DOMINGO XXX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.
Mc. 10, 46-52
Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de
una muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba
sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso
a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”. Muchos le
increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: “Hijo de David,
ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadle”. Llaman al ciego,
diciéndole: “Animo, levántate! Te llama.” Y él, arrojando su manto, dio un
brinco y vino donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: “¿Qué quieres
que te haga?”. El ciego le dijo: “Rabbuní, que vea!”. Jesús le dijo: “Vete, tu
fe te ha salvado”. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
CUENTO: LAS PREGUNTAS DE DIOS
- Iba yo solo en el compartimento del tren, cuando subió una muchacha,
contaba un joven indio ciego. El hombre y la mujer que habían venido a
despedirla debían ser sus padres. Como yo entonces estaba completamente
ciego, no podía saber qué aspecto tenía aquella mujer, pero me gustaba el
tono de su voz. -¿Va a Calcuta?, le pregunté mientras el tren se ponía en
movimiento. Pensaba si sería capaz de darse cuenta de que yo era ciego.
Pensé: si no me muevo de mi sitio, quizá no sea demasiado difícil. –Voy a
Maturai, dijo la muchacha. Allí saldrá a buscarme mi tía. Y usted, ¿dónde
va?. – A Musori, respondí. -¡Qué suerte tiene!. Me gustaría tanto ir a
Musori, especialmente en octubre. –Sí, es la estación mejor, dije. Las
colinas se llenan de dalias silvestres, el sol es delicioso y las calles están
silenciosas y casi desiertas. Ella guardaba silencio y me pregunté si mis
palabras la habrían impresionado o si me consideraba un romántico
sentimental. Luego cometí un error. -¿Qué tiempo hace afuera?, le
pregunté. Pero ella no pareció encontrar nada extraño en mi pregunta. ¿Se
habría dado ya cuenta de que era ciego?. -¿Por qué no se asoma a la
ventanilla?, me preguntó con absoluta naturalidad. Me deslicé sobre el
asiento y busqué con el tacto la ventanilla. Estaba abierta y fingí contemplar
el paisaje. -¿Se ha dado cuenta cómo parece que los árboles se mueven,
mientras nosotros estamos quietos?, me atrevía decir. –Siempre es así,
respondió ella. Me volví hacia la chica y durante un rato seguimos sentados
en silencio. –Tiene usted un rostro atractivo, dije luego. –Me agrada oírselo
decir, estoy harta de los que me dicen que tengo una carita linda, dijo
riéndose con ganas. “Esto quiere decir que tiene de verdad un rostro
hermoso”, pensé, y ya en voz alta proseguí. –Bueno, un rostro atractivo
puede ser también muy bello. –Usted es muy galante, dijo. Pero, ¿por qué
está tan serio. –Está a punto de llegar, dije en tono más bien brusco. –
Gracias a Dios. No soporto los viajes largos, respondió la chica. Yo, en
cambio, estaría dispuesto a seguir allí hasta la eternidad, sólo por oírla
hablar. Apenas bajase del tren, olvidaría nuestro breve encuentro, pero yo
conservaría su recuerdo durante el resto del viaje. El tren llegó a la
estación. Una voz llamó a la muchacha, que se fue dejando tras de sí sólo
su perfume. Un hombre entró en el compartimento. El tren partió de nuevo.
Encontré a tientas la ventanilla y me senté de frente, contemplando la luz
de sol que para mí era oscura. Una vez más podía repetir mi juego con otro
compañero de viaje. –Siento no ser un compañero atractivo como la que
acaba de salir, me dijo tratando de iniciar una conversación. –Era una
mujer interesante, dije yo. Podría decirme...¿tenía el pelo largo o corto?. –
No me he fijado, respondió en tono dubitativo. Son sus ojos los que se me
han quedado clavados, no su pelo. ¡Tenía unos ojos tan hermosos!. Lástima
que no le sirviesen para nada...estaba completamente ciega. ¿No lo ha
notado?.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Hace unos días mis alumnos de 4º de Secundaria me preguntaron cómo
puede uno llegar a la fe, a la experiencia de encuentro con Jesús. Nada fácil
respuesta, pero el evangelio de este domingo da muchas pistas. Yo les
decía que para sentir la fe como amistad con Cristo, lo primero es desearlo
y pedirlo con fuerza. Porque Dios ha prometido que responde cuando lo
llamamos con fe. Es lo que hace el ciego Bartimeo: gritar para ser oído. Y
grita con humildad y diciendo lo que en verdad siente. Ten compasión de
mí. Y reconociendo a Jesús como Aquel que puede curarlo. Porque no basta
pedir, hay que pedir con la confianza de ser escuchados. Y a veces hay que
gritar más de una vez, como hace el ciego, que no hace caso a quienes le
dicen que no grite más. Hay que ser perseverante en la fe. Dios tiene su
tiempo, que no es el nuestro, y quiere poner a prueba nuestra verdadera
confianza. El segundo grito hace detenerse a Jesús y lo toma en
consideración. Afortunadamente hay otros que le animan a responder a esa
llamada. Y el ciego da un salto increíble y se planta delante de Jesús. Jesús
le hace una pregunta obvia: qué quieres que haga por ti, como si se hubiera
dado cuenta de que evidentemente era ciego. Y es que Dios nos conoce y
sabe lo que necesitamos, pero El no nos violenta ni se impone sobre
nuestra libertad y voluntad. Más claro no puede ser el ciego: quiero ver,
Señor. Lo que quizá él no sabía que hay muchos tipos de cegueras y que la
física no siempre es la peor. No sabe que Cristo le va a dar algo más que la
vista física, le va a dar la luz del alma, la luz de la fe. Esa fe que hará que
no se conforme con ser curado, sino que decide seguir a Jesús por el
camino. Maravillosa catequesis sobre lo que es la verdadera fe cristiana,
sobre cómo emprender el camino de aproximación a Jesús, sobre cómo
proceder con insistencia, perseverancia y oración, sobre cómo ponerse en
onda con Jesús, soltando el lastre de lo que nos ata y nos impide verlo.
Muchos cristianos no han hecho este itinerario, y por eso dicen que han
perdido la fe, cuando en realidad nunca la tuvieron. Quien ha vivido la
auténtica experiencia de fe, nunca la olvida ni la pierde, y desde luego se le
nota.
No disimulemos, como los ciegos del cuento, porque todos estamos algo
ciegos, todos necesitamos hoy fortalecer los ojos de la fe, que muchas
veces se vuelven miopes o se van apagando y dejan de ver la presencia de
Cristo en la propia vida, en la vida cotidiana, en las personas que nos
rodean, en los pobres, los enfermos, los inmigrantes, los necesitados de
cualquier tipo.
Digamos al Señor y repitamos muchas veces esta semana: “Señor, ten
compasión de mí. Señor, quiero ver, quiero verte, quiero sentirte, quiero
amarte”. Hagámoslo con fe, en oración, con perseverancia diaria. Estoy
seguro que algo de nuestra vida se iluminará, porque Dios nunca hace oídos
sordos a lo que pedimos, sobre todo si le pedimos la fe. Oremos también en
la semana por los que Dios nos confía, y los que a nuestro lado no creen o
dicen no creer. Pidamos también el don de la fe para ellos. No tengamos
miedo a gritar nuestra fe, aunque a nuestro alrededor muchos nos quieran
hacer callar como al ciego Bartimeo. Hagamos caso a los que nos animan a
acercarnos a Jesús que nos llama y cuenta con nosotros. Y sobre todo,
emprendamos el camino del seguimiento de Jesús, intentando hacer de
nuestra vida un testimonio vivo de ese Cristo que vive y es luz para
nuestras vidas.
¡FELIZ SEMANA LLENA DE LA LUZ DE CRISTO Y TESTIMONIO DEL AMOR DE
DIOS¡