Encuentros con la Palabra
Domingo XXVIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 10, 17-30)
¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
San Antonio Abad nació en Egipto en el año 251, y murió el 17 de enero del año 356, día
en que celebramos su memoria litúrgica actualmente. Fue el iniciador de un amplio
movimiento espiritual. Se le consideró el Abad, es decir, el padre de los ermitaños, que a
partir de mediados del siglo III abandonan las ciudades, en número cada vez mayor, para
retirarse al desierto, en Egipto o en cualquier otro lugar, buscando un estilo de vida que
les permitiera vivir más radicalmente las exigencias del Evangelio.
Su primera biografía fue escrita por el obispo San Atanasio. En ella, nos cuenta que San
Antonio quedó huérfano de padre y madre a los veinte años, heredando una gran fortuna.
Poco después, al entrar a una iglesia, oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, vende lo que tienes, y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme". Salió de allí y
vendió las 300 fanegadas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia,
y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliarios. Sólo
dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó leer en un templo aquella frase del Señor: "No se preocupen por el día de
mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban. Aseguró en un convento de
monjas la educación y el futuro de su hermana y repartió todo lo demás entre la gente
más pobre, quedando en la más absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se fue al
desierto, donde vivía de su propio trabajo en completa soledad. Pero su fama de santidad
fue creciendo y atrajo a muchos jóvenes a quienes orientó en este estilo de vida que se
constituyó en una especie de protesta contra una sociedad opulenta que iba perdiendo los
valores del Evangelio en medio de una cultura de la abundancia.
Así como San Antonio, muchos cristianos y cristianas a lo largo de la historia han
respondido con mucha generosidad a las palabras que Jesús le dirigió a este hombre que
nos presenta hoy el evangelio. Tal vez esta es una de las páginas más radicales de la
Escritura. Las frases que Jesús dirige a sus discípulos después de que este hombre “se
fue triste, porque era muy rico”, son de una contundencia implacable: “Qué difícil va a ser
para los ricos entrar en el reino de Dios! (...) Es más fácil para un camello pasar por el ojo
de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”. Frases tan exigentes hicieron
que los discípulos, asombrados se preguntaran: “Y quién podrá salvarse?” A lo que
Jesús respondió “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él no
hay nada imposible”.
Este Encuentro con la Palabra nos pude dejar una sensación de frustración. No sé cuántos,
al oír el domingo estas palabras de Jesús, salgan de la Iglesia y vayan a vender todo lo que
tienen para dárselo a los pobres. Supongo que no muchos. Pero no podemos perder de vista
que para Dios no hay nada imposible. Así como San Antonio recibió la fuerza de Dios para
dar este salto que cambió la historia del mundo antiguo, Dios puede mover nuestros
corazones para descubrir la respuesta que podemos darle al Señor en una sociedad como la
nuestra. Dejemos que él tome la iniciativa.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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