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Día litúrgico: Domingo XXVIII (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio ( Mc 10,17-30): En aquel tiempo, cuando Jesús se ponía en
camino, uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: «Maestro
bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por
qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos:
No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas
injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo
he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se
marchó entristecido, porque tenía muchos bienes (…).
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona,
España)
Propiedad privada y solidaridad
Hoy meditamos sobrecogidos el "abatimiento existencial" que atenaza al joven rico
«porque tenía muchos bienes». El problema no son las posesiones, sino la
incapacidad de amar por el excesivo apegamiento a las mismas. La doctrina social
de la Iglesia enseña que los bienes de la tierra están destinados al uso de todos los
hombres, pero que, al mismo tiempo, es legítima su posesión —como propiedad
privada—para garantizar la libertad y la dignidad de las personas.
El derecho a la propiedad privada (como todos los demás derechos individuales),
desvinculado de un conjunto de deberes que le dé un sentido profundo, se
desquicia insensibilizando el corazón humano ante las necesidades ajenas. Los
deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en
cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios.
—Al derecho a la "propiedad privada" debe acompañarle una "hipoteca social", a
saber, el deber de poseer los bienes de manera solidaria con las necesidades de los
demás.
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