Ciclo B. XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Mucho por dejar, muchos por recibir
El libro de la Sabiduría tiene todas las características de ser un escrito que busca
trascender la realidad del entorno judío en su implicancia con el mundo helénico,
motivado por la fidelidad al judaísmo en el acontecer de sus días en la diáspora. En
este deseo de hacer extensiva la fidelidad a su fe en el Dios de la alianza, el autor
de este escrito ve necesario vincular términos que manejaban de su propio
ambiente cultural judío, con aquellos otros del entonces mundo grecorromano, que
podrían representar un camino posible de comprensión aunque particularmente
buscarían afianzar su propia fe lejos de su tierra. La sabiduría pasa a ser un
elemento importante en este escrito y que la vincula claramente con la justicia del
creyente ante Dios. La sabiduría pasa a ser personificada en la mayoría de escritos
sapienciales de la Biblia, pero un detalle que salta a la vista, de modo particular en
este pasaje de la Sabiduría, es que ésta no se adquiere por un esfuerzo propio; el
autor insiste en que posee un rango divino y que por tanto es preciso pedirla (7,7).
La oración es camino necesario para adquirir la Sabiduría. Es desde aquí, donde se
empieza a recurrir a la comparación para valorarla como tal (7,8-10); no solo con el
nivel propio de las cosas, sino hasta de las propias realidades humanas tan
avasallantes en deseo por parte de la reflexión filosófica como la salud o la belleza
(7,10). El ser humano que opta por ella, alcanza un nivel de “resplandor” (lenguaje
muy conocido del mundo helénico) que trae consigo bienes y riqueza (7,11) que
ante la comparación hecha anteriormente, sería imperdonable y necio que alguien
no pudiera desearla buscar.
Estas palabras recogidas de la Carta a los Hebreos siguen a continuación de una
reflexión en torno al deseo del creyente de alcanzar el “descanso” en Dios,
insinuado ya desde la creación, pero abierto en esperanza desde Cristo. Aquí, el
sentido particular de la Palabra de Dios se enmarca en la fidelidad de las promesas
de Dios y su carácter de juicio y discernimiento frente a todo ser humano. Para el
autor de la Carta a los Hebreos, nos espera desde Cristo aquel descanso definitivo
en Dios para lo cual es preciso esforzarnos en aceptar la buena noticia. Y esto es
tan vital e importante, que especifica la fuerza de esta promesa con la imagen de
“la espada de doble filo” (4,12), que es capaz de llegar hasta las fibras más íntimas
del pensamiento humano (intenciones del corazón) por la cual el hombre, siendo
criatura, no puede esconderse ante esta promesa, ni tan siquiera eludirla, ya que
en definitiva, estamos ante los ojos de Dios totalmente “desnudos” (4,13). Sin
duda, es una confrontación profunda de nuestra esperanza en Dios con la exigencia
propia de sabernos ante un Dios a quien no podemos esconderle nada.
Un pasaje muy especial y bien elaborado por el evangelista Marcos es el que nos
encontramos este domingo. Seguimos en la dinámica del camino y de la instrucción
particular de sus discípulos. Es preciso, dejarnos llevar por la narración de Marcos
sin prejuicio alguno de que si era un joven rico o de la tentación de pretender
“sabernos ya la historia”. La premura de la interrupcin de lo que estaba por hacer
Jesús salta a la vista. Jesús estaba poniéndose en camino y surge este personaje
anónimo corriendo y que luego se postra ante él (10,17a). Para este hombre, Jesús
es el “Maestro bueno”; quizá por todo lo que se hablaba de él en el entorno, pero
aún no había tenido un encuentro directo y cercano como lo estaba teniendo en
este momento (10,17b). Dos cosas llaman
la atención en su intervención: siente que la vida eterna es entendida como
herencia y que como tal parece que tiene que conseguirla. Aparentemente es una
contradicción. Si uno asume la herencia, la asume por su vinculación natural, pero
sería difícil concebirla así en relación con Dios. Hay que marcar las distancias. Es un
tema de obtenerla por esfuerzo, hay que hacer algo para obtenerla. Jesús cuestiona
la seguridad con la que aquel hombre confirmaría que lo había reconocido. Jesús
pide que la reflexión se vincule a la bondad del Padre, Él único (énfasis – 10,18).
Jesús entronca con su mentalidad: estás en el nivel cumplir allí tienes los
mandamientos. Aquel hombre, aceptando de Jesús su “correccin”, le llama ahora
solamente “Maestro”, y se presenta como un hombre cumplidor de los
mandamientos desde joven (10,20). ¿Esperaría que Jesús le dijera que ya es
heredero de la vida eterna?
Aquí, el evangelista cambia radicalmente el tono de su narración y empieza a
introducir detalles que no siempre notamos. Jesús, mirándolo, lo amó y es desde
este sentimiento profundo donde confía que aquel hombre podía ser capaz no tanto
de “hacer” ya más cosas sino de que podía ser capaz de “dejar” para conseguir un
tesoro diferente (10,21). Jesús vuelve a llamar a alguien directamente a que lo
siga. Si los detalles en Jesús eran llamativos, los de aquel hombre lo son también
pero en sentido contrario: muy entristecido y muy apenado se retiró. El evangelista
añade algo que el lector no tenía en mente: tenía muchos bienes(10,22). Todo esto
pasa para la instrucción de sus discípulos. Una vez más entra en confrontación el
tema del seguimiento de Jesús. Se plantea la gran dificultad de entrar al Reino de
los cielos para quienes optan por tener riquezas. Dos veces lo repite y dos veces los
discípulos se quedan asombrados (10,23-24). Nuevamente, entra a tallar el
conflicto: ¿Quién podrá salvarse? Jesús reorienta otra vez las cosas: hay que mirar
la salvación, la vida eterna, el reino de los cielos desde la bondad de Dios que
quiere darla, ofrecerla. No es un tema de mero esfuerzo humano, no es un tema
condicionado por lo que haga o no haga el hombre. Por eso hasta lo que parece
imposible puede ser una realidad de salvación, sólo si el hombre lo descubre así
(10,27): apertura total sin seguridades de ningún tipo y lo expresa muy bien el
evangelista desde la seguridad más importante de todos los tiempos en la
humanidad: las riquezas.
No podía faltar una intervención, y más aún, la de Pedro. Quizá con justa razón de
quien sí dejó mucho y lo siguió, como también lo hicieron sus demás compañeros
(10,28). Jesús no se queda atrás en su respuesta. Dos cosas finales en esta última
intervencin de Jesús: cien veces más recibirán en “este tiempo oportuno” y “con
persecuciones” (10,29-30). Es obvio que es un mensaje muy particular para la
primera comunidad cristiana que vivía momentos tensos tal vez en los momentos
cercanos a la destrucción de Jerusalén o el peligro de su convivencia con el
judaísmo; lo cierto es que el lenguaje habla de esperanza en medio de la dificultad
para el cristianos de todos los tiempos y en ello, una vinculación entre lo que
podemos recibir en el “kairos”, la irrupcin salvífica de Dios en la historia del
hombre, y lo que nos espera en la vida eterna.
Hoy se conjugan muchas cosas:
- pedir el don de la Sabiduría y valorarla por sobre todas las cosas; aquella que es
capaz de ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos y a Dios que desde la
relectura de fe sin duda es Cristo.
- ser responsables ante el “juicio de Dios”, sin connotacin cerrada de la misma con
nuestros criterios humanos, simplemente aceptando que estamos ante quien es
capaz de entrar hasta las fibras más íntimas de nuestro ser y entablar así una
relación transparente y sincera.
- aprender a “dejar” para “llenar”; entendiendo que nuestra salvación no se
contempla desde lo mucho de bien que puedo hacer sino desde la Bondad plena
que nos da su salvación y de quien dimana todo deseo de poseerlo y que me invita
a ser capaz de poner todas las cosas en orden.
Que el Señor nos ayude a mantener vivo el deseo del salmo: “Enséanos a calcular
nuestros aos para que adquiramos un corazn sensato”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)