Comentario al evangelio del Miércoles 17 de Octubre del 2012
Queridos amigos y amigas:
No tiene ningún sentido dividir a la gente en buenos y malos como suelen hacer las películas
mediocres.
Primero, porque ningún ser humano puede juzgar a su hermano.
Segundo, porque el bien y el mal nos atraviesan a todos por dentro.
Jesús es implacable contra los fariseos y maestros de todos los tiempos que se preocupan por dar una
"buena imagen electoral" y pasan por alto el derecho y el amor de Dios, o que abruman a la gente con
cargas insoportables mientras ellos (¿o nosotros?) no mueven ni un dedo.
Son palabras enérgicas, de las más contundentes transmitidas por los evangelios, y, sin embargo, no
parece que tengan demasiado efecto en nosotros. A veces, en nuestra iglesia, hay personas que se
sienten con la obligación moral de señalar lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, de marcar
una línea nítida entre lo permitido y lo prohibido, de censurar conductas "escandalosas", de llamar a
cada cosa por su nombre.
¿Cómo podemos saber si estas actitudes "proféticas" son genuinamente evangélicas o no? La carta a
los gálatas nos ofrece una pista. Donde hay Espíritu surgen frutos espirituales: amor, alegría, paz,
comprensión, servicialidad, amabilidad, autocontrol, etc. Donde hay "carne" (hoy diríamos "ser
humano que se deja llevar por lo suyo") surgen otros frutos: fornicación, impureza, contiendas, celos,
rencores, sectarismo etc.
Esto puede parecer demasiado simple. Y, sin embargo, a esta simplicidad suelen llegar después de
muchas vueltas, los hombres y mujeres espirituales. Hace tiempo que me he desenganchado de los
maestros que presumen de decir las cosas claras y que van dejando un rastro de rencor, enemistades,
sectarismo.
Hoy celebramos la memoria de Ignacio de Antioquía , un creyente que vivió en el siglo I y murió
apenas comenzado el siglo II, un hombre valiente y humilde, enamorado de Cristo y muy preocupado
por su cuerpo que es la comunidad. Nos hace bien acercarnos a los creyentes que tuvieron que vivir su
fe en el seno de sociedades paganas y que fueron capaces de mantenerse firmes en la fe sin perder
nunca la lucidez.
La memoria de este santo me lleva a recordar, una vez más, a los cristianos que hoy viven en Oriente
Medio, particularmente a los pocos cristianos de Tierra Santa. Su siempre difícil situación ha
empeorado mucho en los últimos años. Necesitan de la solidaridad de la iglesia universal. Parece que
esta es su suerte desde el comienzo mismo del cristianismo.
Fernando González