Domingo XXVIII del tiempo Ordinario del ciclo B.
El bien ser, el bien saber, el bien hacer, el bien estar, y el bien tener.
1. Meditación de SB. 7, 7-11.
"En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza
Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de
sabiduría.
La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza.
No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de
arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro.
La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su
resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas
incontables" (SB. 7, 11-11).
Estimados hermanos y amigos:
Al leer ciertos pasajes bíblicos, podemos tener la impresión de que, la fe que
profesamos, para poder ser vivida plenamente, nos exige la renuncia a las riquezas
materiales que podamos tener. Dos ejemplos de ellos son la parábola del rico
epulón que fue condenado a las llamas del infierno porque no socorrió a un
mendigo llamado Lázaro (LC. 16, 19-31), y las duras palabras que Santiago escribió
denunciando la actitud de los ricos que explotaban inmisericordemente a los más
débiles (ST. 5, 1-6). Si examinamos dichos textos, nos percatamos de que los
mismos son denuncias de la actitud de los avaros que no se apiadan de los más
necesitados del mundo, lo cual nos indica que no deben ser tenidos como condena
de todos los ricos en general, ni como invitación que se nos hace a renunciar a los
bienes que podamos tener. En tiempos de Jesús, había en Palestina terratenientes
que explotaban injustamente a los pobres, ricos que, teniendo la posibilidad de
hacer el bien, no lo hacían. San Lucas, por medio de la citada parábola, les recordó
a sus lectores la necesidad existente en el mundo de almas misericordiosas, que se
apiaden de los desposeídos. Por su parte, siendo consciente de que quienes no
podían pagar sus deudas se veían obligados a vender a sus familiares como
esclavos, eran privados de sus pertenencias, y eran encarcelados, Santiago, -el
primer Obispo de Jerusalén-, denunció la falta de amor hacia los más débiles, por
parte de quienes solo pensaban en enriquecerse.
Las riquezas por sí mismas no son malas, pero, si las utilizamos para propagar
injusticias, o para alcanzar fines meramente egoístas, nos dejamos seducir por el
pecado. Esta es la razón por la que en la primera lectura que meditamos hoy se nos
recuerda que la sabiduría de Dios es más importante que las riquezas materiales,
porque nos enseña a valernos de las mismas sin renunciar a profesar la fe que nos
caracteriza, y por la que he titulado esta serie de estudios bíblicos "El bien ser, el
bien saber, el bien hacer, el bien estar, y el bien tener". Aunque quizás no podemos
memorizar el título de estos estudios la primera vez que lo leemos, si lo aplicamos
a nuestra vida de cristianos, conseguiremos alcanzar el ideal de vida, consistente
en ser perfectos imitadores de Jesús.
-El bien ser. Se nos ha dado la oportunidad de analizar todas las circunstancias
que acaecen que están relacionadas con nuestra vida y el medio social en que
vivimos. Esta es la razón por la que San Pablo nos instruye, en los siguientes
términos:
"Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo
justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud
alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad" (FLP. 4, 8).
San Pablo nos incita a profesar la fe que nos caracteriza tanto en las
celebraciones litúrgicas como fuera de los templos en que celebramos la Eucaristía,
defendiendo todo lo que es verdadero, honesto, y justo, respetando la diversidad
de ideologías existentes en el mundo para poder propagar mejor el Evangelio,
realizando nuestras actividades por medio de una disciplina que nos permita hacer
todo lo que se espera de nosotros.
-El bien saber. Sabemos que los creyentes de muchas confesiones cristianas
asisten a sus celebraciones de culto y reuniones bíblicas con sus versiones de la
Biblia y cuadernos para resumir o esquematizar las ideas que sus líderes les
transmiten por medio de sus predicaciones. A pesar de ello, muchos católicos,
aunque asistimos puntualmente a las celebraciones eucarísticas dominicales, no
tomamos notas de las lecturas bíblicas ni de las homilías que escuchamos, lo cual
tiene la consecuencia lógica de que olvidamos tales ideas, en muchas ocasiones,
antes de concluir las celebraciones litúrgicas, a pesar de que no necesitamos
interpretar la Biblia de cualquier manera, sino tal como lo hace Dios,
transmitiéndonos su enseñanza, por medio de las Sagradas Escrituras, y del
Magisterio de la Iglesia. No es bueno conformarnos conociendo algunos aspectos de
la Palabra de Dios, si tenemos la posibilidad de aumentar dicho conocimiento, que
puede hacernos mejores cristianos, al aumentarnos la fe que tenemos en Dios.
-El bien hacer. No actuemos de mala gana haciendo el bien en beneficio de
nuestros familiares, hermanos de fe, compañeros de trabajo y otras personas a
quienes tengamos la oportunidad de beneficiar. Actuemos buscando alcanzar el
nivel de excelencia que hace que los cristianos sean conocidos por causa de las
buenas obras que realizan. Si nos esforzamos para lograr alcanzar la excelencia del
bien hacer, conseguiremos darle a nuestra familia y al mundo más de lo que hemos
recibido, lo cual ayudará a crear una sociedad plenamente caritativa, que, con toda
justicia, podrá ser conocida como Reino de Dios.
-El bien estar. Desgraciadamente, puede sucedernos que, con respecto a Dios y a
los hombres, podemos estar más dispuestos a recibir que a dar. Creo que todos los
que hemos tenido la oportunidad de trabajar, hemos valorado más los bienes
terrenos cuando nos los hemos ganado, que cuando nuestros padres nos los han
regalado siendo niños y adolescentes. El bien estar cristiano no solo está
relacionado con la posesión de riquezas, -el bien tener-, pues también se refiere al
bien ser, el bien saber, y el bien hacer.
-El bien tener. En la primera lectura correspondiente a esta celebración
eucarística, se nos invita a considerar más importantes las riquezas espirituales que
las materiales, para que al no valernos inadecuadamente de las segundas, no
renunciemos a vivir la fe que nos caracteriza. ¿Aprovecharemos la oportunidad de
utilizar nuestras riquezas materiales para cumplir la voluntad del Dios que no quiere
que tengamos carencias, y que desea valerse de tales riquezas para ayudar a
quienes tienen carencias materiales por nuestro medio?
2. Meditación de HB. 4, 12-13.
"La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo,
penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos.
Juzga los deseos e intenciones del corazón.
No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos
de aquel a quien hemos de rendir cuentas" (HB. 4, 12-13).
¿Qué es la Palabra de Dios? Quizás pensamos que la Palabra de Dios es el texto
de que se componen los setenta y tres libros que conforman la Biblia.
Efectivamente, la Biblia contiene la Palabra de Dios en sus páginas, pero dicha
Palabra no es un mensaje al que se nos llama a los cristianos a ser indiferentes, -
pues es una guía que nos traza el camino de la santificación personal y
comunitaria-, es la Persona de Jesucristo, -el Verbo de Dios-, que quiere hacerse
presente en nuestra vida, para hacernos miembros activos de su Reino de paz y
amor.
-La Palabra de Dios está viva, y tiene la eficacia necesaria para adaptar nuestra
vida, al cumplimiento de la voluntad del Dios Uno y Trino. Acojamos la Palabra de
Dios con amor, confianza, y deseo de dejarnos vivificar por ella. Los siguientes
versículos del Salmo 119, pueden ayudarnos a alcanzar nuestro propósito:
"Este es mi consuelo en mi miseria:
que tu promesa me da vida" (SAL. 119, 50).
"¿Cómo el joven guardará puro su camino?
Observando tu Palabra" (SAL. 119, 9).
"Jamás olvidaré tus ordenanzas,
por ellas tú me das la vida" (SAL. 119, 93).
-La Palabra de Dios es semejante a una espada que, al ser clavada en nuestro
corazón, deja al descubierto nuestra realidad personal conductual, es decir, lo que
somos, y lo que no somos.
-Dado que la Palabra de Dios sondea nuestro interior descubriendo todo lo bueno
y malo que nos caracteriza, escuchémosla, pero no con la curiosidad de quienes
gustan explorar lo que desconocen, sino como quienes están dispuestos a dejarse
amoldar por la misma, al cumplimiento de la voluntad divina.
¿Qué podemos ocultarle a Dios, si El conoce nuestros pensamientos y obras?
¿Cómo podremos apartarnos de Dios, si, aunque no lo tengamos en cuenta, está
presente en el mundo y en nuestra vida?
Dios conoce nuestras virtudes, y, muy a pesar de los defectos que nos
caracterizan, nunca deja de amarnos. Este hecho es muy consolador para quienes
tienen el deseo de alcanzar un mayor conocimiento de Dios, y para quienes sufren
por cualquier motivo, y esperan que Dios se les manifieste en su dolor, dándoles a
conocer el sentido de las circunstancias difíciles que viven.
A la luz de los dos estudios bíblicos que hemos considerado, ¿comprendemos por
qué considera Dios que las riquezas espirituales son más importantes que las
materiales?
3. Meditación de MC. 10, 17-30.
Vende lo que tienes y sígueme.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló y le preguntó:
—«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó:
—«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
El replicó:
—«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
—«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así
tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
—«¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
—«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza
en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un
rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban:
—«Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
—«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle:
—«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús dijo:
—«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o
hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces
más—casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con
persecuciones— y en la edad futura, vida eterna."" (MC. 10, 17-30).
1. El joven rico.
"Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla
delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?"
(MC. 10, 17).
San Marcos nos presenta en el Evangelio de hoy, a un joven que corrió a
interrogar a Jesús, y se arrodilló delante de Nuestro Salvador, indicando que lo
consideraba como un afamado intérprete de la Ley, o como un gran profeta.
¿Tenemos la costumbre de orar?
¿Le transmitimos a Dios cuando oramos el amor, la confianza y el respeto que
nos inspira?
El joven rico corrió a interrogar a Jesús, demostrando que tenía un gran interés
en ser uno de los mejores seguidores del Señor, aunque, cuando se percató de que
para Nuestro Redentor las riquezas espirituales son más trascendentales que las
materiales, cambió radicalmente de opinión. Quizás nos sucede que, al terminar la
Semana Santa, o al hacer unos ejercicios espirituales, sentimos un enorme deseo
de ser buenos cristianos, el cual, cuando volvemos a realizar nuestras actividades
ordinarias, se debilita rápidamente, e incluso puede llegar a extinguirse. Dios nos
ama, y, aunque este hecho debe llenarnos de alegría, no debemos olvidar que no
es fácil para nosotros ser cristianos. Las dificultades que vivimos tienen la misión de
proporcionarnos la oportunidad de que seamos cristianos veraces, capacitados para
asumir cada día un mayor compromiso de servicio a Dios en sus hijos, según se nos
acrecienta la fe que tenemos.
el joven le preguntó a Jesús: "¿Qué haré para heredar la vida eterna?". Si
fuéramos nosotros quienes interrogáramos al Señor, le preguntaríamos por todos
los aspectos relacionados con nuestra vida, y quizás también estaríamos
interesados en la salvación de nuestra alma. El joven rico parecía estar interesado
exclusivamente en la vida eterna, lo cual parecía dar a entender que tenía una fe
ejemplar, pero, al seguir analizando el texto evangélico que estamos considerando,
nos percataremos de que tal fe no poseía la plenitud que aparentemente se deduce
de la misma, pues el joven era lo suficientemente rico como para tener cubiertas
sus necesidades vitales, hasta el punto de llegar a considerar que solo tenía que
preocuparse de su crecimiento espiritual, ya que, a nivel material, no le faltaba
absolutamente nada.
Quizás el joven rico cumplía la Ley, pero no lo hacía porque amaba a Dios, sino
porque tenía la mentalidad de los fariseos, que no cumplían la Ley porque amaban
a Yahveh, sino porque, según su forma de pensar, su amistad con el Altísimo, se
medía en conformidad con la puntualidad con que cumplían los preceptos legales.
Me gusta ver la vida como una competencia, en que tenemos que superar a un
gran rival que nos pone muchos obstáculos en el camino, para que no podamos
desarrollarnos. el citado adversario somos nosotros, cuando nos rendimos ante las
dificultades que tenemos sin esforzarnos en superarlas. Todos tenemos dificultades
que vencer a lo largo de los años que vivimos. Mientras que unos hemos tenido que
esforzarnos en crecer a los niveles espiritual y material al mismo tiempo, otros, que
no tienen carencias materiales, -e incluso les sobran el dinero y los bienes-, no han
cultivado la espiritualidad, e incluso se sienten necesitados de afecto humano,
porque se han preocupado tanto de conseguir riquezas materiales, que han pasado
por alto la posibilidad de ganarse el amor de sus familiares, y carecen de amigos.
"Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno,
Dios" (MC. 10, 18).
Nadie es plenamente bueno, sino Nuestro Dios Uno y Trino. Al llamar el joven rico
a Jesús "Maestro bueno", le estaba llamando Dios. Aunque Jesús es Dios, sabiendo
que su interlocutor lo consideraba un gran legista o profeta, le dijo que no lo
llamara bueno, pues, como el joven no sabía que Jesús es Dios, el Señor quería ser
visto por él como uno de sus creyentes, como un hombre necesitado de seguir
creciendo espiritualmente, para animarlo con tal que fuera su seguidor, invitándolo
a perfeccionar su conocimiento del Padre, conviviendo los dos juntos.
En la Profecía de Isaías, leemos con respecto al Siervo de Yahveh:
"El Señor Yahveh me ha dado
lengua de discípulo,
para que haga saber al cansado
una palabra alentadora.
Mañana tras mañana despierta mi oído,
para escuchar como los discípulos;
el Señor Yahveh me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí,
ni me hice atrás" (IS. 50, 4-5).
Jesús, -el Siervo de Yahveh-, predicó el Evangelio con lengua de discípulo, -es
decir, Jesús predicó la Buena Noticia de nuestra salvación en términos
comprensibles para sus oyentes y los creyentes de todos los tiempos-, para
hacernos asequible la comprensión de los misterios divinos, y para demostrarnos
que Nuestro Santo Padre nos ama inmensamente.
Dado que los judíos acostumbraban rezar por la mañana, Jesús pasaba noches
enteras en oración, y así amanecía dispuesto a seguir acatando el cumplimiento de
la voluntad del Padre en su vida y en la humanidad.
¿Nos resistimos al Señor cuando quiere abrirnos el oído para penetrar nuestro
corazón con su Palabra, que es la espada que llega a nuestro interior, para cortar el
mal de raíz de nuestra vida, para que todo lo bueno que nos caracteriza se
multiplique? (HB. 4, 12).
¿Nos hacemos atrás cuando el Señor nos invita a vivir en la presencia de Nuestro
Santo Padre?
"Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida
primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su
mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios" (LC. 9, 61-62).
Dado que quienes aran la tierra tienen que estar pendientes de la profundidad
con que hacen los surcos, no pueden mirar atrás. La excusa que el personaje de
que nos habla San Luca en los versículos de su Evangelio que estamos
considerando brevemente de despedirse de su familia antes de seguir a Jesús,
representa las excusas que nosotros podemos tener, para no vivir como cristianos
auténticos. Los estudios, las diversiones, el trabajo, el cuidado de los padres
mayores, y otros asuntos, pueden impedirnos desarrollarnos como cristianos, si no
queremos vivirlos haciéndolos dependientes de la fe que nos caracteriza, la cual, en
vez de instarnos a olvidar los mismos como creen que sucede quienes nos
consideran fanáticos religiosos, nos hace vivirlos plenamente, dando lo mejor que
tenemos, en cada situación que vivimos.
¿Quienes tenemos conocimientos bíblicos, ¿somos capaces de exponerlos ante
quienes no conocen la Palabra de Dios, de una forma clara para que los
comprendan, y tomen la decisión de profesar la fe que nos caracteriza?
"Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso
testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. El entonces,
respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud" (MC.
10, 19-20).
El joven rico le dijo a Jesús que cumplió cabalmente los Mandamientos de la Ley,
y que quería hacer algo que le ayudara más y mejor a crecer espiritualmente.
Quizás a algunos de nosotros nos sucede lo mismo que al joven rico, pues estamos
acostumbrados a observar ciertas prácticas religiosas desde que éramos niños, no
hemos matado a nadie, no hemos robado, no les hemos sido infieles a nuestros
cónyuges... Frecuentemente recibo cartas de hermanos que me piden que les
recomiende libros de lectura religiosos, porque afirman que están cansados de leer
los Evangelios, pues dicen que casi se los saben de memoria. Yo respondo esos
correos preguntándoles a dichos hermanos si aplican el mensaje evangélico a su
vida si es verdad que se lo saben, porque, el joven rico, alardeando de que para él
el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley era cosa de niños, cuando estuvo
ante la posibilidad de seguir a Jesús, cambiando la seguridad que le aportaban las
riquezas materiales, por la seguridad que le aportaba la posibilidad de sentirse
amado y consecuentemente protegido por Dios, se llevó una gran decepción,
porque esperaba de Jesús que le ordenara rezar más de lo que lo hacía, que diera
alguna limosna más de las que daba, y otras cosas que no supusieran recibir un
golpe donde más le dolía.
En los Hechos de los Apóstoles, leemos que Saulo de Tarso cayó en tierra cuando
se le apareció Jesús cuando se dirigía a Damasco a encarcelar a los cristianos, lo
cual indica que el Señor lo vació de sus convicciones, para adaptarlo al
cumplimiento de la voluntad del Padre, y de la misión que le encomendó, de
evangelizar a los paganos. En los Evangelios, en los relatos de las negaciones a
Jesús de San Pedro, se nos da la clave para comprender la razón por la que dicho
Apóstol del Señor tuvo que aprender a confiar más en Dios que en sí mismo.
¿Quién puede abrazar plenamente la fe que profesamos, sin hacer una gran
renuncia, que supone un enorme sacrificio?
No creamos nunca que nuestra fe es completa, ni que el cumplimiento de alguna
prescripción religiosa es muy fácil para nosotros, para evitar llevarnos una gran
decepción, ya sea de Dios, o de nosotros mismos, como le sucedió al joven rico.
"Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende
todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme,
tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía
muchas posesiones" (MC. 10, 21-22).
Aunque Jesús sabía que el joven rico nunca llegaría a ser su seguidor, lo miró con
amor sincero, indicándonos que hagamos lo propio, cuando estemos ante quienes
no quieran aceptar nuestras creencias. Recuerdo una anécdota que me contó una
señora hace bastantes años. Un día en que le estaba enseñando a su hija que no se
debe mentir, sonó el teléfono de su casa. La niña descolgó el auricular del teléfono,
y cuando le dijo a la madre que la llamada era para ella, le preguntó quién la
llamaba. Cuando la pequeña le dijo el nombre de una de sus amigas con quien no
quería hablar, le respondió rápidamente: Dile que no estoy. Si predicamos que
debemos amar a toda la humanidad, y no soportamos a quienes contradicen
nuestras ideas, ¿será creíble el mensaje que pretendemos difundir?
el joven rico quiso saber lo que necesitaba conocer para alcanzar la perfección, y
Jesús le dijo que debía renunciar a sí mismo, y como la riqueza material afectaba
su vida hasta el punto de entorpecer su crecimiento espiritual, se le hizo necesario
vender sus bienes y darles el dinero obtenido a los pobres, con tal de mejorar su
relación con Dios y, consiguientemente, con sus hermanos los hombres.
¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestro yo para llegar a unirnos a Dios hasta
llegar a hablar de nosotros, porque no existe nadie ni nada que nos pueda separar
de El?
Si Dios nos amara superficialmente, no nos pediría que nos perfeccionemos para
ser dignos de vivir en su presencia. Los padres que aman a sus hijos
superficialmente, no hacen hincapié en que estudien o encuentren la manera de
buscar un trabajo que los haga independientes y los disponga a superar cualquier
dificultad que puedan tener. el amor profundo y sincero dice la verdad, pues,
aunque la misma sea dolorosa, el hecho de conocerla, siempre nos aporta
beneficios, aunque, antes de experimentar los mismos, tengamos que superar el
dolor que nos servirá de pórtico para vivir la gloria de Dios.
Jesús miró al joven rico -nos dice San Marcos en el Evangelio de hoy-, y le amó.
¿Nos sentimos amados por Dios en nuestras dificultades, o captamos la mirada de
Dios como la de un espía que acecha nuestro defecto más insignificante para
enviarnos al infierno?
Jesús le dijo al joven rico: Una cosa te falta para ser perfecto. ¿Qué nos falta
para alcanzar la perfección que Dios quiere para nosotros? Venzamos nuestros
defectos, empezando por el más insignificante, y así iremos superándonos a
nosotros mismos, a medida que gradualmente venzamos defectos más difíciles de
superar.
Cuando hayamos superado nuestro defecto dominante, según nos dejemos
purificar y santificar por Dios, estaremos dispuestos a recibir el tesoro que nos ah
sido reservado en el cielo, en conformidad con la disposición con que llevemos con
dignidad la cruz que nos sirve de medio para superarnos a nosotros mismos, pues
somos nuestros mayores rivales.
Jesús le pidió al joven rico que vendiera sus posesiones, porque las mismas
obstaculizaban su crecimiento espiritual. No debemos entender bajo ninguna
circunstancia que Jesús nos exige que vendamos nuestras posesiones, pues, lo que
nos pide, es que las administremos de manera que no tengamos carencias, y
tampoco dejemos sin atender a quienes necesitan de nuestros bienes, para no vivir
bajo el umbral de la pobreza.
Pensemos si el dinero es nuestro servidor, o si es nuestro amo. ¿Trabajamos para
vivir, o vivimos para trabajar?
2. La fe, la riqueza y el egoísmo.
"Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente
entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" (MC. 10, 23).
Hay ricos que tienen plenamente cubiertas sus necesidades, y también tienen
garantizado el cumplimiento de todos sus deseos relacionados con la consecución
de bienes terrenos. Tales ricos no pueden crecer espiritualmente con ninguna
facilidad, porque confían más en sus posesiones que en Dios. Esta misma situación
también la viven quienes, aunque no son ricos, consagran su vida a la consecución
de bienes materiales, aunque ello sea muy difícil para los tales.
Cuando muchos que tienen dinero pierden algún bien que es muy importante
para ellos, o se sienten vacíos interiormente por causa de la muerte de un familiar
u otra situación dolorosa, intentan deshacerse de su tristeza, por medio de la
adquisición de más bienes de los que tienen. No necesitamos ser ricos para huir de
nuestros problemas alcoholizándonos, viendo TV., o comprando cosas que nos
gusten o, aunque carezcan de importancia para nosotros, nos eviten pensar en los
problemas que no queremos -o no podemos- resolver.
La abundancia de bienes, el disfrute excesivo de los placeres mundanos, y la
invención de una realidad superflua que enmascara una situación dolorosa ante los
demás, son medios que agravan los problemas que tenemos y retrasan la solución
de los mismos, creándonos dificultades, tanto a corto como a largo plazo.
¿De qué nos sirve la ambición excesiva de alcanzar riquezas, si carecemos de
afecto humano, y estamos expuestos a sufrir las consecuencias de vivir aislados, a
no ser que estemos preparados para que ello no nos aporte grandes dosis de
sufrimiento?
"Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué
aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué
recompensa dará el hombre por su alma?" (MT. 16, 24-26).
"Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a
decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en
las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un
rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ¿Quién,
pues, podrá ser salvo?" (MC. 10, 24-26).
Los judíos creían que las riquezas y la buena salud eran bendiciones de Dios
merecidas por quienes cumplían puntualmente su Ley, y que, la pobreza y las
enfermedades, caracterizaban a quienes merecían ser castigados, por incumplir los
preceptos divinos. Esta es la razón por la que los discípulos de Jesús, pensaron,
cuando escucharon las citadas palabras de Nuestro Maestro y Señor: Si para los
ricos prácticamente es imposible salvarse, ¿qué esperanza tenemos los pobres de
vivir en la presencia de Dios aunque sea en la actualidad, si no terminamos de
pagar nuestras culpas?
Aunque en nuestro tiempo hay denominaciones cristianas que siguen defendiendo
la citada creencia de los judíos de que las riquezas simbolizan la bondad de quienes
las poseen, lo cierto es que hay creyentes muy ricos, y creyentes extremadamente
pobres. Las riquezas que podamos tener, no significan que tenemos fe en Dios, ni
que nos es indiferente su existencia.
3. ¿Qué recompensa merecemos quienes intentamos vivir como buenos cristianos
por nuestra predicación y las buenas obras que realizamos?
"Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios,
no; porque todas las cosas son posibles para Dios.
Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te
hemos seguido. Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que
haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o
tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en
este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con
persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna" (MC. 10, 27-30).
Jesús les dijo a sus discípulos que, quienes inviertan algo de valor en su causa,
serán recompensados cien veces más en este mundo, aunque no necesariamente
recibiendo lo mismo que den. A modo de ejemplo, quienes se han separado de sus
familiares porque los mismos no les permitían ser cristianos, han recibido muchos
más hermanos y madres que a los que renunciaron, aunque los mismos no son
carnales, sino, espirituales.
Aunque Dios recompensa a sus creyentes por servirle en sus hijos los hombres,
no debemos olvidar que podemos ser víctimas de persecuciones. En el caso de que
ello nos suceda, oremos para que nunca se deba a nuestra mala conducta, sino al
rechazo que muchos sienten con respecto a Dios.
Jesús se valió de la realidad de la persecución, para que nadie lo siga teniendo en
mente la consecución de recompensas materiales. No todos los cristianos tenemos
que vivir persecuciones a muerte necesariamente.
Concluyamos esta serie de tres estudios bíblicos, pidiéndole a Nuestro Padre
común, que nos ayude a entender que, el Dios Uno y Trino, es nuestra mayor
riqueza.
joseportilloperez@gmail.com