Domingo XXIX del tiempo Ordinario del ciclo B.
Jesús es nuestro ejemplo a imitar.
1. Meditación de IS. 52, 13-53, 12.
Nota: Aunque la primera lectura de hoy está constituida por el texto de IS. 53, 11-
12, donde se nos recuerda la razón por la que Jesús murió, resucitó, y fue coronado
como Rey, por habernos redimido, he creído conveniente meditar el último poema
del Siervo de Yahveh completo, con el fin de resaltar los mensajes contenidos en
los Evangelios que meditamos durante los Domingos XXIII-XXXI del tiempo
Ordinario del presente ciclo B de la Liturgia de la Iglesia Católica.
He aquí que prosperará mi Siervo,
será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
Así como se asombraron de él muchos
-pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía
Hombre,
ni su apariencia era humana-
otro tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la boca,
pues lo que nunca se les contó verán,
y lo que nunca oyeron reconocerán.
¿Quién dio crédito a nuestra noticia?
Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló?
Creció como un retoño delante de él,
como raíz de tierra árida.
No tenía apariencia ni presencia;
(le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta.
¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus cardenales hemos sido curados.
Todos nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino,
y Yahveh descargó sobre él
la culpa de todos nosotros.
Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
Y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
y se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello
ni hubo engaño en su boca.
Mas plugo a Yahveh
quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus días,
y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.
Por las fatigas de su alma,
verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos
y las culpas de ellos él soportará.
Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte
y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos,
e intercedi por los rebeldes” (IS. 52, 13-53, 12).
¿Quién es el Siervo de Yahveh?
¿Se refiere Isaías a un profeta que fue víctima de la incomprensión de aquellos de
sus hermanos de raza que no se amoldaron al cumplimiento de la voluntad de
Yahveh?
¿Es el Siervo de Yahveh el pueblo de Israel, que vivió bajo el poder del imperio
babilónico durante setenta años?
¿Es el Siervo de Yahveh Jesús, Nuestro Redentor?
Dado que el autor de los Hechos de los Apóstoles afirma que Jesús es el Siervo
de Dios mencionado por Isaías, meditaremos el último poema del Siervo de
Yahveh, refiriéndolo al Mesías.
“He aquí que prosperará mi Siervo,
será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (IS. 52, 13).
¿Qué hizo el Siervo de Yahveh para prosperar espiritualmente y ser
recompensado por Nuestro Santo Padre? Si el citado personaje fue un profeta,
profesó su fe con dignidad, quizás hasta sacrificar su vida, con tal de no contradecir
a Yahveh. Si el primero de los Profetas Mayores se refiere a Jesús en el texto que
estamos considerando, nos habla de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor,
pues, por su dolor, muerte y Resurrección, Jesús nos reconcilió con el Padre, y nos
ganó la vida eterna. En el caso de que el Siervo de Yahveh sea Israel, Isaías hace
referencia a los creyentes que, a pesar de la difícil situación a que sobrevivieron, no
dejaron de creer en Dios, ni de cumplir sus prescripciones religiosas.
“Así como se asombraron de él muchos
-pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía
Hombre,
ni su apariencia era humana-
otro tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la boca,
pues lo que nunca se les contó verán,
y lo que nunca oyeron reconocerán” (IS. 52, 14-15).
Si la Pasión y muerte de Jesús nos asombran y entristecen, no podemos
asombrarnos menos al considerar que el Mesías resucitó de entre los muertos, fue
ascendido al cielo, y, por su recepción del Espíritu Santo, los Apóstoles del Señor,
hicieron que el Evangelio fuera conocido en el Imperio Romano.
El Cuerpo de Jesús desfigurado hasta carecer de apariencia humana, nos
recuerda cómo el Mesías fue rechazado por sus hermanos de raza, ha sido
despreciado posteriormente, y aún seguirá siendo víctima del más profundo
desprecio. A pesar del citado rechazo, Nuestro Santo Padre ha coronado a Jesús-
Hombre como Rey, porque, al ser Dios, el Mesías nunca renunció a su realeza.
¿Cuáles son las dos cualidades más importantes que tenía Jesús para que su
sacrificio fuera aceptado en la presencia de Nuestro Santo Padre, para ser
reconocido como Redentor de la humanidad?
Dios creó un mundo semiperfecto, pensando que, cuando el hombre le probara su
fidelidad, concluiría su perfeccionamiento. Dado que el hombre siguió su camino
alejándose de la presencia de Yahveh, Dios no impidió tal hecho para no atentar
contra la libertad que le concedió al hombre, pero quiso que este fuera redimido
mediante un sacrificio, del que el mismo Dios debía ser partícipe. Si Dios hubiera
manipulado la libertad humana, se le hubiera podido acusar por ello, pero, al
permitirnos actuar libremente, tenía que ser la víctima del sacrificio redentor de la
humanidad, para asumir su parte de responsabilidad, por causa de la existencia del
mal y el sufrimiento, y para demostrarnos que no estamos solos en nuestras
aflicciones, tal como Jesús no se sintió desamparado en su Pasión, porque el Padre
no lo socorrió, pero el Mesías estaba seguro de que su desamparo estaba causado
por la incredulidad de los hombres a quienes quiso servirles de ejemplo de fe a
imitar, y no por el rechazo de Yahveh.
La segunda cualidad por la que el sacrificio de Jesús fue acepto en la presencia de
Nuestro Santo Padre, fue la pureza característica del Señor. La crucificción de un
hombre culpable de algún delito no hubiera podido tener valor redentor ante Dios,
pero sí lo tuvo la muerte de Jesús, quien fue asesinado injustamente. El sacrificio
de una víctima justa por causa de la injusticia de los hombres, nos ganó la
justificación divina. El Autor de la Carta a los Hebreos, nos habla de Jesús, el Sumo
Sacerdote, que llevó a cabo nuestra redención, tal como recordaremos en la
segunda meditación de que se compone el presente trabajo.
San Pedro, en su primera Carta, se dirigi a quienes hemos sido “elegidos según
el previo conocimiento de dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para
obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre” (CF. 1 PE, 1, 1-2). Esta es la
causa por la que San Pablo se dirigió a los cristianos de Roma, en los siguientes
términos:
“Por consiguiente, ninguna condenacin pesa ya sobre los que están en Cristo
Jesús
En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de dios son hijos de Dios. Pues
no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis
un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu
mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y,
si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que
sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los
sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros” (ROM. 8, 1. 14-18).
Por causa de los abusos que muchos han cometido al torturarse física y
psicológicamente para alcanzar la pureza, cuando quienes predicamos el Evangelio
hablamos de renunciar al pecado, no faltan quienes entienden que los instamos a
privarse de disfrutar de los placeres del mundo, y a castigarse inútilmente. Tal
como Jesús venció a la muerte desde la entraña de la misma, el pecado se vence
viviendo la pureza, viviendo y dejando vivir, respetando a quienes no aceptan
nuestras creencias, y demostrando, -en cuanto nos sea posible hacerlo-, que es
posible vivir en un mundo en que todos seamos miembros de la misma familia.
Todos entendemos que los estudiantes necesitan esforzarse para estudiar una
carrera que les permita ganarse la vida, que los trabajadores deben esforzarse
mucho para mantener sus actividades laborales, y que, si creemos que podemos
mejorar en algún aspecto de nuestra vida, lo conseguiremos, haciendo grandes
esfuerzos y sacrificios, los cuales, a pesar de las dificultades que entrañen, nos
aportarán grandes satisfacciones, cuando los hayamos superado.
“Quién dio crédito a nuestra noticia?
Y el brazo de Yahveh a quién se le revel?” (IS. 53, 1).
¿Por qué quiso Dios redimirnos contradiciendo la creencia existente en Israel de
que el poder, la riqueza y la buena salud eran características de los devotos, y que
la pobreza y la enfermedad, marcaban a quienes no eran dignos de vivir en la
presencia de Yahveh?
¿Por qué salvó a la humanidad un Siervo despreciado, humilde y maltratado, en
vez de hacerlo un rey poderoso?
Recordemos que Dios actúa muchas veces en contradicción con las creencias
implantadas en el mundo, por medio del siguiente texto:
“Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar,
llamadle mientras está cercano.
Deje el malo su camino,
el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Yahveh, que tendrá compasión de él,
a nuestro Dios, que será grande en perdonar.
Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos son mis caminos -oráculo de
Yahveh-.
Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra,
así aventajan mis caminos a los vuestros
y mis pensamientos a los vuestros” (IS. 55, 6-9).
Jesús demostró su fortaleza por medio de su humildad, sufrimiento y
misericordia. ¿Cuáles son los medios de que nos valemos para demostrar lo que
somos y lo que creemos?
“Creci como un retoo delante de él,
como raíz de tierra árida.
No tenía apariencia ni presencia;
(le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar” (IS. 53, 2).
Las autoridades de Israel no aceptaron a Jesús como Mesías. Ello no sucedió por
causa de su ignorancia, sino porque prefirieron mantener su status social, en vez de
vivir en la presencia de Dios, pues conocían perfectamente los textos del Antiguo
Testamento, en que se anunciaban el Nacimiento, la obra, la Pasión, la muerte, la
Resurrección y la glorificación del Mesías. Israel no reconoció la grandeza de la
humildad de Jesús, y confundió al Mesías con un hombre común.
Dado que el mal que hacen algunos cristianos destaca más que el bien que hacen
los seguidores de Cristo, siempre es necesaria la vida ejemplar de fieles de Jesús,
que den a conocer la vida y obra de Nuestro Salvador, y que nos enseñen que el
Cristianismo es una realidad por medio de la profesión de una fe ejemplar que han
de demostrar por medio de sus palabras y obras, aunque sea considerado como
una utopía.
“Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta” (IS. 53, 3).
Aunque no seamos grandes conocedores del Evangelio, hoy tenemos la
oportunidad de tomar una decisión con respecto al seguimiento, el rechazo o la
indiferencia que puede caracterizarnos, con respecto al Señor. No permitamos que
las heridas de Jesús simbolicen el desprecio y la marginación de que el Señor es
víctima.
Dispongámonos a conocer a Jesús, y así nos percataremos de que el Señor quiere
que alcancemos la plenitud de la dicha, aunque, hasta que no comprendamos esta
realidad, tengamos la impresión de que se opone a que llevemos a cabo algunas de
nuestras ideas. Jesús es para nosotros como un padre que, hasta que no es
suficientemente comprendido por sus hijos, no es valorado justamente por sus
descendientes.
“Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus cardenales hemos sido curados” (IS. 53, 4-5).
Jesús nació para experimentar la mayor dicha y el más doloroso sufrimiento de
los hombres. De entre sus contemporáneos, ni siquiera sus seguidores
comprendieron el hecho por el que se dejó apresar por sus enemigos. Quizás para
nosotros carece de sentido la idea de que Jesús, siendo el Dios Todopoderoso,
quisiera vivir nuestros padecimientos voluntariamente, porque nos es difícil creer
que el dolor tiene utilidad, para impulsar nuestro crecimiento espiritual. A los
defensores de la pena capital les es comprensible el hecho de que un asesino pierda
la vida por haber cometido uno o varios crímenes, pero no es tan fácil creer que
Dios quiso experimentar el padecimiento de los hombres teniendo la posibilidad de
evitarlo, y, mucho menos, que murió para pagar el castigo merecido por los
pecadores, de entre, a quienes lo aceptaron como Redentor, los reconcilió con
Nuestro Santo Padre, y les concedió la salvación.
“Todos nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino,
y Yahveh descargó sobre él
la culpa de todos nosotros” (IS. 53, 6).
Para los judíos, era comprensible el hecho de intentar aplacar la ira de Dios por
medio del sacrificio de un cordero sin defecto, pero carecía de sentido el hecho de
ofrecerle un sacrificio humano a Yahveh. En nuestro tiempo, muchos que han oído
que Dios es amor, no comprenden la razón por la que Jesús murió para
demostrarnos que Nuestro Santo Padre nos ama, pues tenía otras formas de
demostrarnos tal realidad sin sufrimiento, aunque no caen en el detalle de que,
tales formas de proceder que hubieran estado justificadas porque Dios puede hacer
lo que le plazca, no hubieran ganado tantas almas para Dios, como lo ha hecho la
crucifixión de Jesús.
Isaías nos indica en el versículo de su obra que estamos considerando, que
nosotros vivimos nuestra religiosidad como creemos más oportuno hacerlo, y que
rechazamos a Dios cuando nos place, pero que Jesús fue el objeto de la ira de Dios,
y por ello pagó el daño causado por la maldad de la humanidad. Tanto en los
tiempos del Antiguo Testamento y de Jesús, como en nuestros días, es más fácil
creer que Dios se cebó en la Persona de su Unigénito para desquitarse por causa de
los efectos de la maldad de la humanidad, que murió para demostrarnos que
Nuestro Santo Padre nos ama, y que el dolor tiene un valor redentor muy útil, para
ayudarnos a crecer a nivel espiritual.
Los israelitas no fueron los únicos que se apartaron de Yahveh actuando como
ovejas errantes. Nosotros vivimos expuestos constantemente a aceptar la tentación
de vivir al margen de Dios, y, de hecho, hay ocasiones, en que prescindimos de la
fe que nos caracteriza. No invalidemos el sacrificio de Jesús, y no dejemos de
formar parte del rebaño que ha de ser conducido por Jesucristo, el Pastor que nos
llevará a la presencia de Nuestro Padre común.
“Fue oprimido, y él se humill
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
y se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello
ni hubo engaño en su boca.
Mas plugo a Yahveh
quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus días,
y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.
Por las fatigas de su alma,
verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos
y las culpas de ellos él soportará.
Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte
y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos,
e intercedi por los rebeldes” (IS. 53, 7-12).
Jesús fue sepultado con los malvados porque lo humillaron crucificándolo junto a
dos malhechores llamados Dimas y Gestas, y fue sepultado entre los ricos, porque
un sanedrita y comerciante, llamado José de Arimatea, le cedió un sepulcro que
hizo excavar para sí mismo.
El sufrimiento y la muerte de Jesús, nos hacen pensar que Dios no solo conoce el
dolor humano porque no se le oculta nada por causa de su absoluta perfección,
pues sabemos que conoce plenamente la experiencia del sufrimiento de los
hombres, por haberla vivido. Esta es la causa por la que, aunque el Señor murió
entre quienes eran marginados socialmente, Dios lo convirtió en Rey, haciéndolo la
Persona más influyente de su Reino. Este hecho nos hace reflexionar sobre la
manera en que debemos afrontar y confrontar nuestras dificultades, y sobre lo que
vamos a hacer y decir, para agradecerle a Dios, todo lo que ha hecho por nosotros.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre común, que nos ayude
a extinguir nuestros defectos, y a sobrellevar la pobreza, las enfermedades y/o el
aislamiento con dignidad, para que podamos conocer la plenitud de la felicidad, en
su Reino de amor y paz.
2. Meditación de HB. 4, 14-16.
3.
“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios-
mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono
de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna”
(HB. 4, 14-16).
El sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio de los sumos sacerdotes judíos,
quienes ofrecían sacrificios, tanto por sí mismos, como por el pueblo de Yahveh,
porque Nuestro Señor, al no haber sucumbido al pecado, no tuvo que hacer
sacrificios por Sí mismo.
Mientras que los sumos sacerdotes ofrecían sacrificios una vez al año para
suplicar el perdón de sus pecados y el del pueblo de Israel, Jesús se sacrificó una
sola vez, y ello le valió para redimir a quienes lo acepten como Enviado de Dios al
mundo.
Jesús, por ser sacerdote, es Mediador ante Dios y nosotros. Como representante
de los hombres, Jesús intercede ante el Padre por nosotros en el cielo, y, como
representante del Padre, el Señor nos administra el perdón, pues nos lo consiguió
por medio de su Pasión, muerte y Resurrección.
Jesús conoce perfectamente a Nuestro Santo Padre y al Espíritu Santo, porque es
la segunda Persona de la Santísima Trinidad, y, al mismo tiempo, por cuanto es
Hombre, y conoce nuestros gozos y sufrimientos, intercede ante el Padre por
nosotros, no una sola vez al año como lo hacían los sumos sacerdotes judíos por
sus hermanos de raza, sino, constantemente. No olvidemos que Jesús escucha
nuestras oraciones, aunque, por causa de nuestras tribulaciones, creamos que nos
ha desamparado.
Jesús, al haber experimentado muchas tentaciones tal como nos sucede a
nosotros, conoce la facilidad con que cedemos a unas, y el esfuerzo que nos supone
vencer otras. Cristo puede compadecerse de nosotros porque fue tentado en todos
los aspectos de la vida en que los hombres solemos fallarle a Nuestro Santo Padre.
Si Cristo no sucumbió a las tentaciones a que fue expuesto por el Demonio, ello
nos ayuda a concienciarnos de que nuestra fragilidad humana no nos separará del
Dios Uno y Trino, porque San Juan escribió en su primera Carta:
“Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de
Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle” (1 JN. 5, 18).
Nosotros hemos podido pecar antes de desear amoldar nuestra vida al
cumplimiento de la voluntad de Dios, pero Cristo nos ayuda a superar nuestra
fragilidad humana, para que seamos dignos de vivir, en la presencia de Nuestro
Padre común.
Si Cristo no se dejó seducir por el pecado, nosotros alcanzaremos la pureza por
su gracia, por más que nos cueste vencer nuestra humana fragilidad, que suele ser
tendente a cometer los mismos errores, en más de una ocasión.
-Acudamos a Jesús en oración con reverencia, porque el Señor es Nuestro Dios.
-Acudamos a Jesús en oración con confianza, porque El es Nuestro Hermano,
Amigo y Maestro Consejero.
-No acudamos a Jesús en oración con prisa. Disfrutemos nuestros encuentros con
el Señor, pues El es Nuestro mejor Amigo.
-No acudamos a Jesús en oración temerosos de pedirle a Dios que nos conceda lo
que necesitamos, pues ello nos deja clara evidencia, de que no confiamos en El
plenamente. Pidámosle a Jesús lo que necesitemos, y esperemos que El nos
conceda todo lo que contribuya a nuestra purificación, nuestra santificación, y
nuestra salvación eterna.
3. Meditación de MC. 10, 35-45.
“Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen:
«Maestro, queremos nos concedas lo que te pidamos.»
El les dijo:
«¿Qué queréis que os conceda?»
Ellos le respondieron:
«Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda.»
Jesús les dijo:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser
bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?»
Ellos le dijeron:
«Sí, podemos.»
Jesús les dijo:
«La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el
bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.»
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús,
llamándoles, les dice:
«Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como
señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así
entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de
todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar
su vida como rescate por muchos.”” (MC. 10, 35-45).
Los dos hermanos que por causa de su carácter fogoso eran conocidos como
“Boanerges” (hijos del trueno), porque Jesús les impuso ese nombre (MC. 3, 17), le
dijeron al Seor: “Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. Ellos
sabían perfectamente que Jesús no estaría de acuerdo con el hecho de concederles
los mejores puestos en su Reino, pues Nuestro Señor hizo mucho hincapié en
enseñar a sus seguidores a destacar entre los humildes. Esta fue la razón por la
que quisieron que el Mesías respondiera afirmativamente la petición que le hicieron,
antes de dársela a conocer, pero Nuestro Redentor conocía las intenciones de sus
amigos, y era consciente de que les faltaba recorrer un largo camino para poder
imitar su conducta. Esta es la razón por la que, antes de responderles a sus amigos
si les concedía lo que deseaban, inquirió de ellos lo que querían. San Mateo nos
dice en su Evangelio que, con tal de presionar a Jesús para que cumpliera su deseo,
los hijos del pescador Zebedeo se hicieron acompañar por su madre, pues, el hecho
de que las mujeres eran marginadas socialmente, logró que el Señor sintiera gran
afecto por ellas.
“Entonces se le acerc la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró
como para pedirle algo. El le dijo:
«¿Qué quieres?»
Dícele ella:
«Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda,
en tu Reino.” (MT. 20, 20-21).
A pesar de que los hermanos Santiago y Juan, -al igual que sus compañeros de
ministerio-, tenían problemas para adaptarse totalmente al cumplimiento de la
voluntad de Dios, porque soñaban con un Reino terrenal en que tendrían la
oportunidad de ser poderosos, el Señor no los rechazó, sino que, hasta que entró
en trance agónico mientras se prolongó su oración en el monte de los Olivos,
estuvo intentando hacerlos recapacitar. Este hecho nos sugiere el pensamiento de
buscar la forma de abrirnos mentalmente a quienes no comparten nuestras
creencias. Es triste el hecho de que no todos los católicos hayan aceptado la
posibilidad de mantener relaciones con hermanos cristianos de diferentes
denominaciones, y que se muestren contrarios a la celebración del Año de la Fe,
pues, al creerse dueños absolutos de la verdad, no quieren dejar de rechazar a
quienes no comparten la totalidad de sus ideas. Es triste que existan
denominaciones que, en nombre de las verdades en que creen, propaguen el
desprecio a quienes no comparten la totalidad de sus creencias, incumpliendo la
voluntad de Jesús, quien se dirigió a Nuestro Santo Padre en su oración sacerdotal,
en los términos que siguen:
“Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre
santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como
nosotros” (JN. 17, 11).
Indudablemente, todos creemos verdadera la fe que profesamos, pero ello no nos
autoriza a despreciar a quienes no se aferran plenamente a nuestras creencias. Si
queremos imponerle al mundo nuestras creencias, lo único que conseguiremos, es
lograr que se dificulte la labor que Dios realiza en los hombres, pues solo El sabe
cuándo estaremos dispuestos a aceptar la vocación que de El recibiremos, la cual
nos permitirá desear disponernos a vivir en su presencia. Despreciar a quienes no
comparten nuestras creencias, es una perfecta excusa para no trabajar en la
construcción de un mundo de hermanos que tienen un mismo Padre celestial. El
Reino de Dios no puede edificarse sobre el desprecio humano. Necesitamos
adaptarnos a las realidades características del mundo, para poder demostrar que
Dios existe y se interesa por nosotros.
“En conclusin, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos
como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni
insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar
la bendicin” (1 PE. 3, 8-9).
Los discípulos de Jesús no compartían el mismo pensamiento del Señor, con
respecto a cómo debería ser el Reino de Dios. Para ellos, tal realidad se reducía a
extinguir el dominio romano de Israel, y a vivir ganando poder, riquezas y
prestigio. Esta idea no solo era característica del Israel bíblico, pues también lo es
de nuestro tiempo y de ciertas denominaciones cristianas actuales. Para Jesús, el
Reino de Dios no está relacionado con el poder, las riquezas y el prestigio, sino con
la construcción de un mundo de hermanos, que tienen un mismo Padre. El Reino de
Dios, no es un espacio geográfico, sino la vida de quienes aceptan a Nuestro Padre
común, y se adaptan al cumplimiento de su voluntad, que consiste en que
alcancemos la plenitud de la dicha.
¿Qué quiere Jesús que hagamos quienes creemos en El para disponernos a vivir
en su Reino espiritual?
“Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y
por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si arruina su vida? Pues qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (MC. 8,
34-37).
¿Cómo podremos negarnos a nosotros mismos, si vivimos en un mundo en que,
si queremos ser importantes, tenemos que promocionarnos?
Obviamente, hemos sido creados por Dios, y, ya que lo que Dios ha creado no es
malo, no debemos despreciarnos, sino esforzarnos en alcanzar la perfección,
corrigiendo los defectos que nos caracterizan. Esto no es fácil de comprender para
quienes jamás se han esforzado en la vida para conseguir absolutamente nada,
pues han tenido a quienes les resuelvan sus dificultades, y dinero para hacer de los
placeres mundanos su máxima aspiración.
El pasado 12 de octubre, -día de Nuestra Señora del Pilar-, la Agencia de Noticias
Europa Press, publicó un artículo, en que se decía que el sesenta y tres por ciento
de los españoles, prefieren perder diez años de vida, antes que verse privados del
sentido de la vista. ¿Cómo podremos tomar nuestra cruz para ser seguidores de
Jesús, si la mayoría de la gente, intenta esconder sus enfermedades y otros
defectos, con tal de no ser marginada?
El mensaje de Jesús es radical, y tal radicalidad no es signo de fanatismo, sino de
la profundidad con que se nos invita a estudiarlo, conocerlo y aplicarlo a nuestra
vida. Para nosotros, ser cristianos, no significa que tenemos que renunciar a
nuestra vida, sino a todo lo que, en la misma, se opone al cumplimiento de la
voluntad divina. Tal adaptación no es fácil para nosotros, así pues, esta es la causa
por la que, nuestra conversión al Evangelio, se compara con la renuncia a nuestra
vida actual, la cual, paradójicamente, se nos acrecienta, cuando le permitimos a
Dios dignificárnosla.
¿De qué nos sirve ganar poder, riquezas y prestigio, si ello nos impide crecer
espiritualmente, e incluso nos priva de relacionarnos con nuestros familiares y
amigos?
¿Qué es más importante para nosotros que nuestra vida espiritual y afectiva?
Frente a la instrucción de Jesús de inspirar su vida en la fe, la esperanza y la
caridad divinas, los hermanos Santiago y Juan, reclamaron para sí, los mejores
puestos, en el Reino de Dios. Ellos estaban lejos de desear donarse a Dios en sus
hijos en vez de ambicionar el poder, de hacerse humildes para vencer la obsesión
de ser ricos, y de ser capaces de asumir el mayor rechazo social, con tal de no
desear servir a Dios para alcanzar prestigio humano, sino, por amor al Dios Uno y
Trino y a sus hijos los hombres, aunque ello les aportara sufrimiento, tal como les
sucedió, a partir del día en que recibieron los dones del Espíritu Santo, pues
Santiago fue mandado a asesinar por Herodes (HCH. 12, 2), y Juan fue azotado
junto a Pedro (HCH. 5, 40), y vivió desterrado en la isla de Patmos (AP. 1, 9).
Jesús les dijo a los citados hermanos que recibirían su bautismo, y que
compartirían sus sufrimientos, pero, para lograr estas cosas, debían renunciar a los
deseos del mundo, que se adueñaron de sus corazones.
¿Somos capaces de servir a Dios en sus hijos los hombres evitando quejarnos por
la existencia de pequeñas contradicciones que tienen el objeto de enseñarnos a
valorar lo que hacemos para adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro
Santo Padre?
Santiago y Juan, le pidieron a Jesús un deseo, que no les fue concedido. A
nosotros en ciertas circunstancias tampoco nos concede Dios lo que le pedimos,
porque ello puede hacernos perder la fe que nos caracteriza, de la misma manera
que, si dichos hermanos, hubieran alcanzado el poder, las riquezas y el prestigio
que ambicionaban, no hubieran llegado a ser gigantes, en el terreno de la
espiritualidad. Cuando queremos alcanzar una meta que nos supone años de
esfuerzo y sacrificios, los psicólogos nos enseñan a valorar todo lo que consigamos
a largo plazo. Si necesitamos adelgazar veinte kilos, y nos queremos comer varios
dulces todos los días, los citados especialistas nos instarán a considerar el resultado
de nuestra dieta a largo plazo, pues ello será más satisfactorio que alimentarnos a
base de lo que no debemos abusar, pues ello contribuirá al debilitamiento de
nuestra salud. Si Dios no nos concede lo que le pedimos, debemos considerar que
su sabiduría es superior a la nuestra, y que encamina nuestra vida a su presencia,
por lo que no nos concederá nada que nos impida profesar la fe que nos
caracteriza.
San Pedro escribió en su primera Carta:
“A los ancianos (clérigos) que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como
ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para
manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no
forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia,
sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos
de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral (cuando Jesús venga a nuestro encuentro
nuevamente), recibiréis la corona de gloria que no se marchita” (1 PE. 5, 1-4).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre común, que nos ayude
a adaptarnos al cumplimiento de su voluntad.
Nota: El presente trabajo ha sido escrito utilizando el texto de la biblia de
Jerusalén.
joseportilloperez@gmail.com