XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 18,1-8

Autor: Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR

Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia 

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

Hermoso marco humano el que presenta hoy nuestra Catedral, en esta jornada de oración por el espíritu de los creyentes, una jornada que nos invita a mostrar siempre a Jesús a los otros, una jornada que nos invita a tomar en serio nuestra fe, la fe del Señor de la vida y del Señor de nuestra historia, de la historia de cada uno de nosotros, pero también la historia de nuestros pueblos.

Es una jornada de oración, esa dimensión que muchas veces la circunscribimos a algunos días del año, o la olvidamos, o la utilizamos cuando parece que es importante la presencia del Señor: La oración. Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre, sin desanimarse, mostrar a Jesús en esta dimensión de oración, es el mejor mensaje que podemos dar hoy a nuestra gente, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, mal acostumbrada a multiplicar las palabras y tan acostumbrada también a veces a dejar a un lado la palabra que da vida, la palabra del Señor.

Es necesario orar siempre sin desanimarse. Esta fue la preocupación del Maestro, de nuestro Señor, de nuestro Salvador, que seamos capaces de entrar en contacto con nuestro Padre, con aquel que nos ha creado, con aquel que nos quiere, con aquel que nos acompaña, la oración no puede ser la repetición estéril de algunas frases, tiene que ser una conversación sincera, el diálogo sincero con el Dios de la vida, con el Dios de la justicia, con el Dios del amor; sólo así podremos ir recibiendo esa inspiración que el Señor quiere darnos a todos para que nuestra manera de pensar, de actuar, de comportarnos no sea una negativa de la presencia de Dios, sino un signo que vale mucho más que los signos que podemos imaginarnos o inventarnos.

La justicia de Dios no se hace esperar
Para que entiendan esto el Señor les cuenta una parábola a los discípulos, a la gente que están allí escuchándolo: En la ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres, sus hermanos. Había un juez sin temor a Dios, sin temor al hermano y había también una viuda que todos los días iba donde el juez para pedirle que haga justicia contra su adversario, ¿Qué hace el juez? Después de pensarlo, dice: Voy atenderle de una vez por toda para que deje de fastidiarme. Hoy la escena también se repite, hoy también hay gente sin Dios y hay gente sin amor verdadero a los hermanos, sin esa convicción profunda de aquél que tiene fe y que debe amar a Dios por encima de todas las cosas y que debe amar al hermano, a su prójimo sin exclusión alguna, sin dejar de lado a nadie, escuchando a todo el que quiera decirnos una palabra de amistad, una palabra de corrección, una palabra que nos lleve a trabajar entre todos en la construcción de una nueva manera de vivir la paz, una nueva manera de vivir la justicia, de una nueva manera de compartir los dones de la libertad y de la vida.

El Señor les dijo a los que le escuchaban: “Y Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y noche? Nuestro Dios es un Dios que escucha, es un Dios que se preocupa de la justicia que todos buscamos, es un Dios que tiene un estilo rápido para atender, es un Dios que no va dando vueltas para ver si atiende a éste o a aquél; es el Dios de la verdad y quiere que todos sean edificados hacia la verdad; es el Dios del amor y quiere que todos sean edificados en un ambiente de amistad, de fraternidad y de reconciliación. Dios no nos va decir que nos atiende para que no fastidiemos más, Dios nos quiere atender porque nos ama, porque El es el que viene en primer lugar a buscarnos, a fin de sacudirnos un poco y decirnos que hay muchas cosas que hay que realizar, hay muchas cosas que tienen que edificarse entre todos, hay muchas cosas en los grupos y en las sociedades donde es importante el aporte de todos, la valentía de todos, la audacia de todos para buscar caminos nuevos que nos lleven constantemente hacia la verdad del Señor Jesucristo.

Pero cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe sobre la tierra?

Esta es la pregunta que les hace el Señor a los que les escuchan: ¿Cuándo El venga encontrará fe sobre la tierra? Y la pregunta hoy en la Jornada Misionera es ¿qué estamos haciendo con nuestra fe? ¿cómo la estamos viviendo? ¿cómo la estamos llevando realmente a la práctica para que nuestra práctica sea la palabra auténtica de vida que llame la atención al otro, que lo lleve a preguntarse porqué tanto amor a la verdad y la justicia, porqué tanta audacia para hacerse escuchar? Porque? Y las preguntas continuarían.

La fe que es algo que tenemos que cultivar, algo que tenemos que defender, algo que no permitiremos que nos arrebaten alegremente, porque la fe en ese Padre que nos ama, que nos quiere, que nos perdona, es lo que hoy necesitamos más que nunca, alguien que nos muestre el verdadero amor, no por intereses bastardos, alguien que nos busque no por lo que tenemos, sino por lo que somos, alguien que nos invite a construir una sociedad para todos, una sociedad en la que todos se escuchen mutuamente. Para esto es importante la oración. Ese signo que nos ha traído el libro del Éxodo, de un Moisés orante, de un Moisés que sube a la montaña para orar, mientras su pueblo está librando la batalla contra sus enemigos, contra los enemigos del pueblo de Dios. Esa actitud orante con los brazos levantados, que cuando los tenía los brazos levantados, su pueblo iba ganando, cuando se cansaba y bajaba los brazos su pueblo iba perdiendo, de ahí viene la iniciativa de los otros, que lo acompañaban a Moisés, que les sostienen los brazos en alto hasta que termine la jornada y el triunfo sea realmente de aquellos que buscan la verdad y la vida.

La oración, para poner paz y tranquilidad, para edificar espacios de paz, para mantener espacios de libertad; espacios de libertad pero llenos de justicia, llenos de verdadero y auténtico respeto a los demás. Eso es lo que nos pide nuestra fe, lo que nos pide nuestro Señor.

Permanecer fiel, un anhelo misionero

Para eso es importante que recordemos la palabra de Pablo a su discípulo Timoteo: “Querido hijo, permanece fiel a la doctrina que aprendiste y de la que estás plenamente convencido”. Permanece fiel! Un anhelo misionero, una realidad misionera no es la que lleva historias para distraer, es la que permanece fiel a lo que el Maestro nos ha enseñado. Permanecer fiel quiere decir no negar, no asustarnos, permanece fiel! Eso es también la misma palabra a toda la Iglesia, a todos los creyentes. Permanecer fiel a toda la enseñanza del Maestro para que realmente seamos sus discípulos y seamos sus misioneros. Recuerda que desde niño aprendiste las sagradas escrituras para mantener tu fe en Cristo. La invitación en el Día de las Misiones, a retomar la palabra del Señor como palabra orientadora, como palabra que nos va llevar a puertos seguros de salvación. Toda escritura aprendida, toda escritura aceptada sirve para enseñar, para augüir, para corregir y para educar en la justicia. Esta es la dimensión misionera que nosotros no podemos acallar. Nos interesa la persona integral, nos interesa el corazón, el alma, el espíritu de las personas, pero también sus cuerpos, porque alma y cuerpo es lo que forma la persona y no el alma por un lado y el cuerpo por otro. Esto nos prepara para la verdadera justicia y para hacer que cada hombre que escucha la palabra y la practica lleve siempre el bien en su corazón y en sus labios.

Y por último podemos escuchar también en esta jornada y todos los que estamos aquí escuchando con atención lo que dice Pablo a su discípulo: “Te conjuro delante de Dios y de los hombres… Te conjuro, te mando, te ordeno, te lo pido, te lo suplico; todo eso significa esta palabra, delante de Cristo Jesús y delante de los hombres, vivos y muertos, anuncia la palabra, proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar; un entusiasmo misionero tiene que asumir la palabra para hacer todo esto que Pablo le pide a su discípulo y que nos pide también a nosotros, anunciar la palabra sin temor, sin retacearla, sin recortarla; anunciar esa palabra de vida para que así nos hagamos defensores de la vida, para que por amor a la vida busquemos los caminos que nos lleven más a enaltecer nuestra existencia como seres humanos y a levantar la cabeza cuando las dificultades son grandes.

Anunciar la palabra, a tiempo y a destiempo, no sólo en un momento, no sólo en un instante, no sólo en un momento de apuro, hay que anunciar esta palabra en todo momento, día y noche, con ocasión o sin ella, guste o no guste; la palabra del Señor tiene que ser dicha con libertad de espíritu para que los espíritus se llenen de la verdad y de la vida. Arguye, reprende, exhorta con paciencia incansable, ahí está el espíritu de esta jornada de oración misionera en toda la Iglesia de Dios y desde aquí tenemos que recordar agradecidos el gesto extraordinario de la libertad que alcanzaron aquellos 33 hermanos mineros, algo asombroso, pero fruto de la oración, fruto de la presencia de gente que creía en Dios, fruto de la plegaria de toda la Iglesia de nuestra hermana república de Chile. Hoy tenemos que recordar también el entusiasmo de muchos de nuestros hermanos discapacitados que han celebrado su fiesta; hoy los tenemos aquí presente a los que optaron por hacer este signo de entrega en bien de los demás. El amor a la vida los lleve también a tomar caminos de verdad, de justicia y de amor. Los queremos llenos de vida para que sigan sembrando vida y esperanza en nuestro ambiente.

Recordamos con cariño y con gratitud la semana que hemos pasado juntos con nuestros sacerdotes en una convivencia – retiro, retiro espiritual, pero también momentos de mayor conocimiento, de mayor compromiso, de mayor comprensión de lo que es el pueblo de Dios que peregrina en Santa Cruz en medio de muchísimas esperanzas, pero también en medio de muchísimas dificultades. Quiero animar a todos los que están presente y que han venido por esta jornada misionera, animar a continuar anunciando la palabra, la palabra de vida para que no reine la mentira, la palabra de amor para que sea realmente la amistad la que nos mueva, la palabra de libertad para terminar con cualquier lugar que pueda aprisionar la conciencia y el corazón. El Señor los bendiga a todos. Amén!