II Domingo de Adviento, Ciclo A

San Mateo 3, 1-12: . Preparen la llegada del Señor, allanen los caminos

Autor: Sr. Cardenal Julio Terrazas Sandoval, CSsR

Arquidiócesis de Santa Cruz, Bolivia 

 

Amadísimos hermanos presentes en nuestra catedral y los que siguen esta celebración a través de los Medios de Comunicación. Con cariño y afecto queremos hacerlos aquí participar del gozo de reunirnos para escuchar la Palabra a todos nuestros hermanos del campo, a todos los que están peregrinando hacia cotoca, a todos los que realmente desean que el Reino de Dios florezca cuanto antes en nuestros ambientes.

Estamos en plena preparación a la navidad y la pregunta a la que deberíamos responder hoy es ¿cómo nos estamos preparando para la navidad? ¿qué estamos preparando para la navidad? ¿a quién esperamos en ese día extraordinario de la navidad? Esas deberían ser las preguntas que en medio de tantas preparaciones materiales tiene que surgir como un llamado a renovar nuestra fe en el salvador que viene a liberarnos del mal, que viene a crear unidad y esperanza en medio de nosotros; que viene a demostrarnos el cariño de su padre, el afecto que él nos tiene, que sobrepasa absolutamente todo lo que podamos hacer, pensar o regalar estos días.

¿Cómo estamos preparando la navidad? ¿a quién esperamos?

Nuestra respuesta tiene que ser clara, tiene que ser rápida, tiene que ser auténtica. Esperamos al Mesías, esperamos al Salvador, a aquel que vino a entregar su vida por nosotros, aquel que nos sigue llamando por nuestro propio nombre para que no nos separemos del camino de la vida. Estamos esperando que vuelva a vivirse en medio de nosotros todo lo hermoso del tiempo mesiánico y a eso nos invita la primera lectura, a comprender que el Señor, a pesar de los pecados, a pesar de las negaciones de su pueblo, sigue manteniendo latente la gran utopía de que el Señor va volver a colocar las cosas en su lugar, a los pueblos en los lugares que les corresponde y hacer, realmente, que todo se viva en armonía.

Saldrá una rama del tronco de Jesé, saldrá algo nuevo, brotará aquel que va venir lleno del espíritu, del espíritu que da vida, del espíritu de inteligencia y sabiduría, del espíritu de consejo y de fortaleza, del espíritu de ciencia y el espíritu de temor al Señor. Esa es la manera de salvar que tiene nuestro Dios, no promete cosas, no llama a la gente a participar sólo de los bienes materiales, llama a que nos llenemos de su espíritu, ese espíritu de sabiduría tan necesario hoy en nuestros tiempos; ese espíritu de inteligencia para no dejarnos arrancar o arrebatar por los errores; el espíritu de consejo que sepa llevarnos a realizar más nuestra vida, más conforme al plan de Dios; el espíritu de fortaleza en medio de tantos fracasos, de tantas traiciones, de tantas liviandades; la fortaleza para mantenernos firmes en el seguimiento del Señor.

Ese brote de Jesé no va juzgar según las apariencias, no viene a juzgar y condenar, viene a salvarnos, no se deja llevar por lo que han dicho aquí o han dicho allá, viene él mismo a practicar la justicia que está deseando su pueblo, la justicia en la verdad, la justicia en la esperanza, la justicia del amor, eso es lo que le interesa a nuestro Dios, a eso viene; la justicia ceñirá su cintura, la justicia es lo que caracteriza al salvador que viene para poder transformarnos a nosotros y a toda la naturaleza para devolvernos la tranquilidad y la armonía que Dios ha soñado para todos nosotros, y ahí están esas frases tan hermosas en que los animales feroces van a convivir con los otros, se va hacer una especie de paraíso de ensueño, pero eso sólo es posible por la llegada de aquel que viene con el espíritu a transformar las cosas. Será tanta la paz y la tranquilidad que aun el niño va poder convivir con las víboras. Aquel día la raíz de Jesé se erigirá como estandarte para todos los pueblos. Si esto no lo tenemos presente nuestra navidad puede pasar desapercibida, nuestra navidad puede diluirse en medio de tantas cosas que nos ofrecen, de tantas luces que se encienden, de tantas alabanzas y saludos que se dan; si nosotros no captamos que el Señor viene a colocar las cosas en el lugar que Dios les había puesto, que viene a devolvernos la amistad y el cariño entre nosotros. La navidad será una fecha más en nuestra vida, un pasar el tiempo, un prepararnos para comenzar otro año en el que vamos a repetir los mismos errores, vamos a repetir los mismos pecados, las mismas traiciones y las mismas debilidades.

El evangelio nos quiere hablar también de la llegada ya inminente del que viene a salvarnos y es Juan, el profeta Juan el Bautista que en el desierto levanta la voz para decir que hay que preparar los caminos para el Señor, porque el reino de Dios está cerca. Esa es otra de las cosas que no podemos olvidar en navidad:

Hay que preparar los caminos, hay que allanar todo lo que sea dificultad, hay que quitar las piedras, cualquiera sea, que nos impiden caminar. Es un trabajo, es un esfuerzo, y a esto a veces le dedicamos poco tiempo; más tiempo le dedicamos a las cosas externas y lastimosamente nos dejamos atrapar por un mercantilismo que quiere convertir a la navidad en un objeto de compra y venta y se olvida que la navidad es algo más profundo que viene por nosotros a nuestro corazón y a nuestro espíritu para quitarnos de raíz todo aquello que es malo, para darnos para siempre el bien que él desea para todos sus hijos.

Conviértanse! Esa es la condición que pone el profeta para aquel que quiere encontrarse con el Señor. Hay que convertirse, hay que dejar los caminos que están pedregosos, que están impasables, que son inaccesibles a la bondad y al amor de Dios. Hay que cambiar de camino, si es absolutamente necesario; tenemos que ser capaces de recordar los bienes que nos trae el Señor y las exigencias que supone eso; no podemos seguir celebrando una navidad para repetir lo mismo de siempre ese día y al año siguiente, tenemos que dejarnos transformar, preparar los caminos, ser capaces de encontrarnos con el Señor, allí donde Juan el Bautista lo descubre de una manera especial, en el desierto, en el desierto de la vida, en el desierto creado por los hombres, en los desiertos modernos, tenemos que ser capaces de encontrarnos con el Dios de la vida, allí, para gritar nuestra esperanza y nuestro futuro con mayor altura, con mayor confianza, con mayor dignidad.

Produzcan frutos de sincero corazón, de sincera conversión.

Son las palabras que Juan el Bautista va decir a los fariseos, que uniéndose también a la gente van a pedir el bautismo que Juan estaba dando: Raza de víboras, conviértanse, produzcan frutos de conversión. Esta expresión tan fuerte la podemos escuchar en medio de tanto ruido? A lo mejor nos llega a cada uno de nosotros, a lo mejor este reproche de Juan el Bautista puede ser que lo sintamos y lo vivamos. Hay que producir frutos de conversión, no los frutos de siempre, no los frutos del pecado y del mal, no los frutos del odio y del resentimiento, del borrar los valores de nuestra vida y de nuestras orientaciones, los frutos de conversión; caminos allanados hacia el bien y la verdad, caminos preparados para recibir al Señor, caminos en los que nos encontremos con el Dios de la vida, con el Dios de la libertad, con el Dios de la justicia, o como hemos repetido en el salmo, con el rey de justicia y de paz, con él tenemos que encontrarnos. Lo externo, lo material, si brota del corazón, bienvenido, pero si es sólo para tapar unas ilusiones, para fomentar unas vanidades, para no encontrarnos realmente con el Señor, para distraernos de las exigencias de la navidad, si es sólo para eso lo externo, lo material que podemos intercambiar no vale nada, pero si nuestro corazón está dispuesto a abrirse a practicar el bien, a realizar aquello que Pablo aconseja a los cristianos de Roma: Recíbanse, tolérense mutuamente, como Cristo el Señor los toleró, los recibió a ustedes, ese es señalar el camino de la paz. Tanto que hablamos de paz, tanto que hablamos de justicia. La justicia debe llevar a la paz, la paz tiene que ser el espacio para trabajar por la justicia, pero acogiéndonos unos a otros, no persiguiéndonos, no echando lodo el uno al otro.

Vivir esta exigencia del evangelio le parecía a Pablo urgente recordarlo a los primeros cristianos. La reconciliación entre las personas y los pueblos sólo será posible si hay aceptación mutua, si somos capaces de captar que el Señor recibió a los judíos, recibió a los paganos, a todos les dio la posibilidad de salvarse, también hoy no salva a cada uno en particular e individualmente sino lo salva como pueblo y nos salva como pueblos que tenemos que vivir en paz, en tranquilidad, en justicia y en amor.

Ese es el mensaje de este segundo domingo de adviento, el primero, el domingo pasado, nos estremecimos cuando el Señor nos invitaba a que salgamos a su encuentro, que él ya viene, que ya está en camino y nos invitaba a que dejemos todo aquello que es un peso que nos impide acercarnos al Señor. Hoy el Señor señala el peso que hay que quitarse: El pecado, hay que convertirse, hay que cambiar, hay que saber que el plan de Dios es un plan de paz, de armonía, pero de paz y armonía no alienante, sino activa, de aquella que exige esfuerzo, de aquella que exige trabajo personal y comunitario.

La Fiesta de la Virgen de Cotoca: “María, estrella de unidad y esperanza”

Y este segundo domingo de adviento lo celebramos casi en la víspera de la fiesta de nuestra madre la Virgen. Se acordarán ustedes que a ella le hemos pedido que sea este tiempo para nuestra arquidiócesis y para Bolivia la estrella de la unidad y la esperanza, no una unidad dicha a golpes, la unidad del corazón y de los corazones, la unidad de que el Dios en el que nos apoyamos fortalece esta unidad para que la podamos transmitir con toda alegría y con toda valentía; la unidad que necesitamos hoy más que nunca; no hay que mirar muy lejos, basta mirar nuestro ambiente; cuánta unidad nos hace falta, entra más el espíritu de la pelea y la controversia que el espíritu de la comprensión y de la tolerancia. Tenemos, pues, que dejar que nuestra madre, la Virgen, sea nuestra estrella, una estrella que no viene a alienarnos ni a quitarnos nuestras responsabilidades, una estrella que brilla en el cielo para recordarnos que nosotros tenemos razón de ser si es que vivimos como hermanos y trabajamos como una sola familia; una estrella que nos va hacer ver que esa unidad hay que edificarla siempre a partir de Dios y que nos lleve a Dios, que los valores del evangelio no se borren de ninguna parte, que los valores del evangelio sigan enriqueciendo nuestras búsquedas, nuestra manera de trabajar para conseguir algo mejor en bien de todos.

Estrella de la unidad, estrella de la esperanza. La novena de la Virgen y la fiesta de la Virgen tienen que ir con ese sello que no lo tenemos que olvidar nunca: Somos portadores de esperanza. María nuestra Madre nos dice: Adelante! El mal no va vencer, el mal va ser eclipsado, vencerá el bien, en el momento oportuno, en la época en que Dios anuncie necesario. Nosotros estamos a disposición de Dios y la esperanza es lo último que puede morir en cada uno de los creyentes.

Que esta fiesta de la Virgen nos haga comprender mucho mejor la navidad y nos dé la fuerza para que en este adviento nos preparemos como ella, para ser nosotros, al igual que ella, que nuestra madre, estrellas para el hermano, que busca la unidad, estrellas que puedan iluminar a los que buscan salir de las tinieblas para encontrarse con la luz. Signos de esperanza, que ninguna desesperanza nos quite el sueño, que ninguna desesperanza borre nuestra actitud de confiar cada vez más en ese Dios que viene a salvarnos y que viene a inaugurar esa era mesiánica en la que todos viviremos fraternalmente y como hijos y seguidores de un mismo padre. Amén!