XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
“Maestro, que pueda ver”
Este domingo hemos cometido un error en la coordinación, pero ha sido un
"bendito" error porque eso nos permite ofreceros doble material, dos introducciones
y dos homilías, realizadas por fr. Octavio y la Hna. Elo.
Primeras pautas para la homilía:
El conocido grito de Bartimeo: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”,
expresa no únicamente el anhelo de recibir por parte de Jesús la salud visual, sino
principalmente la necesidad humana de hallar el faro de luz al cual dirigir la
existencia. Por esta razón, luego de Jesús devolverle la vista al ciego, Bartimeo,
decide seguirle por el camino.
A continuación, algunas pautas y anotaciones sobre las lecturas que pueden ayudar
a la prepación homilética:
Promesas de restauración con trasfondo mesiánico
En el fragmento del capítulo 31 del libro del profeta Jeremías, que forma parte del
conjunto conocido como el “Libro de la consolación”, se anuncia el regreso del resto
del Reino de Israel (norte) que había sido deportado durante la invasión Asiria. El
profeta, que realiza su ministerio en el Reino de Judá (sur), ante la inminente
invasión Babilónica, profetiza primero en favor del reino del norte, prometiendo de
parte de Dios la llegada del tiempo de la restauración.
Este tiempo prometido destacará por peculiaridades mesiánicas: restauración del
reino unificado bajo el rey David (la casa de David), alegría y gozo en Yahvé
consecuencia del final de las miserias humanas y de amenzas externajeras, e
implantación de la justicia y el derecho, donde los débiles y marginados gozarán de
pleno reconocimiento de su dignidad y reintegración social.
Partiendo de estas promesas de Dios a su pueblo, se puede presentar a Jesús como
el cumplimiento de las mismas desde su mensaje y su praxis, en la predicación e
instauración del Reino de Dios.
Jesús, Luz y Salud del mundo
Ante la visión cristiana de reconocer a Jesús como “el esperado de los tiempos”, las
profecías veterotestamentarias alcanzan en él su cumplimiento: unidad de todos los
pueblos entorno a un centro, Alianza renovada y presencia restauradora del poder
de Dios.
La persona de Jesús puede presentarse, por tanto, como la Luz y la Salud del
mundo. Luz, como fue para Bartimeo, tanto al recobrar el sentido de la vista como
al reconocer en Jesús algo más que un curandero itinerante. Sus palabras
atestiguan el trasfondo mesiánico de su proceder: “Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mí”. Recibe, pues, al mismo tiempo la capacidad de poder poner
rostros a las personas, colores y contornos a la vida, como la capacidad de poder
ver un camino, un senda, un sentido vital. Por esto, luego, decide seguir a Jesús.
También, desde la convergencia de la perspectiva mesiánica con la praxis de Jesús,
podemos ver en él la Salud del mundo. Jesús ciertamente le devuelve la vista a un
ciego, signo patente de la llegada del Reino de Dios, pero al mismo tiempo le
restaura su dignidad socialmente reducida. Bartimeo ya no tendrá que vivir de la
limosna como lo hacía, podrá insertarse en la sociedad y gozará del reconocimiento
de todos, principalmente dentro de un mundo en el cual los discapacitados eran
excluídos sociales y religiosos.
Cristo sigue otorgando Luz y Salud en y a través de su Iglesia
En la predicación del Evangelio, la vida litúrgico-sacramental y el ejercicio de la
caridad de la comunidad de discípulos de Jesucristo, él sigue obrando de la misma
manera que lo realizó con Bartimeo: el Evangelio es fuente de luz y salud liberadora
de la condición humana y de los pueblos, la caridad es reflejo del ser luminoso de
Dios y de la realidad salvadora a la que estamos vocacionados, la vida sacramental
es el ejercicio de la comunicación divino-humana tendente hacia la plenitud en
Cristo, nuestra Luz y Salud.
La nueva vida a la que nace Bartimeo puede presentarse de manera análoga con la
vida del bautizado. Se nace a la luz de Dios, se recibe la salud moral-espiritual y se
comienza un camino de sentido existencial hacia un fin determinado. Durante este
camino, acompañado de la gracia de los demás sacramentos, principalmente en la
eucaristía, Dios sigue comunicando su luz y su salvación a todos; desde el
sacerdocio de Cristo, como símbolo de Dios.
La fe es necesaria para poder decir: “Maestro, que pueda ver”
Si bien es cierto que la frase más famosa de Bartimeo es la que gritaba a toda voz
y la que permitió que Jesús le recibiera, la frase que fue el fundamento de todo su
actuar en busca de la salud fue la que le debió susurrar a Jesús cuando ya le tuvo
en frente: “Maestro, que pueda ver”. Esta expresión, llena de esperanza y confianza
en Jesús, fue la que “produjo” el Milagro. Por eso, Jesús le responde: “anda, tu fe
te ha curado”.
Desde este presupuesto se puede hacer una conexión con el Año de la fe. Sólo
desde la fe podemos recibir la Luz y la Salud de Dios. Únicamente desde este don
de Dios es que se hace posible la comunicación divino-humana. Y finalmente, hacer
una invitación a crecer y fortalecer la fe, desde la práctica sacramental, el anuncio
de la Buena Noticia de Jesús y el ejercicio del amor.
Fr. Octavio Sánchez O.P.
Convento de S.Esteban (Salamanca)
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Segundas pautas para la homilía:
El Señor ha salvado a su pueblo
Después del desastre se escucha la voz del profeta: “¡Gritad de alegría!”. El pueblo
desterrado debe recuperar la esperanza y la confianza en el dios de sus padres y de
las promesas. Quien predice la catástrofe predice también la alegría y el futuro. El
regreso de Babilonia es proclamado a voces.
Se cumplen las esperanzas de Israel, que, a pesar de su desgracia, ha sido
siempre, por amor de Dios, Su pueblo. El profeta anuncia tres acciones gratuitas –
de Gracia-: salvar, congregar, guiar. Las tres tienen relación con la tierra, la
propiedad, el hogar, pero también con el movimiento y el esfuerzo. Las tres
superan las limitaciones humanas, ceguera y cojera, y la vida se multiplicará
cuando esa promesa de cumpla. Preñadas y paridas llevan consigo la nueva vida
que renovará un viejo Israel que en el destierro ha mantenido, a duras penas, la
esperanza. El cumplimiento de la espera y la esperanza viene de la mano de Dios y
está dentro del pueblo, en su seno.
Escogidos por Dios
El autor de la carta a los hebreos recuerda a la primera Iglesia que no hay motivo
de presunción en el sacerdocio, ni pensar en el propio beneficio, sino que, como el
profeta, el sacerdote está en presencia de Dios y al servicio del pueblo. Como
Cristo. Lo mismo sucede con la fe: ni es elegida por el creyente, ni es para propio y
exclusivo beneficio, ni es ajena a la presencia de Dios en nuestra vida. La fe es una
gracia que, como a Israel, nos salva, nos congrega y nos guía, y que, como a
Bartimeo, nos devuelve la luz perdida y nos marca un camino.
¿Qué quieres que haga por ti?
La escena del ciego Bartimeo podría inspirar el Año de la Fe. Aunque los evangelios
están llenos de acciones milagrosas, el hijo de Timeo, además de darnos ejemplo
de fe, nos enseña a superar los prejuicios y vencer la marginalización, a mantener
la esperanza, a superar las limitaciones y sobre todo a diferenciar el deseo de lo
imposible. Nos enseña a poner en palabras nuestra fe y a pedir sin vergüenza,
además de lo que no podemos alcanzar por nosotros mismos, lo que solo en
situaciones desesperadas tenemos valor para pedir: compasión.
El ciego pide limosna al borde del camino: es su sino y es su sitio. Su sino porque
no puede valerse, y su sitio porque, para la mentalidad hebrea, en su ceguera va
implícito el pecado. Está al margen: no puede trabajar, no puede participar del
culto, no puede moverse y, por supuesto, no puede formar parte de quienes siguen
a Jesús. Hace lo que puede: pedir desde la orilla, a gritos. Lo peor es que no solo
pide limosna, sino compasión, la limosna más difícil de pedir. Pedir compasión es
estar tocado por la humildad siempre que, como para Bartimeo, no sea una
compasión arrastrada, sino creyente. La compasión que pide el ciego no es la de la
pena, sino la de la empatía del corazón. La compasión que pide no es una limosna
entre otras, sino la que merece. Bartimeo solo pide lo que es suyo: ser incorporado
al mundo.
Es una molestia que el pecado y las limitaciones nos griten desde los márgenes y
nos recuerden su constante presencia a nuestro lado. Es mayor molestia aún que
reclamen su lugar en nuestra vivencia de fe o religiosa, obligándonos a
descentrarnos del seguimiento a piñón fijo del Maestro. No hay nada peor que,
cuanto más intentemos acallar las molestias de lo que debería estar en los
márgenes, más alto escuchemos su existencia y sus demandas. Debería ser inútil
intentarlo. Debería ser inútil para un cristiano olvidar lo que sucede más allá de
nuestra Iglesia y de nuestra iglesia. Debería ser inútil quedarse anclado en una
espiritualidad intimista, en la colaboración en la catequesis o en que marche bien el
coro parroquial. Todo eso es necesario, pero al margen del camino hay un ciego
pidiendo a voces no solo la atención de Jesús, sino la nuestra. En los márgenes de
nuestro mundo y de nuestra sociedad hay miles de ciegos ajenos a las palabras de
Jesús pero nada ajenos a Su camino, el camino de la esperanza para muchos
habitantes de Galilea.
Jesús sí ve el borde del camino. Un ciego no puede nada por sí mismo: atemorizado
e inmóvil, hasta la voz del Maestro debe serle trasmitida. Una sola palabra es y se
convierte en ánimo y esperanza: “Ánimo, levántate, que te llama”. No es necesario
más, el ciego conserva aún la fortaleza necesaria para levantarse de un salto, soltar
el manto y acercarse a Jesús, a tientas, apenas guiado por el silencio entre ellos. Se
sabe necesitado, pero fuerte. Y demostrará a todos la fortaleza, tal vez una
fortaleza que los demás no tienen. ¿De dónde le viene? Sabe lo que quiere: ver.
Sabe cómo alcanzarlo: entrando en el corazón de Jesús, arrastrando hacia sí la
pasión de Jesús, creyendo en Él. Y sabe qué camino seguirá después.
Esta es nuestra fe, la del año que comenzamos. Es la fe de quien sabe lo que desea
y cree ciegamente que lo alcanzará permaneciendo dentro de la pasión de Jesús y
por Jesús, soltando el manto de la lástima y las limosnas fáciles y saltando al
camino de quien, aun sin verlo, sabemos que está.
Hna. Eloísa Braceras
Colegio Ntra. Sra. del Rosario (Barakaldo - Vizcaya)