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Día litúrgico: Domingo XXX (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio ( Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de
Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo
(Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que
era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de
mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo
de David, ten compasión de mí!. Jesús se detuvo ().
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto
XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La oración de petición de bienes
Hoy contemplamos el ciego Bartimeo, que «mendigaba sentado junto al camino» a
las puertas de Jericó. Precisamente por ese camino pasa Jesús Nazareno. Es el
camino que lleva a Jerusalén, donde se consumará la Pascua, su Pascua sacrificial
por nosotros.
En ese camino el Señor encuentra a Bartimeo, que ha perdido la vista. Sus caminos
se cruzan, se convierten en un único camino. «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión
de mí!», grita el ciego con confianza. Esta oración toca el corazón de Cristo, que se
detiene, lo manda llamar. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo,
entre el Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios,
con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades,
dos voluntades convergentes.
—«¿Qué quieres que te haga?». Dios lo sabe, pero pregunta; quiere que sea el
hombre quien hable. Quiere que el hombre se ponga de pie, que encuentre el valor
de pedir lo que le corresponde por su dignidad.
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