XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Sab. 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza.
En la primera lectura, encontramos que la sabiduría, es fruto de la oración (v.7),
ella contiene todos los bienes que el hombre puede desear (v.11), riqueza que está
destinada a ser compartida (cfr. Sab. 7,13). En el trasfondo, tenemos la oración de
Salomón, prototipo del hombre sabio, sabiduría que imploró a Dios para gobernar a
Israel (cfr. 1Re 3,1-28; Prov.1, 7). En sentido bíblico, la sabiduría consiste en vivir
según la voluntad de Dios, cultivando los valores más nobles que el ser humano
posee, es la vida, es la experiencia recogida, lo que hace del caudal humano un
tesoro incalculable. La superioridad de los bienes espirituales a los bienes
materiales, es una constante en la literatura sapiencial: “Porque mejor es la
sabiduría que las piedras preciosas, ninguna cosa apetecible se le puede igualar.
«Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he inventado la ciencia de la
reflexión. El temor de Yahvé es odiar el mal. La soberbia y la arrogancia y el camino
malo y la boca torcida yo aborrezco. Míos son el consejo y la habilidad, yo
soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí los reyes reinan y los magistrados
administran la justicia. Por mí los príncipes gobiernan y los magnates, todos los
jueces justos. Yo amo a los que me aman y los que me buscan me
encontrarán. Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia.
Mejor es mi fruto que el oro, que el oro puro, y mi renta mejor que la plata
acrisolada.” (Prov. 8, 11-19; cfr. Jb. 28,15-19). Considera el autor sagrado, que la
luz de la sabiduría, es mejor que la del sol, porque ésta se esconde durante la
noche, en cambio, la de ella, no se apaga, porque conduce a la inmortalidad (cfr.
Jb.6, 18-19; 7,30). Es Dios, quien en efecto, otorga la sabiduría y dirige la vida de
los sabios. Salomón sabe que el hombre de fe, está en las manos de Dios en el
momento de pensar, actuar, hablar.
b.- Hb. 4, 12-13: La Palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del
corazón.
En la segunda lectura, que luego de prometernos el descanso divino (cfr. Hb. 3, 7-
29), el autor sagrado, ofrece la garantía de su cumplimiento, porque se fundamenta
en la Palabra de Dios. Encontramos todo un llamado a dejarse iluminar
constantemente por la Palabra de Dios, que como espada, cumple una tarea de
juicio y discernimiento en la vida de los hombres, porque Dios, la mirada de Dios
alcanza toda la vida de los hombres (v.13; cfr. Sb.18,15; Ef. 6,17). Esta Palabra,
no es como la palabra humana, frágil e inconsistente, esta Palabra es eficaz, porque
Dios se compromete con ella, está presente en forma operante en ella. Palabra que
es eficaz al momento de la Creación y las hazañas que el pueblo de Dios conoció
desde siempre. La Palabra no sólo juzga, las acciones de los hombres, sino que es
viva y eficaz, en cuanto el cristiano, lucha en esta vida, pero sondeado e invadido
por la Palabra de Dios en su alma, espíritu y corazón, es decir, todo el ser humano.
La Palabra es viva y eficaz, tajante y penetrante, la que juzga, atributos que el
autor sagrado, asigna como propio de su función (cfr. Dt.13, 13-16; Rm.13,4).
Penetrante, porque conoce todo hasta lo más recóndito del corazón humano, por
ello la espada de doble filo, ante la cual todo se hace patente, de ahí que pueda
juzgar la conducta del hombre (cfr. Is. 49,2; Jr. 23, 29). Finalmente, el apóstol nos
recuerda que seremos juzgados por Aquel, a quien debemos dar cuenta de toda
nuestra existencia.
c.- Mc. 10, 17-30: Vende lo que tienes y sígueme.
En este evangelio encontramos tres secciones: en la primera encontramos al joven
rico (vv.17-22); la segunda Jesús habla del peligro de las riquezas (vv. 23-27),
finalmente, encontramos el tema de la recompensa prometido al desprendimiento
(vv. 28-31). El evangelio comienza, primera parte (vv.17-22), en forma inesperada
aparece este joven que llama Jesús: “Maestro bueno” (v.17). La respuesta de
Jesús más que un rechazo es una ayuda a reconocer la fuente de toda bondad: el
Padre. Quien quiera alcanzar la vida eterna deberá encaminar sus pasos hacia Dios,
que ha expresado su voluntad de santidad en el Decálogo. La mención que hace
Jesús, es rememorar lo esencial de la alianza del Sinaí, en la línea de la tradición
bíblica (v.19). El joven, dice haber cumplido desde su niñez los mandamientos (vv.
17-19; cfr. Mt. 19, 20), no hay novedad en esa respuesta, el joven intuye que
Jesús le puede indicar algo nuevo; sólo Marcos, nos señala los sentimientos de
Jesús: lo miró fijamente, lo amó, y agrega, que le hace falta algo por cumplir,
entregar sus bienes a los pobres y luego, volver y seguirlo (vv. 21-22). Jesús le
concede ese algo más, que el joven quería. Jesús fija la diferencia entre la
respuesta tradicional, válida, pero insuficiente que le había dado antes, y esta
nueva exigencia, visto el espíritu emprendedor del joven. El hombre teme lo
desconocido, se queda anclado en su presente, desaparece el espíritu entusiasta y
lo embarga la tristeza, que le apena y le hace alejar (v. 22). Concluye la carrera de
quien es rico ante los hombres y no ante Dios. La segunda parte (vv. 28-31),
comienza con la marcha del joven, que es la oportunidad para que el Maestro,
hable de la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos para llegar al
Reino de Dios. Toda una advertencia para la comunidad eclesial. Poner la confianza
en los bienes materiales y en el dinero, se convierte en un obstáculo grave, para
acoger el Reino de Dios, en la propia existencia de fe. Ante la sorpresa de los
apóstoles Jesús usa la imagen del camello y la aguja, queriendo exageradamente
hacer comprender la importancia del mensaje (vv. 24-27), pero el mismo Maestro
da la solución ante esta difícil situación: para Dios todo es posible, lo que recuerda
el poder de Dios (v. 27; Gn.18,14). Es bueno señalar que el tema de la pobreza por
el Reino de Dios es algo completamente nuevo, revolucionario si se quiere
enseñado por Jesús, ya que la riqueza siempre fue considerada una señal del favor
divino, un bien estimado, pero no absoluto. Se hablaba siempre de favorecer al
pobre para tener un tesoro en el cielo. La enseñanza de Cristo es para todos, pues
se trata no de un aviso para los ricos, sino para los pobres también, porque se trata
de no apegarse a lo mucho o poco en esta vida en relación al Reino de Dios. El
apego a los bienes materiales endurece el corazón, dificultas las relaciones con el
prójimo, hace al hombre esclavo y no señor de su dinero, dificulta gravemente el
seguimiento de Cristo. Lo que se quiere dejar en claro, es que la llegada del Reino
de Dios, inaugurado por Jesucristo, relativiza todo desde nuestras relaciones
familiares, las relaciones con la sociedad y con los bienes materiales. Todo es
posible para Dios, ya que la renuncia no es a los bienes, sino al apego que hay en
el corazón, para precisamente abrirse a Dios, vaciarse de sí mismo y compartir sus
bienes con los más necesitados. La tercera parte (vv. 28-31), vemos la reacción de
los apóstoles que lo habían dejado todo, ahora eran inmensamente ricos, porque
poseían a Cristo, y la vía para ingresar en el Reino de Dios. Si bien el joven había
fracasado, ellos los apóstoles recibirán una recompensa que comienza en esta vida,
el presente, y culmina en la eternidad (v. 31). Jesús menciona siete realidades que
tocan lo material, los afectos, la profesión, el testimonio en la persecución, y
además, la vida eterna. Si bien, la vocación cristiana, significa romper los propios
planes, no deja el cristiano de tener puntos de referencia, como la familia, la
propiedad, la profesión pero vistos en perspectiva del Reino de Dios. El cristiano no
camina en esta vida, si no es bajo la sombra de la cruz gloriosa, vigilando siempre
para que el seguimiento sea un compromiso vital.
Santa Teresa de Jesús, si bien nació en una situación privilegiada, el encuentro con
Jesucristo la hizo comprender el tema de la pobreza efectiva y afectiva. “Y crean,
mis hijas, que para nuestro bien me ha dado el Señor un poquito a entender los
bienes que hay en la santa pobreza, y las que lo probaren lo entenderán, quizá no
tanto como yo; porque no sólo no había sido pobre de espíritu, aunque lo tenía
profesado, sino loca de espíritu. Ello es un bien que todos los bienes del mundo
encierra en sí; es un señorío grande; digo que es señorear todos los bienes de él
otra vez a quien no se le da nada de ellos. ¿Qué se me da a mí de los reyes y
señores, si no quiero sus rentas ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa
haber de descontentar en algo por ellos a Dios? ¿Ni qué se me da de sus honras si
tengo entendido en lo que está ser muy honrado un pobre, que es en ser
verdaderamente pobre?” (Camino de Perfección 2,5).