DOMINGO 28 T.O. (B)
Lecturas: Sab 7,7-11; S. 89; Heb 4,12-13; Mc
10,17-30
Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.
A vivir el Año de la Fe
Este evangelio contiene uno de los pasajes más
bellos de los evangelios. Aquel joven –Mateo precisa
que era un joven, v. 19,20.22– de gran rectitud moral,
limpio, sensible a los mejores valores humanos. Viene
corriendo donde Jesús. Ha sido atraído por la palabra,
sin duda, y más todavía por la calidad moral que el
maestro galileo transparenta y a la que arrastra.
“Maestro bueno” le llama cuando le dirige la palabra.
“Maestro bueno, qué he de hacer para heredar
la vida eterna?”. Ya intuye que la vida eterna es el
estado en que se vive siempre amando y siendo
amado por Dios. ¿Cómo estar seguro de alcanzarla?
Jesús le muestra el camino general, el que es
necesario para todos, el revelado por Dios en la ley de
Moisés: observar los mandamientos. El los observa y
desde niño, y no le parecen demasiado. El está
dispuesto a más; ¿no es eso poco para lo que
pretende? Ser en verdad “bueno”, como Dios es
bueno, siempre ha procurado serlo. Pero El puede
más. Es poco, demasiado poco lo que hasta ahora
viene haciendo.
Jesús entonces “se le queda mirando con
cariño”. Qué hermosa es la belleza moral de un joven,
de una joven, que se expresan en el rostro, en la
serenidad, en la paz, en la sonrisa limpia, pura,
generosa! ¡Qué maravilla la alegría de Jesús cuando le
mira! ¡Es un alma que goza haciendo y aspirando lo
que hace buena a la persona y cada vez mejor!
También hoy hay jóvenes, muchachos y
muchachas, que han descubierto la hermosura y la
grandeza del amor de Jesús. Es el amor que empuja a
ayudar a los pobres, que fortalece a los que consagran
su vida, su tiempo y sus energías en quienes no tienen
medios suficientes para su propio desarrollo. Quieren
hacer algo. Quieren mejorarse, mejorando el mundo.
Jesús los mira con cariño. El cariño de Jesús
pone y pondrá siempre en marcha lo mejor de
nuestros corazones. Cuando el cariño de Jesús toca el
corazón, éste siente deseos de lanzarse. Quiere llegar
hasta lo último. Es entonces cuando Jesús le lanza el
desafío, como lo hizo con aquél: “Vende lo que tienes.
Dáselo a los pobres. Tendrás un tesoro en el cielo.
Luego sígueme”.
Fue una pena. Fracasó Jesús al invitarle. Fracasó
sobre todo el muchacho. Era bueno, era puro, pero
amaba más el dinero que la bondad del Maestro. Era
muy rico. Para seguir a Jesús, la riqueza no es ventaja,
es más bien un estorbo.
Hoy día también Jesús mira a muchos jóvenes y
les sigue invitando a seguirle. Lo sigue haciendo
porque su Iglesia los necesita. Los necesita El para
enviarlos a sus hermanos y hermanas y gritar a los
hombres con las obras y las palabras que Jesús les
ama y les invita a dedicar su vida a lo más importante.
Decía el Papa Juan Pablo II que la falta de
vocaciones religiosas y sacerdotales es la tristeza de la
Iglesia. Dadas las necesidades también en el Perú nos
hacen falta hoy más vocaciones para sacerdotes y
religiosos y religiosas. Es un problema que nos toca a
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todos, no sólo al Papa y los obispos. ¡Cuántas veces a
la hora de cerrar esta Iglesia hay todavía, a veces
muchos, que esperan para confesar! Faltan también
catequistas, faltan colaboradores suficientes en la
liturgia y en la acción de caridad de la Iglesia, porque
no hay los pastores necesarios para formarlos y
sostenerlos en su labor. Si faltan los consagrados,
faltan todos los demás. Y faltan los pastores que
acompañen a los laicos para ser luz en las estructuras
políticas, profesionales, sociales y aun en sus mismas
y urgentísimas necesidades familiares para realizarlas
y ser ejemplo para otros. Viendo hoy a nuestra Iglesia,
Cristo tiene la misma impresión que cuando vio la
multitud que le seguía para escucharle y ser curada.
Se le conmovieron las entrañas porque estaban como
ovejas sin pastor. “La mies es mucha y los obreros
pocos –comentó– rueguen al dueño de la mies que
envíe obreros a su mies” (v. Mt 9,36-38). Varias veces
dice el evangelio que tuvo la misma conmoción y su
corazón se vio forzado a enseñar, curar y multiplicar
panes y peces (v. Mt 14,14-21 y =; Mt 15,32;
Mc 8,1-3). Como vemos, Jesucristo nos pide que ante
la necesidad de vocaciones lo primero oremos.
Hace cincuenta años que comenzó el Concilio
Vaticano II. Por decisión del Papa lo vamos a celebrar
con el Año de la Fe, que acabamos de empezar.
Oremos, pues, para que el Señor vuelva. La fe vivida
con alegría ha de producir vocaciones. Oremos y
animemos a vivir nuestra fe con alegría, a descubrir
sus tesoros. Si Raimondi dijo que el Perú era un
mendigo recostado a dormir sobre un saco de oro,
también podemos decirlo refiriéndolo a nuestra fe.
Despertémonos todos y descubramos el tesoro de la
fe. Conozcámoslo mejor, estudiémoslo, leamos más y
más la Palabra, oremos, sobre todo oremos
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individualmente, en grupo, en familia, demos razón de
la esperanza. Pidamos al Señor vocaciones,
alegrémonos cuando Dios llama a un hijo/a o
hermano/a para “estar con Él y enviarlo a evangelizar”
(Mc 3,14), comprometámonos con nuestra misión en
la Iglesia, no nos limitemos en ella a ser meros
consumidores de servicios religiosos, sino miembros
activos que reciben y dan al resto del cuerpo de Cristo.
Nadie diga “yo no valgo”, porque es falso. No hace
falta hacer ruido para ser apóstol. La levadura no hace
ruido. Basta vivir a fondo la fe. La Virgen María es un
ejemplo para todos. Ella fue “la que ha creído”.
Acojamos la Palabra como ella.
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