XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
AÑO DE LA FE
Padre Pedrojosé Ynaraja
La lectura del evangelio de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, podría
inscribirse en una de las tantas curaciones milagrosas que nos narran los textos
sagrados: un hombre padece una enfermedad y es curado, así de simple, pero
trataré de sacarle jugo a esta y añadiré datos que pueden pareceros pura anécdota,
pero que os los contaré para enriquecer vuestro conocimiento de la situación en
que se desenvuelve.
En primer lugar, ocurre el milagro en Jericó. Esta población, que he visitado
bastantes veces, es la más baja del planeta. En números redondos, decimos que
está a 400m bajo el nivel del mar. Es un gran oasis y por sus condiciones
climatológicas y la fuente de la que mana abundante agua, goza de vegetación
exuberante. Recibe el nombre de Ciudad de las Palmeras por la gran abundancia
que de ellas hay. Pero actualmente lucen presumidos los Flamboyants, según dicen
el mas vistoso y florido de los árboles, mangos, papayas, los etrojs de las fiestas de
Sukot y el más buscado: el sicomoro (por aquello del que se subió el cobrador
Zaqueo). El profeta Eliseo, que les “potabiliz” el manantial que hasta su visita era
insalubre, es el patrono del lugar. Por otra parte, la famosa torre descubierta por
Katleen Kenyon, se sitúa entre los años 8000 a 7000 a.C. Con base a este
descubrimiento los arqueólogos alegan que es la ciudad más antigua del mundo. Os
podría contar otras más cosas de esta población, lugar que de antiguo es de paso
para el viajero que va o viene de Judea a Galilea y de aquí que la visitara el Señor,
camino de Jerusalén.
Por desgracia, la ceguera continúa siendo, allí y ahora, una enfermedad más
frecuente que en otros lugares. Es consecuencia de una bacteria que infecta los
ojos y privar de la visión. Recibe el nombre de tracoma. Es cuestión de falta de
higiene y su curación, si se coge a tiempo, es posible con antibióticos. Se indigna
uno cuando en Jericó, o en otros lugares próximos, se encuentra con casos de
estos. Se indigna por la dejadez familiar y la injusticia social que supone. Ni
vosotros, mis queridos jóvenes lectores, ni yo mismo, perderíamos la vista por una
tal infección. Seguramente este buen hombre del relato, sufrió tal infección.
El texto dice que el enfermo abandona el manto. La palabra se refiere al talith que
llevaba siempre todo judío y le servía para cubrirse durante la oración, taparse al
dormir o trasportar lo que fuera, a imitación de nuestras antiguas alforjas. Se trata
de un rectángulo de tela blanca, con frecuencia adornado sobriamente y tan típico
de esta cultura, que fue adoptado como bandera del estado de Israel.
Ahora me referiré al contenido y enseñanzas, que es a lo que más importa. Sin
verle con sus ojos, al enterarse de que Jesús pasa por allí, se arriesga a llamarle
“hijo de David”, que es un título mesiánico. De paso, os recuerdo lo que Pablo dice
en su segunda carta a los coríntios: que lo que se ve es transitorio, lo que no se ve
es eterno (4,17). Tener Fe no es acumular en el cerebro un archivo de
conocimientos, al estilo de una enciclopedia o de nuestro inefable google. La Fe es
un riesgo, es dar la adhesión del corazón al Señor, con todas la exigencias que
comporta una tal amistad.
Arriesgarse y esforzarse, que tener Fe no es cosa de holgazanes. Este buen hombre
se comporta con valentía y coraje para conseguir encontrarse con el Señor.
Nobleza obliga, diría el Maestro, si hablara nuestro idioma. Consecuentemente, le
atiende y le pregunta ¿qué quieres? Evidentemente, responde que lo que desea es
ver. Y se le otorga generosamente. Pero el texto añade una coletilla. O más bien
dos. En primer lugar, Jesús le dice: tu Fe te ha salvado. ¿podría decirnos lo mismo
a nosotros? Después se añade que el buen hombre le seguía ¿no hubiera sido más
correcto írselo a contar a la familia o reunirse con los amiguetes a celebrarlo con
una buena comida? ¿O buscar de inmediato un trabajo? que aquel tiempo también
era de crisis…
¿Por qué el ciego no sigue nuestras costumbres burguesas y ha de ser diferente de
los demás? ¿Será un snob o un repelente niño vicente?
No hay que olvidar que un hombre de Fe, es un buen ciudadano de comportamiento
mejor y diferente. De no aceptarlo, carecerá de la actitud que le otorga la peculiar
felicidad y logrará a lo sumo, ser un individuo de misa que vive escasamente
entretenido, como tantos abundan por estos pagos. Durante este “Ao de la Fe”
recién iniciado, es preciso que nos examinemos al respecto.