XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
CUESTIÓN DE AMBICIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que la primera parte del pasaje
evangélico que se proclama en la misa de este domingo, se ha utilizado
indebidamente, en ciertos círculos. Lo digo con franqueza, se ha puesto el acento
en la frase: se fue triste, porque era rico. Se añade injustamente: quien no
abandona las vanidades de este mundo, está totalmente perdido. Lo que os cuento,
se ha escuchado demasiadas veces en seminarios y conventos y, consecuencia de
ello, ante irresistibles situaciones, algunos dejaban la institución y se sentían
irremediablemente perdidos, sufriendo, en algunos casos, neuróticos
remordimientos, que les perseguían toda la vida. El Evangelio dice que se fue, pero
no añade que se condenó, no hay que olvidarlo.
Seguramente que todos a los que os llegan estas líneas, se os puede considerar
ricos. Como lo soy yo mismo. Saber leer y escribir, comer suficientemente una o
más veces al día, ya nos aparca en este grupo. Porque tantos chicos y chicas hay
que no han podido recibir instrucción escolar, que no pueden comer
suficientemente. Vegetales, probablemente todos, con su fibra y vitaminas, pero
hidratos de carbono y proteínas, necesarios para la salud corporal y el equilibrio
intelectual, es cosa, proporcionalmente, de pocos. Y para más inri, poder beber
fácilmente agua limpia e higiénicamente segura, es otra de nuestras fortunas.
Tener tanta sal como uno quiera para aderezar los guisos y hasta amontonarla al
lado de las carreteras por si en invierno nieva, es otro de nuestros signos de
riqueza. (Para grandes extensiones africanas o del subcontinente asiático, la sal es
un lujo caro y del que carecen, a veces, largas temporadas) ¿Estaremos
irremediablemente condenados por ello?.
En acumular riquezas, sean del orden que sean, y no compartirlas, es donde radica
la injusticia. Arrinconar estudios o títulos académicos que solo sirven para exhibirlos
en despachos o presentarlos para elevarse en el escalafón social, es falta de
honradez. Te falta a ti, querido joven lector, si has aprendido muchas cosas y dices
que las olvidas, pues, ya te examinaste y te aprobaron. Pensar en estos saberes
únicamente para dar clases cobrando, olvidando que hay tantos analfabetos que lo
son sin pretenderlo, ser alegre y simpático, saber cantar y dirigir, tocar un
instrumento musical y no aprovecharlo para alegrar la vida de ancianos refugiados
en un asilo, de chiquillos afligidos en un hospital, que no se relacionan más que con
sanitarios y familiares, tener estas, y otras que sería largo describir, y no
compartirlas, es ser abusivamente rico y prepararse para huir hacia adelante, en un
futuro triste…
Uno puede perder, fruto de las crisis actuales, valores pecuniarios depositados en
una entidad bancaria, puede perderlos y no serle posible recuperarlos. Pero el
saber, “que no ocupa lugar”, siempre puede beneficiar a otros… Y de esto debemos
sentirnos responsables. Aunque sea temporada de vacaciones, aunque, como yo
mismo, se esté legalmente jubilado.
El evangelio de hoy que empieza siendo exigente, acaba anunciando y prometiendo
felicidad. Animaos a seguirlo. La dificultad o imposibilidad de que un camello pase
por el ojo de una aguja, no os lo toméis al pie de la letra, ni pretendáis creer, como
a veces se ha dicho, que en la Jerusalén de aquel tiempo, existía una estrecha
puerta llamada aguja. La arqueología, que este lugar lo tiene muy bien estudiado,
no ha encontrado ningún resto de ella. Estos detalles de su lenguaje, nos dan a
conocer el estilo de expresarse de un semita, exagerado sumamente en algunas
expresiones coloquiales. Jesús, no olvidemos que lo era.
No me he casado, no tengo hijos, no soy rico según la mentalidad del país donde
habito, pero os aseguro que ya ahora, cuando me comparo con mis compañeros de
bachillerato o de inquietudes juveniles, me siento inmensamente feliz y a nadie de
ellos envidio. A veces entro a mi iglesita y acariciando el Sagrario, le digo al Señor:
ninguna mujer sería capaz de amarme como Tú me amas. Muchas gracias, te doy,
Dios.