DOMINGO XXVIII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo,
se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie Bueno
más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu
padre y a tu madre. El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde
pequeño. Jesús se le quedo mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta:
andas, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un
tesoro en el cielo-, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceo y se
marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas
palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a
los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar
por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios. Ellos se
espantaron y comentaban: Entonces ¿quién puede salvarse? Jesús se les
quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios
lo puede todo.
CUENTO: EL DIAMANTE
Un sabio hindú había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un
árbol para pasar la noche. De pronto llegó corriendo hasta él un habitante
de la aldea y le dijo:
- “La piedra!, La piedra! , Dame la piedra preciosa!”
- “Qué piedra?”, pregunt el sabio.
- “La otra noche se me apareci en sueos el Seor Shiva”, dijo el aldeano,
“y me asegur que si venía al anochecer a las afueras de la aldea,
encontraría a un sabio que me daría una piedra preciosa que me haría rico
para siempre”.
El sabio rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra.
- “Probablemente se refería a ésta”, dijo, mientras entregaba la piedra al
aldeano. “La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por
supuesto que te puedes quedar con ella”.
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante!. Tal
vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de
un hombre. Tomó el diamante y se marchó. Pasó la noche dando vueltas en
la cama, totalmente incapaz de dormir. Al día siguiente, al amanecer, fue a
despertar al sabio y le dijo:
- Quiero que me des algo más. Dame la riqueza que te permite
desprenderte con tanta facilidad de este diamante.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Lo dijo un obispo hace mucho tiempo: “Prefiero que mis curas se pierdan
por la bragueta, que por la peseta”. O sea, el peor pecado al parecer para
aquel sabio obispo no era el sexo, sino el dinero, el apego a las riquezas
materiales, el principal obstáculo para la credibilidad del Evangelio,
entonces y ahora. Pondremos mil justificaciones, pero ahí está la piedra de
toque de nuestra fe, en la capacidad de desprendimiento material. A los
católicos en general todo se les puede pedir menos que den dinero. Ahí
siempre son tacaños y agarrados. Querer servir a Dios y al dinero parece
que ya Jesús advirtió que no era posible. Pero nos hemos empeñado en
hacerlo viable. Y no es que el dinero sea en sí algo malo, al contrario, puede
ser algo muy bueno, depende para qué se use. El problema es cuando el
dinero se convierte en una especie de dios al que adoramos y al que nos
sometemos. El problema es cuando ese dinero nos arrastra a otras cosas:
poder, influencias, fama, superioridad, egoísmo. Basta ver nuestra sociedad
hoy, con crisis o sin crisis económica: parece que todo lo mueve el dinero.
Sin dinero no eres nada. El dinero cualifica. El dinero lo compra todo, hasta
el amor. Y en la Iglesia llegó hasta comprar al propio Dios.
No es extraño que en el Evangelio de hoy Jesús advierta de este peligro. El
hombre de esta historia refleja nuestra sociedad, nos refleja a nosotros.
Queremos vivir una fe que no nos comprometa a nada más que a cumplir
los mandamientos, una fe exterior a nosotros, que no nos toque la cartera
ni la cuenta del banco. Queremos una fe de buenas intenciones, una fe
burguesa, acomodaticia. Que no venga Jesús ahora a decirnos lo que no
queremos oír: que ser cristiano es estar dispuesto a dejarlo todo, a
desprenderse de todo, no para ahorrarlo, sino para compartirlo. Porque en
realidad, Jesús está describiendo la realidad de nuestro mundo: la de una
minoría de ricos frente a una mayoría de empobrecidos a causa de esa
riqueza acumulada. Por eso, donde se pone a prueba nuestra fe es en esta
capacidad real de compartir con los más necesitados. Sin solidaridad, no
hay espiritualidad, sin caridad, no hay fe.
Y a pesar de que sabemos que el dinero y las cosas materiales no dan la
felicidad de verdad, seguimos buscando el diamante que nos haga ricos,
olvidándonos de que la gran riqueza es la capacidad de no depender de
nada, como nos dice este hermoso cuento hindú. Lo vivió también Sócrates,
cuando paseando por el mercado de Atenas repleto de cosas y tiendas, se
sonri y dijo: “Qué feliz soy, cuántas cosas que no necesito”.
Examinémonos de verdad y veamos hasta dónde estamos aferrados a las
cosas. Quizá deberíamos desprendernos de algo que nos impide seguir de
verdad a Jesús y ser más solidarios con los pobres. Sin duda que la Iglesia
Jerárquica también debe hacerlo y dar ejemplo, ofreciendo una imagen de
una comunidad más sencilla, cercana a los pobres, denunciadora de las
injusticias, solidaria con los necesitados, acogedora de los marginados y
rechazados, sin tanto boato y ansias de protagonismo social y político. Pero
sin olvidar que mientras eso llega, nada nos exime a nosotros de ser
mejores cristianos en el vivir diario. Y demos especialmente ¡GRACIAS! por
los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, aquella divina iniciativa del
grande y santo Papa Juan XXIII que tanto bien ha hecho a la Iglesia.
Oremos también por el Sínodo de Obispos que se ha inaugurado estos días
en Roma para tratar el tema de la NUEVA EVANGELIZACIÓN. Ojalá todo
esto nos lleve a un seguimiento más auténtico y radical de Cristo y su
Evangelio. FELIZ, SENCILLA Y SOLIDARIA SEMANA!.