemos tener quienes estamos
casados, si hombres y mujeres nos disponemos a olvidar odios y rencores, y nos
proponemos salvar nuestras relaciones si vemos que se deterioran, o mejorar la
calidad de las mismas si creemos que ello es posible, obtendremos resultados tan
inesperados como increíblemente provechosos.
Yo me casé hace nueve años y 4 meses, y no lo hice con la seguridad de que si
mi relación no me salía bien podía divorciarme de mi mujer, sino con la seguridad
de que ello no sucedería. Gracias al cursillo prematrimonial que hicimos, mediante
el que terminamos dotados de armas psicológicas para evitar discusiones, y otros
problemas existentes que, si no son eliminados a tiempo, actúan sobre nuestras
relaciones matrimoniales, como la polilla sobre la madera, mi mujer y yo, seguimos
viviendo una relación maravillosa. Muchos me dijeron que el cursillo prematrimonial
es un pretexto absurdo para perder el tiempo cuando hay muchos preparativos que
hacer para la boda, pero, hermanos y amigos, ¿Es más urgente la celebración
material de un enlace matrimonial, o el fortalecimiento espiritual, que capacita
para resolver problemas, y no perder la fe ni el ánimo en los inevitables días de la
adversidad?
Dado que las mujeres carecían de valor personal, los enlaces matrimoniales y los
divorcios, eran considerados como transacciones comerciales. Frente a tan ruin
práctica, Jesús predicó sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio cristiano.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Santo Padre celestial, que,
los matrimonios que no pueden sostenerse, no terminen en divorcio. Pidámosle a
Dios que surjan en la Iglesia consejeros matrimoniales religiosos y laicos sabios,
que salven las relaciones de quienes creen que, lo mejor que pueden hacer, es
distanciarse.
4. Meditación de MC. 10, 13-16.
"Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
—«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como
ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un
niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos" (MC. 10, 13-16).
Si Jesús hubiera predicado el Evangelio con vistas a ganar poder, riquezas y
prestigio, en vez de relacionarse con los pobres, enfermos, ancianos y
desamparados, se habría relacionado con la gente rica y déspota, habría justificado
las maldades de muchas de esas personas, y hubiera podido jactarse de lograr su
ansiado propósito. A pesar de ello, como el Señor no tenía la necesidad de mejorar
su posición social, fue duramente criticado por andar con la gente marginada de su
país. Recordemos que la predicación de Jesús iba dirigida a todos los estratos
sociales palestinenses, pero, solo los desposeídos de bienes terrenos, de salud, y de
dignidad, fueron los primeros en unirse a la comunidad que, a partir del día en que
los Apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo, empezó a llamarse Iglesia.
Los niños necesitan amor, amistad y confianza para sentirse seguros. Recuerdo
que en mi primer día de catequista mis niños no sabían cómo acercarse a mí. Sus
madres, sabiendo de mi deficiencia visual, los advirtieron para que no me hicieran
travesuras con tanta fuerza, que estaban asustados, y sentados en los bancos de la
iglesia, mirándome fijamente. Yo pensaba trabajar con ellos por medio de la
aplicación de disciplina, aunque no pensaba ser severo, pero sí exigir que
estudiaran e hicieran las actividades que les quería imponer. Como vi a los niños
asustados mientras me miraban, jugué con ellos, cantamos villancicos, les dejé
tocar mi teclado eléctrico, y así fue cómo dejaron de llamarme maestro, y fui Pepe
para ellos.
Cuando pensamos en Jesús, como le desconocemos, no pensamos en el bien que
nos quiere hacer porque no podemos concebirlo, y nuestro pensamiento se centra
en las dudas que tenemos con respecto a Dios, y, como no nos esforzamos en
aclarar tales dudas, se nos muere la fe.
No intentemos requerir de Dios una completa comprensión intelectual, porque
ello es imposible para nosotros. Amemos a Dios con la confianza que los niños
pequeños aman a sus padres. Para creer en Dios sinceramente, dado que nuestra
comprensión de El es finita, no podemos ni necesitamos conocer plenamente todos
los misterios divinos ni del universo, sino amar a Nuestro Padre común, como los
pequeñuelos aman a sus padres, a quienes a veces no comprenden, y de quienes
esperan amor, comprensión, y dádivas.
Concluyamos esta meditación, manifestándole a Nuestro Santo Padre el deseo de
que no queremos ser niños inmaduros en la fe, pues deseamos confiar en El, y
amarle, con la pureza que lo hacen los niños pequeños, quienes no pueden verlo,
pero sienten su presencia, si sus padres les dicen, que Dios está con ellos.
Nota: He utilizado en la elaboración de este trabajo el Leccionario litúrgico católico,
la Biblia de Jerusalén traducida el año 1976, y la Biblia Reina Valera traducida el
año 1960, dado que este trabajo será leído por hermanos de diferentes
confesiones, quienes, a su vez, comparten sus creencias conmigo, y mantenemos
reuniones, no para discutir sobre quién tiene la propiedad de la verdad, sino para
amarnos como hermanos, pues ello es lo que Jesús espera de nosotros.