Ciclo B. XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El afán del poder, del prestigio, de la riqueza, incluso sin importar los medios, está
arraigado permanentemente en el corazón del hombre. No es de extrañar, por lo
tanto, que los discípulos del Señor, todavía no impregnados profundamente de la
mística del Maestro, intentaran también aspirar a lo mismo. Santiago y Juan, al
solicitar un puesto especial al lado de Jesús, buscan los intereses personales por
encima del bien del grupo y no se dan cuenta que la opción por Jesús y el
seguimiento radical que conlleva no supone ningún privilegio sino generosidad en el
servicio, disponibilidad para las tareas asignadas y ternura y sensibilidad de corazón
para acercarse a las personas, especialmente a las más necesitadas.
Jesús, al responder el atrevimiento de los discípulos, insiste en que los primeros
puestos en el Reino que Él inaugura, se consiguen pasando por la cruz: el que
aspire a los primeros puestos debe ponerse al servicio de los hermanos porque no
se hace por pura complacencia y gloria personal sino por amor. Evidentemente en
toda comunidad y grupo debe existir el mando. El Señor no rechaza esta posibilidad
sino que trata de darle el verdadero sentido: humildad, tolerancia y autenticidad en
las formas y compromiso y espíritu de servicio en el fondo.
A la luz de este ejemplo maravilloso del Señor debemos entender que lo que nos
enriquece de verdad no es la riqueza, el prestigio, la codicia, sino el amor
desinteresado basado en la humildad que no busca nada temporal sino el gusto y la
grandeza del deber cumplido desde el seguimientos del Señor. Este amor sincero,
generoso, sencillo es el que nos engrandece a los ojos de Dios, el que Dios acepta,
el que de verdad nos santifica y renueva el mundo.
Todos tenemos de alguna manera parcelas de poder en la familia, en nuestro
trabajo, en nuestras comunidades vecinales o grupos. Purifiquemos nuestras
intenciones. Entendamos que estamos para servir a los demás, para beneficiar al
grupo y no para satisfacer nuestros propios intereses personales. De esta manera
creceremos en nuestras propias relaciones, conseguiremos mayor confianza grupal
y no estaremos recelosos ante el poder de los demás.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)