XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
EMPRENDEDORES
Padre Pedrojosé Ynaraja
La palabra es hoy concepto de rabiosa actualidad. Ante las crisis en empresas y
negocios, y sus correspondientes despidos laborales, se os ofrece y asegura que
vuestra salvación profesional, mis queridos jóvenes lectores, está en ser
emprendedores.
Tal vez por una bastante generalizada holgazanería, los llamados por aquí y ahora
los nini (ni estudian ni trabajan) o por las dificultades y sentido indeterminado de lo
que significa emprendedor, me parece que no va a tener éxito tal actitud.
Para empezar, quiero advertiros que un pueblo sin crisis no progresa. Cuentan que
en las islas del sur, en la Polinesia francesa, aquellas que maravillosamente pinto
Paul Gauguin, no es preciso trabajar. O que no lo era en aquel tiempo. Según
decían, se levantaba uno cuando le daba la gana, paseando alargaba el brazo para
alcanzar sin esfuerzo sabrosas frutas y displicentemente echaba el anzuelo en la
playa, para conseguir fácilmente el pescado que quisiera. Una tal vida que
llamamos paradisíaca, no estimulaba el progreso humano, ni social ni
culturalmente. Tales costumbres no suponen progreso. Con lo dicho, no defiendo la
nuestra deshumanizada y deshumanizadora, deseo que las innegables crisis no os
asusten demasiado, os apoquen, os intimiden y os reduzcan a asustados e inútiles
espectadores.
Me he alejado del tema y no quisiera irme por las ramas. Os daba estas
explicaciones, vuelvo a repetir, para que no os alarmaseis. Situaciones de opresión
política y militar, además de intoxicaciones seudoreligiosas, las sufrían los
contemporáneos de Jesús. En tales desconciertos y bajo el “sálvese quien pueda”,
se esconde mucha ambición, cosa muy diferente a la de ser emprendedor.
Observad que de entre los amigos del Señor, escogidos y llamados Apóstoles, y
entre estos algunos de los predilectos, aquellos que le escuchaban sus doctrinas en
forma de parábolas o expresadas en sermones que resumen las bienaventuranzas
que nos han llegado a nosotros, pese a ello sólo piensan en medrar, en asegurarse
una situación boyante. No es ejemplar precisamente su petición. Ellos son, como
muchos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, que pensáis en haceros
currículo, conseguir diplomas, escalar empleos. Y muchos de los de entre vosotros,
no se contentan con poco.
Estos dos hermanos, hijos de Zebedeo, compañeros de lides de Jesús, piden algo
así como, en lenguaje político actual, sería solicitar el nombramiento de presidente
de gobierno y viceprimerministro. ¡anda ya! Un poco más y pretenden situarse en
el trono celestial, desalojando al mismo Dios.
Evidentemente su petición enojó a los demás. Querían comerse el mundo, perdón,
el Reino, como cualquier jovencito recién acabado su bachillerato, con sus sueños y
nulo esfuerzo, pretende engañarnos, contándonos lo que con sus dotes será capaz
de conseguir.
Las cosas cambian, pero la ambición no desaparece del corazón humano. El
programa que viene a proponernos el Maestro supone un cambio de valores, ni
ellos, ni nosotros queremos darnos cuenta.
En otros momentos os he dicho que se habla de que debéis ser educados en
valores, o que había ausencia de valores y os decía entonces, que lo que faltaba era
tener una escala de valores y serle fiel. Hoy añado más todavía, os recuerdo que el
Señor vino a inculcarnos nuevas expectativas y programas, chocantes con lo que se
cuece entre nosotros. Es de lo que explícitamente habla el evangelio del presente
domingo. Lo importante no es estar rodeado de subordinados, tener contactos que
nos abran todas las puertas, exigir que se respeten nuestros derechos y que el
protocolo nos asigne el lugar que por las normas nos corresponde. Lo importante es
servir, ayudar, aceptar marginaciones, mientras no nos impidan ser útiles
servidores del Reino, es decir de Dios y de los hombres, especialmente si son
pobres.
Cuando sufráis desprecios, acordaos del Jesús mofado por Herodes y sus
compinches, prisionero de un lacayo de Roma que ostentaba el título de
gobernador, desnudado por soldados rasos, que no respetan su derecho de
propiedad sobre su simple ropa. Él, en estas humillantes circunstancias, es cuando
se reconoce Rey. Nadie lo diría. En situaciones triunfales, había huido de honores.
Ser cristiano, discípulo de Jesús, es aceptar estas paradojas. ¿Quién se atreve a
seguirlo?
Pero no olvidéis que Santiago y Juan, nuestros protagonistas, no son abandonados
al desván del Reino. Llegado el momento que les anuncia el Señor, se convertirán
y serán uno el Gran Señor Santiago y otro autor inspirado de los escritos más
sublimes. Así que animaos y no abandonéis la maratón cristiana.