XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti
MIERCOLES
Lecturas bíblicas
a.- Gál. 5, 18-25: Los de Cristo han crucificado su carne y sus pasiones.
b.- Lc. 11, 42-46: ¡Ay de vosotros fariseos! ¡Ay de vosotros, juristas!
El evangelio nos narra la segunda de las conminaciones de Jesús contra los
fariseos acerca del pago del diezmo de las hierbas y la tercera que se refiere a la
búsqueda de los primeros puestos (vv. 42-46). Hacen cosas innecesarias, tienen el
afán de ser reconocidos por el pueblo como santos y puros, pero están llenos de
podredumbre. Cumplen la letra pequeña de la ley, cosas cumplidas con gran
escrupulosidad, pero olvidan el compromiso mayor con la justicia y el amor
fraterno. Exteriormente irreprochables, pero muy lejos de querer cumplir la ley de
Dios. Las exigencias de la ley, eran una empresa muy grande para todo hombre, tal
como la presentaban los fariseos, por lo tanto, era un gran peligro dar una imagen
de cumplidor de la ley, pero sin cumplirla verdaderamente. Jesús quiere que la ley
se cumpla en su totalidad, también en lo pequeño. Lo más importante de la ley, es
el amor que debe cumplirse en la vida, como lo más importante (cfr. Lc. 10, 27), es
decir, respetando el derecho del hombre y el amor a Dios. El amor hay que
ejercitarlo. A esto se dirigen todos los demás mandamientos; estos son los dos
mandamientos más importantes. La voluntad de Dios es lo que debe mover al
hombre, y no la vanagloria. Hay que tener cuidado, de no hacer las cosas de la
religión para nos vean los hombres, porque no se obtendrá la recompensa de Dios,
sino la de los hombres (cfr. Lc. Mt. 6,1). El puro cumplimiento de la voluntad de
Dios, en lo externo, no basta, para realizar la transformación interior del corazón
del hombre. La ley, debe estar grabada en el corazón del hombre, para que cambie
el interior, hasta la última fibra de su ser, y quede así conformado el corazón con el
querer de Dios. Jesús reafirma lo dicho por los profetas (cfr. Jer. 31,33ss; Ez. 36,
26ss), y nos invita a dejarnos transformar por su amor redentor, amor que une y
purifica, hasta llegar a los más altas cumbres de la perfección evangélica. Los
fariseos de ayer y de hoy, buscan la seguridad en observar la propia interpretación
de la ley; en atender la aprobación de los hombres devotas y a evitar el escándalo,
que hablen bien de ellos (cfr. Lc.6,26). La salvación para el fariseo está en la
palabra de Jesús, si lo reconocieran como el profeta serían salvos, pero ahí está
precisamente su debilidad, se justifican así mismos y ante los demás. No aceptan,
lo que Jesús les enseña. La Ley apunta al Reino de Dios, predicado por Jesús,
auténtico maestro de sabiduría y legislador, por eso los fariseos no cumplen
tampoco con la ley. Ignoran a Jesús, que ha venido a dar plenitud a la ley; es más,
se privan de relacionarse con Dios y con el cumplimiento perfecto de su voluntad lo
que no se puede verificar sino en el Hijo de Dios, en Jesús de Nazaret.
Santa Teresa de Ávila, nos enseña que la compañía de Jesús, trae una grandísima
limpieza de conciencia. “Y aunque, a mi parecer, es mayor merced algunas de las
que quedan dichas, ésta trae consigo un particular conocimiento de Dios, y de esta
compañía tan continua nace un amor ternísimo con Su Majestad y unos deseos aún
mayores de los que quedan dichos de entregarse toda a su servicio y una limpieza
de conciencia grande, porque hace advertir a todo la presencia que traer cabe sí;
porque, aunque ya sabemos que lo está Dios a todo lo que hacemos, es nuestro
natural tal que se descuida en pensarlo; lo que no se puede descuidar acá, que la
despierta el Señor que está cabe ella. Y aun para las mercedes que quedan dichas,
como anda el alma casi continuo con el actual amor al que ve o entiende estar cabe
sí, son muy más ordinarias. En fin, en la ganancia del alma se ve ser grandísima
merced y muy mucho de preciar, y agradece al Señor que se la da tan sin poderlo
merecer y por ningún tesoro ni deleite de la tierra la trocaría. Y así, cuando el
Señor es servido que se la quite, queda con mucha soledad; mas todas las
diligencias posibles que pusiese para tornar a tener aquella compañía aprovechan
poco; que lo da el Señor cuando quiere, y no se puede adquirir. Algunas veces
también es de algún santo, y es también de gran provecho.” (6 M 8,4).