XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
SABADO
Lecturas bíblicas
a.- Flp. 1, 18-26: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.
b.- Lc. 14, 1.7-11: El que se humilla será enaltecido.
Nos encontramos con la capacidad de observación de Jesús, en el banquete al que
había sido invitado: cada uno buscaba su puesto, según su presunta dignidad. Los
fariseos cuidaban su honra, querían los primeros puestos en la sinagoga y en los
banquetes, hasta creían saber, cual sería el puesto que tendrían en el banquete del
Reino de Dios. Jesús les recuerda algo que ya sabían de memoria: no ubicarse en
un puesto hasta que el dueño de casa te designe el lugar (cfr. Prov. 25, 6). La
doctrina de Jesús, lejos de ser una regla de urbanidad, expresa una verdad: para
entrar en el Reino de Dios hay que hacerse pequeño, es decir, sin pretensiones de
creerse justo, santo o puro. La sentencia final es la clave: Dios humillará al que se
ensalce. Quien se cree justo y quiera hacer valer derechos delante de Dios, será
excluido de su Reino; en cambio, al pequeño, el que no se tiene por digno de los
dones de Dios, lo admite en su Reino para siempre (cfr. Eclo. 3,20). Esta es la
primera condición para ingresar al Reino de Dios (cfr. Lc. 6, 20). Vemos entonces
que para el cristiano, hasta el comportamiento en la mesa familiar, revela una
actitud interior, ya que el reino de Dios, lo abarca todo: desde el comer, el trabajo,
la vida social, el estudio, el matrimonio y noviazgo, el deporte, etc. Todo hay que
integrarlo en esa visión: Dios lo es todo en todo. En la última cena, surgió una
discusión entre los discípulos, sobre quien debía ser tenido por el mayor. Jesús les
enseña con el ejemplo, y se pone a servirles, es decir, se hace pequeño. “Yo estoy
entre vosotros como el que sirve” (Lc. 22, 24-27). La Eucaristía se celebra en un
ambiente de servicio al hermano y ser pequeño. Pasamos del banquete familiar, al
banquete del Reino de Dios, y en medio, está la celebración eucarística, en las tres
celebraciones, el Señor se ha hecho servidor. Jesús pasa de caminar hacia
Jerusalén, hasta la última Cena con los suyos, donde sirviendo, entrega su vida por
muchos en la cruz y resucita, y como en esta vida nos prepara el banquete del
Reino que ya gustamos en la Eucaristía.
Santa Teresa de Jesús, considerando la humildad de Cristo, y cuan importante es
andar en verdad delante de Dios y los hombres, recibe esta enseñanza: “Yo
quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir. Saquemos
de aquí, hermanas, que, para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo,
será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo sólo
que no digamos mentira, que en eso, ¡gloria a Dios!, ya veo que traéis gran cuenta
en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino que andemos en verdad
delante de Dios y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no
queriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a
Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la
verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad y,
como tal, no es durable. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro
Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante, a mi parecer,
sin considerarlo sino de presto, esto: que es porque Dios es suma Verdad y la
humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de
nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entienda, anda en mentira. A
quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque, anda en ella. ¡Plega a
Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento,
amén!” (6M 10,6-7).