Comentario al evangelio del Lunes 22 de Octubre del 2012
Hola, amigos y amigas:
He sido testigo cercano de amargas batallas familiares a la hora de distribuir las partes de una herencia;
si no se hace con un espíritu de libertad y de fraternidad, esta acción legal termina creando hondas
heridas familiares y resentimientos de por vida. Jesús percibe que detrás del reclamo de uno de los
hermanos que disputan una herencia familiar, podría anidar un mal mayor; por eso, aprovecha la
ocasión para ir a la raíz del problema: la codicia que atrapa al corazón del hombre. El relato de una
persona insensata que vive bajo el dominio del deseo de tener cada vez más le sirve al evangelista para
dejar al descubierto la necedad de una vida cuyo objetivo central es acumular riquezas sin tener en
cuenta a los demás. Es muy propio del evangelista Lucas resaltar que la riqueza puede llegar a absorber
de tal forma al ser humano que le lleve a vivir sumergido en el egoísmo y en el vacío. Termina el texto
con una afirmación de Jesús, que se convierte para nosotros en una máxima evangélica: “Así le sucede
a quien atesora para sí, en lugar de hacerse rico ante Dios”.
¿Qué significa “hacerse rico ante Dios”? Lo contrario es atesorar para sí mismo, es decir, vivir sólo
pensando en uno mismo, olvidándose de los demás; llevar una vida encerrada e insolidaria. El que vive
así pierde su vida porque deja de lado a sus hermanos y se aísla de la familia humana que nos ha dado
el Padre Dios. “Hacerse rico ante Dios” supone, en primer lugar, vivir en plena confianza en el Abbà,
abierto a su Providencia que nos cuida; segundo, vivir en libertad absoluta de todo ídolo que quiera
apoderarse de nuestro corazón para convertirnos a nosotros mismos en el objeto de nuestra propia
adoración y, tercero, vivir en generosa apertura a la solidaridad y al servicio, que se plasma en la
preocupación por las necesidades de los demás.
En tiempos de tanto individualismo e indiferencia social es muy fácil caer en la tentación de pensar
sólo en uno mismo y, a lo mucho, en los que pertenecen al propio núcleo familiar, sin tener en cuenta a
los demás, especialmente a quienes más necesitan de nuestro apoyo. Más aún, en tiempo de crisis
económica, como la que estamos atravesando a nivel mundial, nos vemos empujados a tener una
mentalidad de sobrevivencia individualista: acumular para subsistir y protegernos de los peligros que
puedan sobrevenir. El evangelio es claro: nos invita a “hacernos personas ricas ante Dios”, a vivir la
confianza en Dios, que nos libera de toda codicia y nos lanza a compartir con los más necesitados; es
decir, vivir en la misma clave con la que Jesús entregó su vida hasta el final, sin reservas ni
exclusiones.
Un saludo fraterno
Carlos Sánchez Miranda, cmf.
Carlos Sánchez Miranda, cmf.