XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Jr. 31,7-9: Congregaré a ciegos y cojos.
Esta primera lectura está tomada los capítulos 30-31, donde encontramos el tema
del sufrimiento y la desolación. En este contexto, se anuncia el regreso del resto de
Israel, noticia que tiempo atrás, Yahvé había dado a su pueblo. Este regreso es
acompañado de gritos de alegría y alabanza, pues “Yahvé a salvado a su pueblo”
(v.7). Es Yahvé quien se cuidará, como buen Pastor, de conducir desde Babilonia a
los exiliados de Israel, gente enferma, débiles, pobres, etc. Es un nuevo inicio de la
historia, esta vez desde los pobres, pequeos e indigentes, entre ellos, “el ciego y
el cojo, la preada y la parida” (v.8). Es una gran asamblea la que regresa, como el
pueblo de Israel, que salió de Egipto, son conducidos por Yahvé, van por camino
llano, les guía a arroyos de agua para que apaguen su sed, dando comienzo a una
nueva historia de Israel. Este pueblo será su familia, y ÉL será un padre para Israel,
y Efraín será su hijo (v.9; Ex. 4,22).
b.- Hb. 5,1-6: Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
El autor sagrado presenta a Jesucristo, en su función de Sumo Sacerdote, quiere
probar que sustenta este título con pleno derecho. Comienza presentando las
características de todo sacerdocio lo que hace su ministerio legítimo y eficaz (vv.1-
4), que luego aplica a Jesucristo (vv.5-10). El autor, no está pensando en abstracto
sobre el sacerdocio, sino que apunta al sacerdocio levítico, características y
funciones conocidas por todos los judíos. Con todo, no puede negarse que su
descripción del sacerdocio, no obstante esa limitación de perspectiva, contiene
cierto carácter de universalidad, al menos con referencia a la humanidad actual,
afectada por el pecado original. Las cualidades de todo pontífice son: pertenecer a
la humanidad, representarla ante Dios, ofrecer sacrificios por los pecados,
compadecerse de sus ignorancias y debilidades, finalmente la llamada divina a
desempeñar este oficio sacerdotal. Los términos dones y sacrificios, se refieren a
las oblaciones o sacrificios incruentos (cfr. Lev. 2,1-16; 6,7-10; 3,1; 5, 26; Hb. 8,4;
Mt. 8,4; 23,18). Conviene que el sacerdote, sea elegido de entre el pueblo,
represente a los hombres, experimentado en las propias flaquezas, por lo mismo,
inclinado a la misericordia y compasión con los que yerran. La llamada divina a este
ministerio es esencial, para ser mediador entre Dios y la humanidad (cfr. Hb.3, 10;
16,40). Es una dignidad, pero llena de responsabilidad, nadie la asume por propia
iniciativa. Aplicadas a Jesucristo, el autor sagrado comienza por la llamada divina,
ya que no se arrogó la dignidad sacerdotal a sí mismo, sino que es Dios, quien le
confi ese ministerio (cfr. Sal.2, 7; 110,4). El texto: “Hijo mío eres tú, hoy te he
engendrado,” y su aplicacin a Jesucristo viene a significar la exaltacin o
entronización, como rey universal de las naciones. La resurrección, es el momento
explícito, en que comenzó la exaltación de Jesucristo por el Padre (cfr. Flp.2, 9; Hb.
13,33), se cumple en la realidad, lo anunciado por el salmo. Se aplica a Jesucristo,
no en el sentido literal histórico, sino en cuanto Mesías, cuya exaltación se canta,
investido también, de la dignidad sacerdotal, que expresamente afirma el Salmo
110,4 (v.6). Una segunda visión, se refiere a la filiación divina de Jesucristo que
anunciaría el Salmo, con lo que la relación con su sacerdocio, sería aun más
estrecha, ya que el fundamento del sacerdocio de Cristo y su excelsa dignidad, le
viene de su doble naturaleza de ser Dios y Hombre verdadero. “Tú eres sacerdote
para la eternidad a la manera de Melquisedec” viene a significar, que una vez
resucitado, sube glorioso a los cielos, es proclamado no sólo rey de la naciones,
sino también, Pontífice, que vive para interceder por la humanidad (cfr. Hb.7, 25).
Este sacerdocio de Cristo, perpetuo y celestial, lo resalta el autor sagrado, con lo
que querría decir, que Cristo sería sacerdote desde la Encarnación y el acto
supremo de su sacerdocio sería la inmolación en la cruz (cfr. Hb.10,5-10; 7,27;
9,26). Este mismo criterio de puede aplicar a los términos Mesías y Señor, que
Pedro, dice Dios Padre confirió a Cristo desde su Resurrección y exaltación a los
cielos (cfr. Hch. 2, 36). Es el perfecto Mediador entre Dios y los hombres, por su
perenne obediencia al Padre.
c.- Mc. 10,46-52: Maestro, que pueda ver.
El evangelista nos presenta la última escena de Jesús, antes de comenzar la subida
a Jerusalén con sus discípulos (cfr. Mc.11,1). El grito de un ciego, detiene el paso
de Jesús y su comitiva, sin embargo, se pone inmediatamente de pie, al escuchar
que el Hijo de David que lo llama (v. 49); el ciego representa al hombre que está
en la oscuridad y sufre postrado su desgracia. En esas condiciones, no puede seguir
a Jesús por el camino; Jesús es el Mesías, el enviado de Dios. Sin embargo, el ciego
se pone en contacto con Jesús, por medio de la escucha y su voz que grita, con lo
que el evangelista, nos viene a decir, que la escucha es el primer paso para creer,
el primer paso para la fe; el grito del ciego es expresión de su fe, que se convierte
en oración, petición de auxilio (cfr. Rm.10, 14; Sal. 88,2). Si bien, Jesús se detiene,
en su camino al Calvario, va al frente de los apóstoles (cfr. Mc.10, 32), sólo lo
detiene el dolor de un hombre que sufre. Otra enseñanza que nos deja el
evangelista, es que el ciego gritó a Jesús primero, pero la iniciativa de la llamada es
de Jesús, por lo tanto, es un encuentro gratuito de parte de ÉL hacia el ciego: el
hombre es convocado por el Mesías. La misma gente, que primero le reprendía al
ciego para no gritara al Maestro, es la que luego de la llamada, lo anima a ir a su
presencia. Es la palabra de Dios, la que cambia las coordenadas de los hechos para
favorecer el encuentro del hombre con Dios. Veloz el ciego, da un salto y se pone
en presencia de Jesús, dejando su manto, lo único que tenía para cubrirse por la
noche (cfr. Ex. 22,25). El ciego está haciendo el camino del discípulo, escucha a
Jesús, lo acoge como Mesías, invocando su salvación, deja lo único que posee, el
manto, y se acerca a ÉL. El ciego de Jericó se despojó de todo lo que tenía, a
diferencia del joven rico, que se marchó entristecido. La pregunta de Jesús (v.51),
es semejante a la que hace a los hijos del Zebedeo, mientras ellos piden tronos de
poder, el ciego, quiere ver, con lo que se viene a significar, que había comprendido
a Quien tenía delante, no así Santiago y Juan (cfr. Jn.10,36). Inmediatamente
recobró la vista, mientras Jesús, le asegura que es por su fe que ha quedado sano.
La ceguera, es más que una enfermedad, símbolo de la ausencia de luz, su
sanación es signo de la salvación integral del hombre. El ciego Bartimeo, es
símbolo del que abandona todo para seguir a Jesús, su impedimento desaparece,
para ponerse en seguimiento del Maestro (v. 52), en sintonía del NT, significa que
se hizo discípulo. Este milagro, se convierte en historia vocacional de fe y al
seguimiento de Cristo. La ceguera de Bartimeo, representa el camino de la
conversión de todo hombre que busca la fe, la verdad, pero también del ya
bautizado, es un renovado impulso para seguir profundizando en esta vocación.
Grito de fe y oración, concentra, la experiencia de Jesús Salvador y su obra de
sanar nuestra ceguera y se abre la posibilidad de ser su discípulo. La mejor
respuesta es abrirse al poder de la gracia y se abandona todo para caminar tras el
Maestro.
Santa Teresa de Jesús, nos invita a pedir esa luz de la fe para saber encontrar a
Jesús en nuestra vida cristiana. “Qué pedimos? Qué buscamos? Válgame Dios,
oh, válgame Dios! ¿Qué es esto, Señor? ¡Oh, qué lástima! ¡Oh, qué gran ceguedad,
que le busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Criador, de estas
vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni
atinamos lo que pedimos. Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al
ciego que lo era de su nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía. Ahora,
Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de
mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia.” (Exclamaciones 8,2).