XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
SHEMA-MENSAJE
Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando escuchamos en el fragmento evangélico que se proclama en la misa de este
domingo, que se le acercó a Jesús un escriba, lo primero que se nos ocurre, es que
el hombre ejercía de escribano o amanuense. Sin ser del todo desacertado, esta
ocupación no coincide con la realidad de aquel tiempo. No debéis olvidar, mis
queridos jóvenes lectores, que la mayoría de la gente de entonces, no sabía ni leer,
ni escribir. Lo cual no significa que fueran analfabetos. Su cultura se adquiría
oralmente y su conservación era memorística. Hasta la generalización de los
ordenadores, éramos muchísimos los que no sabíamos escribir a máquina, y no nos
avergonzábamos de ello. Os pongo este ejemplo para que entendáis un poco la
situación.
Como os insinuaba al principio, el escriba era algo más que un simple copista. Su
oficio incluía el conocimiento de la Escritura y de las Tradiciones. En muchas
ocasiones ostentaba la categoría de rabino. Para que comprendáis su categoría
social, cuando los Magos fueron a preguntar a Herodes donde había nacido el
Mesías, el monarca quiso informarse por los sumos sacerdotes y los escribas. En un
principio todos los sacerdotes eran escribas, más tarde fueron especializándose
ambas funciones.
Ya sabréis que en aquella sociedad y en aquel tiempo, se distinguían unos grupos
que se mencionan en los Evangelios: fariseos y saduceos. Pero podéis estar seguros
de que la inmensa mayoría de la gente, no se inquietaba demasiado por cuestiones
de interpretación de la fe israelita y minuciosos preceptos. No seré yo ahora, mis
queridos jóvenes lectores, quien os explique qué clase de personas eran, resultaría
demasiado largo. Ni eran partidos políticos, pese a que no ocultaban sus
orientaciones en este aspecto, ni órdenes religiosas, aunque, cada uno de estos
colectivos, en lenguaje de hoy en día, tenían carismas propios. ¿Eran sectas? No
me atrevería a definirlos así, pero su dinámica colectiva, gozaba de técnicas de esta
clase. Os vuelvo a repetir que la mayoría del pueblo llano se desentendían de estas
inquietudes. Eso sí, de alguna manera, sentían inclinación, simpatía o más respeto,
por uno u otro colectivo. La actitud de los fariseos, pese a que nos suene mal la
palabra, era más religiosa que la de sus rivales y de aquí que se hayan perpetuado
y, de alguna manera, las actuales comunidades judías, probablemente se sientan
más proclives a este grupo. Pero no olvidéis lo que jocosamente se dice entre ellos:
dos judíos, tres sinagogas.
En uno y otro grupo había escribas, que ya os he dicho eran gente erudita, pero
seguramente más entre los fariseos. ¡Dios mío, cuanta palabrería, me diréis! ¿no
queréis caldo? Pues, dos tazas.
La fe judía se expresaba y todavía se expresa ahora, resumida en el “shema”. que
es la primera palabra y el nombre de la principal plegaria del fiel, que con ella
manifiesta su credo en un solo Dios. La recitan dos veces al día, en las oraciones de
la madrugada y del atardecer. Las primeras palabras son estas: Shema Israel,
Adonai Eloheinu Adonai Ejad; (Oye Israel, Adonai es nuestro Dios, Adonai es Uno…)
amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza,
proseguirá el texto.
Si he dedicado este comentario a esta peculiar expresión es porque la oiréis recitar
a cualquier judío en las situaciones más importantes de su vida. Desde la encerrona
en los guetos nazis, hasta la entrada en las cámaras de gas. Recuerdo que un día,
en la cima del Gbel Musa, o montaña de Moisés, en el Sinaí, pedimos a nuestro guía
que nos recitara el shema. Por el camino, primero nos había dicho que no era
creyente, más tarde, nos había confiado que en el desierto creía en Dios. En la
cumbre y en aquel momento, nos confesó que allí era preciso que la pronunciara
cantándo. Fue tal el entusiasmo que puso, que nosotros de inmediato, entonamos
el Credo con fervor. También recuerdo que hace pocos años, le hice la misma
petición al Sumo Sacerdote samaritano. Accedió y lo tengo grabado, pronunciado
en su propio idioma.
Pues este escriba que se acerca al Señor, le pregunta por el primer precepto, según
su parecer. Jesús, de inmediato, le recuerda el “shema”, añadiendo una nueva
dimensión, que no era del todo nueva, el amor al prójimo. La originalidad está en
que le da valor equivalente, y aquí radica el primer paso hacia adelante, del
mensaje de Jesús, una muy genuina cualidad cristiana. (Mas tarde este amor, que
será Caridad, agapé, en expresión técnica, ira enriqueciéndolo de sentido, hasta
llegar a lo que emocionado, y a última hora, allá en el Cenáculo, le dijo a su Padre:
que estos, que nosotros, nos amemos como Él le ama. Algo así como que nos
amemos, como Dios se ama a sí mismo).
El tono del encuentro es amistoso, el intercambio verbal hecho con respeto y
aprecio. El Maestro se queda aquí y no le exige nada más. Un buen ejemplo, útil
aun en la actualidad, de diálogo ecuménico. Os invito, mis queridos jóvenes
lectores, que hoy, además de aprender la lección, y como gesto de estima a los que
Juan XXIII llamó hermanos mayores, lo recitéis en su idioma, que era la lengua de
Jesús y por eso os lo he escrito.