Ciclo B. XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Orar siempre sin desanimarse (Lc 18, 1)
San Agustín recuerda a Proba la enseñanza que descuenta la locuacidad: nuestro
Padre conoce de antemano nuestras necesidades. Por eso, se nos exhorta a orar
no para que Dios se entere de nuestros deseos, sino para que se acreciente nuestra
capacidad de desear y recibir dones divinos.
Bartimeo se muestra muy capaz de desear y recibir. Tanto más se le regaña,
cuanto más grita. Así que enterado sólo de la invitación de Jesús, el mendigo
suelta el manto, da un salto y se acerca al que le llama. Acepta el llamamiento con
alacridad lo mismo que Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo. Recobra la vista y
recibe además el don del discipulado.
Pero el antes ciego logra seguir a Jesús por el camino porque éste se ha detenido
para atenderle. El que es la imagen del Dios invisible escucha el clamor de los
pobres. Encabeza a los desvalidos en una nueva marcha hacia la liberación, entre
los cuales hay los dejados atrás, por lo general—los ciegos y los cojos, las preñadas
y las paridas.
Jesús no quiere dejar atrás a nadie. No se conforma con aquellos que, empeñados
o en satisfacer su curiosidad o en contribuir al establecimiento inmediato del reino,
no hacen caso a los que les retrasen. No está de acuerdo ni con hombres sanos y
graves que reprenden a ciegos suplicantes y a niños dependientes, ni con cristianos
que se declaran amantes de la humanidad y buscadores del bien común, pero
resulta que son cristianos «en pintura» (XI, 561), pues no se compadecen ni
afectiva ni efectivamente del que está sentado al borde de la sociedad, sino que lo
sacrifican a sus sueños grandiosos. Cristo, designado Sumo Sacerdote por Dios y
probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado, tiene compasión
de los frágiles desamparados.
Y aunque existente junto a Dios en el principio, el Verbo encarnado no se porta
como el padre absolutamente cierto de lo que les convendrá a sus hijos. El
paternalista prescribe remedio sin saber la enfermedad. Propone aclaraciones
doctrinales cerebrales a los de voluntad débil, como si los argumentos irrefutables
solucionaran las inquietudes emocionales o que sería garantía del actuar recto el
pensar lógico (cf. Rom 7, 15). En cambio, Jesús pregunta: «¿Qué quieres que
haga por ti?». El sanador sufriente le cumple a Bartimeo su deseo ardiente sólo
después de oírle exponerlo.
Pretende Jesús que, por la fracción del pan y las oraciones, en las que
manifestamos lo que queremos, tengamos mayor capacidad de desear y recibir el
Cuerpo de Cristo y sepamos muy bien, no como Santiago y Juan, lo que pedimos.
Significa esto que vamos a «dejar a Dios por Dios» (VII, 50; IX, 297-298, 725,
830, 1081, 1125) y permitiremos a los marginados detenernos. Les asisteremos y
compartiremos con ellos, según la necesidad de cada uno, lo que tenemos, poco o
mucho, para que nadie se quede atrás.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)