XXX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la semana
Sobran motivos a esta semana para acreditar su singularidad y densidad
cristianas, en particular en los tres últimos días de la misma. Tres argumentos
distintos pero de calado popular y celebrativo. El día de Todos los Santos no es
tanto para honrar a los no canonizados, cuanto para agradecer a Dios en Cristo
el que nos haga partícipes de su gracia y santidad: ¡sean compasivos, como mi
Padre es compasivo¡ En evocación bautismal, sumergidos en la muerte y
resurrección del Señor, hacemos presentes a nuestros difuntos, los que siempre
llevamos en el corazón, en el día segundo de noviembre. Cerrando semana, el
predicador de la caridad, el heraldo de la misericordia, Martín de Porres, quien
desde la discreción de una portería conventual dijo maravillas de la bondad de
Dios.
En este domingo es inevitable evocar al ciego Bartimeo, quien puede ser el
mejor guía para captar el mensaje de la Palabra a proclamar. Porque convocados
por nuestro Dios y con el bagaje de la Buena Noticia que salva somos guiados
entre consuelos por un camino llano libre de tropiezos, al modo como lo sugiere
Jeremías. Antes, la carta a los Hebreos nos ha recordado el peculiar sacerdocio
de Jesucristo. Solo Él puede hacer que Bartimeo suelte el manto y se acerque a
la fuente de la vida, Cristo el Señor, y con Él, reemprenda el camino de la luz.
En la primera parte de la semana continuamos con la carta a los Efesios que, a
buen seguro, pondrá muchos puntos de fuerza para nuestro personal
seguimiento de Cristo: vivamos en el amor como Cristo nos amó, vivamos el
misterio del amor (y no sólo referido al ámbito de la pareja mujer y hombre). En
la parte final de la carta, Pablo exhorta a que la delicadeza interpersonal sea
distintivo de la comunidad de Éfeso, buscando la fuerza de la comunidad en el
Señor, no en ningún otro argumento. El evangelio desgrana todo lo que resta del
capítulo 13 de Lucas, con temática muy variada: una mujer curada en sábado,
dos cortas parábolas sobre la aparente insignificancia del Reino (grano de
mostaza, levadura); en la tercera etapa del camino a Jerusalén nos recuerda el
Señor que debemos caminar para entrar por la puerta estrecha, amén de que
deja constancia que no le tenía miedo a Herodes, porque a Jesús sólo le mueve
el ser fiel a la volunta de su Padre Dios. ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org