Ciclo B. XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Siervos y esclavos como Cristo
El misterioso “Siervo de Yahvé” (53,11) se convierte en el reflejo del misterio
salvífico del Dios de Israel. Toda imagen de un salvador, de aquel que está llamado
a rescatar de la opresión, en muchas ocasiones ha sido enmarcado entre triunfos y
victorias, con esplendor y gloria, con la venganza hecha realidad hacia sus
enemigos y de todo esto muchos textos de la Sagrada Escritura han ido recogiendo
esta proyección de un deseo humano en la acción prodigiosa de Dios. Pero cuando
llegamos a estos cánticos del Siervo que recoge el escrito profético de Isaías,
irremediablemente nos topamos con la pared del Misterio de un Dios que confía en
llevar adelante su obra salvífica por medio de “su siervo justo”, que es capaz de
soportar desde el sufrimiento, la ignominia y el desprecio para poder justificar a
muchos, salvarlos y rescatarlos (53,11). La vida misma nos enseña cómo manejar
los golpes que sufrimos en las diferentes experiencias de nuestra existencia. Por
ello, el profeta ve necesario remarcar nuestra limitación ante el Misterio de Dios y
reconocer la perspectiva del sufrimiento desde una óptica liberadora. Si aquel
siervo justo, se convierte en el signo de la confianza en la salvación de Dios a pesar
de toda esa experiencia de sufrimiento al cual es vinculado; también el pueblo
puede asumir esa misma experiencia: la de saber esperar y confiar en que el Señor
puede conducirle a su salvación. La promesa al Israel del exilio está claramente
manifestada en los deseos más profundos y fundamentales: contemplar su
descendencia, prolongarse sus días y la prosperidad del futuro (53,10)
En la segunda lectura, continuamos leyendo la Carta a los Hebreos. Esta vez, el
autor discierne sobre aquel que es capaz de llevarnos hacia ese descanso en Dios y
obviamente sólo puede hacerlo quien de Dios ha venido, aquel que ha penetrado
los cielos constituyéndose así en un sacerdote, un mediador de lo sagrado (4,14).
Para el autor no basta con que Jesús el Hijo de Dios, posea en sí mismo esa
dignidad sino que es preciso que el cristiano abra los ojos ante quien ha compartido
en todas las pruebas posibles la realidad del ser humano, menos en el pecado
(4,15), concediéndole la credibilidad de un ejercicio sacerdotal pleno y auténtico y
por quien podemos alcanzar misericordia y encontrar gracia, ya que Dios ha
intervenido portentosamente en la historia por medio de Él, para concedernos su
apoyo y ayuda (4,16).
En el evangelio de Marcos, estamos en la última recta del camino de Jesús y sus
discípulos hacia Jerusalén. Jesús ha interrumpido el camino para anunciar su
pasión, muerte y resurrección por tercera vez (10,32-34). Ya no hay más
intervenciones ante esto por parte de sus discípulos. Pero el autor inmediatamente,
introduce este pedido particular que, sin duda alguna, conmociona a todo lector:
¿Cómo se les puede ocurrir tamaño pedido sabiendo lo que Jesús les ha hablado
sobre su pasión por tercera vez? No hay más referencia al respecto. Santiago y
Juan, aquellos primeros llamados y que dejaron a su padre con sus jornaleros, la
barca y sus redes; desean que Jesús les cumpla un pedido: “sentarse en la gloria
uno a la derecha y el otro a la izquierda” (10,35-37). Esta vez Jesús da la respuesta
antes y les recalca su ignorancia sobre lo que están pidiendo (10,38). Lo demás es
la confirmación de lo anterior. Cada quien cumplirá su misión y tarea y será
recompensado por ello. Lo de sentarse en la gloria, eso no es un objetivo a alcanzar
para el discípulo, eso es un tema de Dios (10,40). No es por los puestos o lugares
en
el cielo por donde hay que comprender el reinado de Dios. Una vez los esquemas
humanos parecen imponerse en los dos hermanos y Jesús tiene que salir al paso de
esto. Lo peor viene después, ya que los otros diez empezaron a indignarse contra
Santiago y Juan (10,41). ¿De qué se indignaron concretamente? Marcos lo deja en
el misterio aunque después debido a la intervención de Jesús se podría aclarar la
razón. Jesús reconoce en ellos la inquietud sobre el liderazgo, puesto que son doce,
y hay una pretensión humana de condicionar con las características del mundo, el
esquema de autoridad. Para Jesús es importante definir claramente la tarea de sus
seguidores y por parte del evangelista hacia los discípulos de todos los tiempos y
quiere que se entienda la diferencia fundamental con la forma en que el mundo se
organiza y por ello los reúne en torno a sí (10,42). Si el estilo de aquellos es
someter y ejercer autoridad en las naciones, entre los discípulos la clave debe ser el
servicio y la esclavitud (10,43-44). Ser grande y ser el primero tienen su correlato
en ser siervo y esclavo, convirtiéndose así en el criterio de autoridad y liderazgo
para la comunidad cristiana. Pero cuidado, el referente no es el mandato de Jesús
en cuanto a sus palabras, sino es su propia misión, su vida misma y que sus
discípulos están contemplando: su vida puesta al servicio de los demás como siervo
y que como esclavo es capaz de ofrecer su propia vida por rescate de muchos
(10,45).
“Los caminos de Dios no son nuestros caminos”, es una expresin conocida en la
Sagrada Escritura y que resuena como un eco en estos capítulos de Marcos de la
instrucción a sus discípulos. Dios ejerce su plan de salvación desde esquemas que
no coinciden muchas veces con lo que podemos esperar nosotros. Nuestras
expectativas se diluyen ante un siervo justo que sufre, o ante la incomprensibilidad
de un Dios que en su Hijo Jesucristo, ha penetrado los cielos para establecer un
puente de salvación pero participando en nuestra propia realidad humana. Los
deseos de poder y de autoridad se desvanecen ante un criterio totalmente contrario
a las pretensiones humanas: ser servidor y hasta esclavo. Jesús lo asumió
plenamente y esto lo confirma la relectura de la comunidad cristiana de las
instancias posibles de mediación en la historia salvífica de esa necesaria relación de
Dios con el creyente, como la del Siervo justo, el sacerdocio y el poder real. Todas
vistas desde la otra cara de la moneda. Es una invitación a saber aguardar en el
Señor y, aún más, poder introducirnos también cada uno de nosotros, en este
misterio de salvación, desde la propia experiencia de Cristo. Unamos una vez
nuestra voz al salmista: “Nosotros aguardamos al Seor, Él es nuestro auxilio y
escudo”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)