Comentario al evangelio del Sábado 13 de Octubre del 2012
Queridos amigos y amigas:
Jesús universaliza la dicha. Sólo un vientre lo pudo llevar; sólo dos pechos lo criaron; sólo una mujer
lo dio a luz, como paso o puente entre el embarazo y la crianza. Es, en cierto modo, la singularización
máxima de la dicha (perdónese la palabra "singularización"). Pero a Jesús le interesa convertir el punto
en una línea, y la línea en un plano, y el plano en un volumen. Quiere alargar, dilatar, ahondar. Quiere
que la felicidad no sea un monopolio, ni un oligopolio. La quiere democratizar: todos han de poder
tener acceso a ella. Todos, sin diferencia ni distinción: varones y mujeres, pequeños y grandes, judíos y
griegos, circuncidados e incurcuncisos, esclavos y libres.
¿Cómo? Pues haciendo todos algo semejante a lo que hizo María: concebir y dar la luz. Concebir la
Palabra a través de la escucha, es decir, a través de la acogida por la que la alojamos y la dejamos
madurar y crecer en nosotros. No realicemos un aborto provocado de la Palabra, expulsándola del seno
de la conciencia. Puede producir malestar y causar trabajos, perturbar la placidez en que vivíamos,
hacernos sufrir. Vienen a ser algo parecido a las molestias y mareos que experimenta la embarazada.
Dar a luz la palabra: cumplirla. Si no la cumplimos, nos parecemos a lo que decía el profeta:
concebimos, sentimos dolores, nos retorcimos, dimos a luz: nada, viento. Nos nace un feto ya muerto.
Es preciso, por tanto, guardar la palabra y cumplir la palabra. La mejor forma de guardarla es darle
cumplimiento. Ese es el don, ese es el reto; esa, la gracia, esa, la tarea. Prestemos oído para la escucha
y pongamos manos a la obra. Es lo que se nos ha dicho también en la parábola del buen samaritano,
que concluye con estas palabras: “Ve y haz tú lo mismo”.
J.A.C.