XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Misioneros de la fe
El testimonio público de la fe expresa la identidad misionera de la Iglesia en todos
sus miembros. Esto es lo que celebramos en el día del Domund y lo que la carta a
los Hebreos resalta al invitarnos a mantenernos firmes en la profesión de la fe (Heb
4,14). Tres motivos eclesiales se dan cita además este año en la celebración de
esta Jornada Mundial de las Misiones (Domund 2012): la clausura del Sínodo de los
Obispos en Roma sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe
cristiana, la celebración del 50º aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II y
la apertura del año de la fe, convocado por Benedicto XVI con motivo de aquella
efemérides conciliar. Por ello la Iglesia católica nos ofrece el lema “misioneros de la
fe” para avivar la conciencia misionera de toda la Iglesia en este día y pretende
promover en las comunidades cristianas el crecimiento de la fe compartiéndola con
los demás e implicar a todos los miembros de la Iglesia en la oración, el sacrificio y
la cooperación económica por las misiones. Y es que la Iglesia es, por su
naturaleza, misionera, tal como afirman los documentos conciliares (AG 2; LG
8,13,17,23) y ratifica el papa actual en la exhortación apostólica Verbum Domini,
92: La misión es una dimensión esencial de la identidad de la Iglesia que se debe
hacer patente en todas las estructuras y actividades de la parroquia.
Ésta es una buena ocasión para agradecer a Dios la ingente actividad
evangelizadora de la Iglesia en el mundo, desarrollada particularmente por todos
los misioneros y misioneras, laicos, religiosos y sacerdotes, que dedican por entero
su vida a la misma causa de Jesús de Nazaret, trabajando con la fuerza del Espíritu
especialmente en los países pobres y en lugares recónditos de la tierra. Ellos son el
testimonio más patente de la dimensión misionera de todo cristiano, que desde el
bautismo se convierte en testigo comprometido de la fe y del amor de Dios. Por
ello, en Latinoamérica se ha asumido, desde la Asamblea de Aparecida, el estado
de misión permanente de la Iglesia. Sin embargo, las situaciones sociales y políticas
y las circunstancias generalmente adversas en que se desarrolla la acción misionera
específica en las regiones sumidas en la miseria atroz de la pobreza, pueden
suscitar hoy la toma de conciencia y de compromiso personal ante los graves
problemas que afectan a nuestro mundo así como la solidaridad y el apoyo,
espiritual y material, a los misioneros, de parte de las gentes de buen corazón y de
los creyentes que habitan en cualquier parte del mundo.
El Evangelio de hoy proclama como mensaje misionero para hacer presente a Dios
en el mundo actual una palabra realmente sorprendente, pues Jesús vuelve a
reiterar la enseñanza capital de su mensaje: el que quiera ser el primero que se
haga el último y el servidor de todos (Mc 10,35-45). Ésta es la instrucción que
enmarca las directrices de la misión de los discípulos. Tal como había dicho Jesús
en Mc 9,35, ahora, ante la incomprensión absoluta por parte de los discípulos,
Santiago y Juan, vuelve a insistir en el mismo mensaje pero añadiendo una palabra
sobre el Hijo del Hombre que alude a él mismo. Él se presenta como el Hijo del
Hombre, servidor de todos, que da la vida en rescate por todos. Y por eso insta a
sus discípulos a que cambien de mentalidad y de criterios. En el evangelio Jesús
crítica la actitud de los que gobiernan como déspotas y opresores y enseña a sus
discípulos que la actitud que conduce al Reino de Dios y su justicia es la de ser
servidores de los otros y particularmente de los últimos.
Como discípulos de Cristo y misioneros del Evangelio la interpelación de Cristo nos
permite preguntarnos si en nuestra vivencia de la fe aspiramos a servirnos de los
demás y de Dios o a servir a los demás con la humildad que supone considerar
superiores a los otros. La confrontación directa con Santiago y Juan muestra que, a
estas alturas de la trama del evangelio de Marcos, los discípulos no habían
entendido nada del camino propuesto por Jesús. Ellos aspiraban al poder y a la
gloria y estaban dispuestos a instrumentalizar al mismísimo Jesús para conseguir
su objetivo: “queremos que hagas lo que te pidamos”. Querían servirse de Jesús
para conseguir el mejor puesto y una buena colocación junto a él. Jesús los
confronta con su ignorancia y su atrevimiento. Los remite al seguimiento radical
que pasa por el trago, el verdadero cáliz, de estar dispuestos a entregar la vida y
sacrificarse siempre por los demás, como hace el siervo sufriente, de Is 53,10-11.
Marcos incorpora un dicho que explica en qué consiste “beber el cáliz” que Jesús va
a beber y repite hasta seis veces un término relativo al “bautismo”. Bautizarse no
significa meramente el bautismo ritual sino significa sumergirse, bañarse y
empaparse de la misma vida de Jesús, cuyo destino de entrega, pasión y muerte
acababa de anunciarles por tercera vez (Mc 10,32-34). La incomprensión de los
discípulos se hace evidente.
Por eso Jesús acaba corrigiendo su actitud poniendo de relieve cuáles son los
criterios habituales que imperan en nuestra sociedad especialmente entre los
considerados los primeros del mundo, los magnates económicos y los dirigentes de
las naciones, los que tienen el poder económico y el poder político. Marcos y Mateo
emplean dos verbos muy fuertes e inusuales en el Nuevo Testamento para
indicarnos que aquellos explotan y tiranizan a los pueblos. Y Jesús expone
abiertamente cuál es la nueva relación que se ha de establecer entre los suyos, una
relación caracterizada por el servicio y la entrega generosa. Esta palabra del
servicio a todos, empezando por los últimos, es decir, a los millones de pobres del
mundo, frente a cualquier aspiración de dominio y de poder, es el mensaje de Jesús
que la Iglesia anuncia hoy como palabra capaz de transformar el mundo, como
testimonio de la fe en medio de la gran crisis y de todas las crisis.
Frente a la dinámica del sistema de tiranía y explotación de las gentes por parte de
los dirigentes y magnates del mundo, Jesús aporta una palabra la esperanza para
todos los pueblos y particularmente para los últimos: El servicio a los demás, como
actuación permanente, y la entrega de la vida, como horizonte ideal, constituyen el
camino de liberación de la humanidad. En los misioneros de la Iglesia esa misma
palabra se hace carne viva y todos ellos, sin escatimar sacrificio ni entrega, siguen
transmitiendo consuelo y esperanza a los más pobres de la tierra. En el día del
Domund la Iglesia pide todo tipo de apoyo para los misioneros de la fe y para sus
proyectos evangelizadores y transformadores de las realidades de sufrimiento a las
que entregan la vida.
Pedimos también un recuerdo y una oración especial de toda nuestra Iglesia por el
Cardenal de Bolivia, Julio Terrazas, en estos días de su hospitalización. Él ha sido y
es el servidor de todos en nuestra tierra boliviana.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura