XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas bíblicas:
a.- Gen. 2, 18-24: Serán los dos una sola carne.
En esta primera lectura, segundo relato de la Creación, el autor sagrado hace una
reflexión sapiencial acerca del origen, el sentido y la verdadera vocación del hombre
y la mujer. Se trata más que de una narración histórica, de una visión de fe del
origen del ser humano, considerado en su relación Dios, con el mundo y el prójimo.
Luego de la creación del primer hombre Adán, Yahvé, considera que no es bueno,
que esté sólo. Adán representa en el fondo, a la humanidad toda, hombre y mujer,
que nace de Dios. Humanidad que encuentra sentido, sólo en el misterio de la
comunión con los demás, con el otro. Descubrir y aceptar al otro, es lo fundamental
de esa alteridad. La soledad de Adán, adquiere un sentido negativo, apunta a la
muerte, a las tinieblas (cfr. Sal. 88,19). Es la vivencia de la aflicción y del
abandono, como la soledad de la viuda, el huérfano y los enfermos, en particular, el
leproso. Yahvé, decide entonces, crear una ayuda semejante all hombre, necesaria
para vivir en comunión. Crear una realidad semejante a Adán, en semejanza,
reciprocidad y en diálogo. Primero crea los animales a los que el primer hombre, les
pone nombre, pero resulta insuficiente; el hombre domina la Creación, los
animales, pero le falta algo como ser humano. Se produce un paréntesis, el sueño
de Adán, producido por Yahvé, para crear algo nuevo: toma una costilla de Adán, y
crea un ser humano diferente, la mujer. Si creada de la costilla de Adán, significa
que tiene la misma dignidad del hombre, pero al mismo tiempo, se establece la
primera diferencia de esa sociedad: hombre y la mujer (vv. 21-22; Gn.15, 12).
Cuando Yahvé se la presenta, Adán la reconoce, como huesos de sus huesos, carne
de su carne (v. 23). Nos encontramos, con las primeras palabras del hombre en la
Escritura, pero también, es reconocimiento de su realidad humana, reconocida en el
otro, la mujer, es semejante, pero al mismo, tiempo diversa. Una vez constituidos
como primera sociedad, el texto termina, hablando de la relación conyugal,
matrimonial (cfr. Gn.2,24), como realidad buena, querida por Dios, proyecto
instituido por Dios para la humanidad. Serán una sola carne, es decir, una relación
establecida entre ellos, y que involucra todos los aspectos de la persona, su
afectividad, psicología, sexualidad, desarrollo laboral, unidad que no se debe
romper jamás.
b.- Heb. 2,9-11: El santificador y los santificados proceden del mismo.
El autor sagrado no se contenta con demostrar que Cristo es superior a los
ángeles, sino que presenta a Jesucristo, desde la solidaridad con aquellos a quienes
viene a redimir del pecado y la muerte. Un Cristo que es Hijo, y que también murió
y resucitó (cfr. Sal. 8,46). La mentalidad de la época, consideraba que el mundo,
estaba gobernado por los poderes angélicos, siempre poderes sujetos a Dios. Pero,
con la venida de Cristo, el rey de la creación, ya no serían los ángeles, sino el
hombre. ¿Qué hombre? El Hijo del Hombre. Jesús, fue hecho, un poco inferior a los
ángeles, por poco tiempo, porque ÉL, es superior a los ángeles; es el período de su
vida terrena que corona con su misterio de muerte y resurrección y exaltación a la
gloria del Padre. ¿Por qué el Hijo, hizo este abajamiento hasta hacerse menor a los
ángeles? Por el principio de solidaridad: debía representa a toda la humanidad, y
ofrecer su vida por ellos, guiarlos a la salvación, por medio del sufrimiento,
habiendo asumido previamente todo el caudal humano, menos el pecado. La
exaltación de Jesús a la derecha del Padre, coronado de gloria y honor, lo que habla
de la supremacía de Cristo, luego de entregar, la vida por todos. Esta muerte,
comprendida dentro del plan de salvación querido y proyectado por el Padre para el
Hijo y la humanidad pecadora, ahora renovada. El autor presenta a Jesucristo,
como autor de salvación eterna, abriendo la vía por la cual caminan los redimidos,
los salvados, y le siguen hasta el cielo, como meta de su caminar. Es la forma de
hacerse solidario, semejante, con quienes debía representar ante Dios. Jesús,
posee esta representatividad, porque santificado y santificados, tienen un mismo
origen, es decir, Dios (cfr. Sal.22, 22; Mc.15, 34). El autor sagrado, sigue el
esquema de la predicación del kerigma primitivo, de humillación y exaltación, un
poco menor a los ángeles, por un tiempo, ahora coronado de gloria y honor. La
humillación, lo exaltó a la gloria del cielo, vía para todos los salvados, los que Él se
propuso llevar a la gloria de Dios.
c.- Mc. 10,2-16: Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
El evangelio nos presenta dos secciones: la primera, se refiere a la pregunta sobre
el divorcio de parte de los fariseos (vv.2-12), y la segunda, es la bendición de Jesús
a los niños (vv.13-16). Jesucristo, que derribó los muros del odio entre los
hombres, restablece la unión matrimonial, como camino de santidad. Son los
fariseos, los que quieren saber la opinión de Jesús, acerca del tema de la licitud del
divorcio, y ÉL les habla de la indisolubilidad del matrimonio. Se remite al proyecto
original de Dios Padre, sobre la unión del hombre y la mujer. Esta realidad, se
opone a la tolerancia de Moisés, que permitió el divorcio: el varón podía dar un acta
de libertad a su mujer, siempre que encontrara algo, que le desagradara de su
esposa (cfr. Dt. 24,1). Cristo Jesús, interpreta la resolución de Moisés, como una
concesión inevitable, por la dureza de corazón de los judíos, incapaces de una
mayor grandeza moral. Con el poder de su palabra, declara abolida esa normativa
de Moisés, al traer a la memoria el plan original de Dios, respecto del matrimonio y
de la familia; proyecto que no se conjuga con la ruptura matrimonial, por medio del
divorcio. La indisolubilidad, según Jesús, nace del propio matrimonio, no es una ley
externa a esa realidad, está en su misma naturaleza. Hombre y mujer, están
hechos el uno para el otro, en absoluta igualdad, unidos en matrimonio; forman
una sola carne, por voluntad de Dios. Por eso concluye: “Lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre” (v. 9). A esta realidad unirá más tarde Pablo, el
componente cristológico y eclesial, el matrimonio cristiano representa el amor de
Cristo-Esposo por la Iglesia- Esposa. El proyecto matrimonial y familiar, se
construye cada día, creyendo en el amor de Dios que los consolidó, y creciendo en
el amor, que se fortalece con el ejercicio de amar cada día, madurez personal,
tenacidad, reflexión mutua, generosidad. En el matrimonio, siempre se está
empezando a querer a la persona amada, siempre se la va conociendo, asumiendo
como es, lo que es, lo que aporta perdonando, madurando, como personas y como
cristianos. Es evidente, que como todo proyecto personal, el matrimonio requiere
madurez humana, cimiento de todo lo que se quiera construir en la vida. Madurez,
donde el amor, aprende a dar y darse, y compartir más que a recibir y disfrutar.
Hay que cultivar la responsabilidad, lo mismo que el amor, que se entrega, la
capacidad de sacrificio; lo contrario, es el egoísmo, que lleva la ruina una relación.
De solo pensar, en una unión matrimonial, abierta desde el comienzo a la idea de la
separación, o divorcio, es hacer nula esa relación. El amor es verdadero, es total y
sin límites de tiempo, para siempre, el amor es eterno. El amor, hay que educarlo
cada día, y recrearlo en la vida ordinaria, entre alegrías y penas, hijos que llegan y
crecen, en el diálogo familiar. El matrimonio cristiano, es una realidad sacramental,
vocación a la santidad, signo eficaz de la gracia de Dios y de la salvación activa. Los
contrayentes, se hacen entrega de la salvación, por medio de la gracia del
Sacramento del Matrimonio: vivir esa unión entre ellos, con Cristo Jesús. Todo
auténtico amor viene de Dios, como de su fuente y a ÉL tiende; conjugados el amor
humano y cristiano. Los casados por la Iglesia, deben mantener una viva unión con
Dios, por medio de los Sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía,
la oración, cual fuego ardiente no puede faltar en ese hogar. Dios les ayudará a
profundizar en el mutuo amor a ÉL y a su primer prójimo.
En un segundo estadio, vemos a Jesús rodeado de niños a los cuales bendice y los
propone como los mejores receptores del Reino de los Cielos, su dependencia del
padre y la madre, nos sirve de imagen que refleja nuestra dependencia de Dios
Padre. Con ellos, sus padres, el niño es feliz y se siente seguro, lo mismo nosotros,
si adoptamos la actitud de niños pequeños, que tienden sus brazos hacia su Padre
Dios del Cielo. Se trata de revivir ante Dios, nuestra filiación divina, realidad que
recreamos exclusivamente ante Dios con su Hijo, en su Hijo. La vida cristiana, debe
ser un continuo vivir en relación con el Padre, esperarlo todo de su bondad, es el
último grado de la pobreza espiritual. Hacer su voluntad y servirlo, da plenitud al
corazón del hombre, es el gozo que el Padre derrama en este hijo muy amado, su
alegría de ser Padre.
Santa Teresa de Jesús, vivió la gracia del matrimonio espiritual con Cristo Jesús.
Merced que todo cristiano debe comprender como una identificación de amor con
Jesús, y sus intereses salvíficos y extensión del Reino de Dios. Todo comienza con
el Bautismo, verdadero desposorio con Cristo y el espíritu del recién incorporado a
su Iglesia. “Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo
nuestro Señor fueron los de mayores trabajos; miremos los que pasó su gloriosa
Madre y los gloriosos apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan
grandísimos trabajos? Por él podemos ver qué efectos hacen las verdaderas
visiones y contemplación cuando es de nuestro Señor, y no imaginación o engaño
del demonio. ¿Por ventura escondióse con ellas para gozar de aquellos regalos y no
entender en otra cosa? Ya lo veis, que no tuvo día de descanso, a lo que podemos
entender, y tampoco le debía tener de noche, pues en ella ganaba lo que había de
comer (1Ts 2,9). Gusto yo mucho de San Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y
le apareció nuestro Señor y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez;
ninguna rezamos esta fiesta adonde esto está, que no me es particular consuelo.
¿Cómo quedó San Pedro de esta merced del Señor, o qué hizo? Irse luego a la
muerte; y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé. ¡Oh hermanas
mías, qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de honra,
y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor
tan particularmente! Porque, si ella está mucho con El, como es razón, poco se
debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué
o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de
esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras.” (7M
4,6).